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jueves, 4 de septiembre de 2014

CAMBIO CLIMÁTICO Y RIESGOS GEOLÓGICOS.




Me parece muy interesante poder exponer los riesgos geológicos que se deben tener en cuenta ante el inminente cambio climático global, y por esta razón, quisiera compartir con ustedes este articulo escrito por el Geógrafo Wilmer Becerra, quien es experto en geomorfología y miembro activo de la Asociación Civil Ecológica y Social Chunikai (*).  
Si bien es cierto que el planeta ha experimentado cambios climáticos globales a lo largo de su historia geológica, del que está en desarrollo y del cual ya se perciben efectos innegables, se espera una aceleración y acentuación de impactos que supondrán adaptaciones urgentes por parte de los seres humanos. Este escenario del futuro próximo supone nuevos retos que deberán enfrentar las naciones bajo un enfoque de orden mundial. Ello implica que no es posible la implementación de estrategias locales o regionales, sino que, al ser el clima un sistema natural muy complejo que afecta a todos los seres humanos y al entorno en general ―sistema que por demás aún no es bien comprendido―, se hará necesario asumir acciones y transformaciones económicas, sociales y culturales que serán francamente radicales.
El impacto de tales transformaciones deberá ser asumido por todos los países, pero en aquéllos en los cuales la responsabilidad es mayor, como las grandes potencias económicas industrializadas que contaminan a un ritmo mayor el agua, los suelos y la atmósfera con sus vertidos al ambiente, urge cambiar o posponer actitudes políticas mezquinas, materialistas e inmediatistas. Aunque suene catastrofista y alarmista, existen suficientes indicios y pruebas de que el cambio global es un proceso en marcha y que si no se asume como lo que es ―un asunto de prioridad, impostergable―, los costos económicos, sociales y ambientales serán muy altos.
El cambio climático global implica modificaciones cuyos efectos ya comienzan a verse. Regiones donde se adelantan y se intensifican severamente las lluvias; otras donde no llueve en largos períodos, con series climáticas de años secos continuos (sequías); cambios en el patrón de las corrientes marinas y sus efectos concatenados, como la alteración de los regímenes de lluvia y del calor de la atmósfera; aumento de la temperatura en regiones frías, con el derretimiento de glaciares de montaña (Perú, Bolivia, Alaska, Canadá, Patagonia argentina y chilena, Alpes, Himalaya, África oriental) y campos de hielo polar (Antártica, Groenlandia, mar Ártico), son algunos de los efectos innegables que ya comienzan a sentirse y a afectar a los seres humanos.
Este derretimiento de los hielos marinos y continentales implicará el incremento del nivel del mar, lo que pondrá en riesgo de desaparición ciudades costeras, puertos, zonas agrícolas próximas al océano, bosques, manglares, marismas, islas y todas aquellas regiones situadas apenas a pocos metros sobre el nivel del mar. Incluso naciones insulares como las pequeñas repúblicas de los océanos Pacífico e Índico desaparecerán, porque en su mayoría se trata de estados asentados en su mayor parte en atolones coralinos e islas arenosas. Tal será el caso de la Federación de Micronesia, Kiribati, Vanuatu, Tuvalu, Seychelles, Comoras, islas Maldivas, Palau, entre otros, que podrían tener sus días contados por la amenaza de quedar sumergidos bajo el agua.
Quizás la alteración de los regímenes de lluvias será uno de los primeros efectos del cambio climático. A modo de ejemplo, será muy relevante lo que ocurra en las regiones áridas y semi-áridas, donde se espera la acentuación de los períodos secos o, por el contrario, el incremento de la pluviosidad en áreas donde las lluvias son escasas, esporádicas y repentinas. En estas regiones los procesos naturales que afectan la superficie de la Tierra se manifiestan como meteorización física o mecánica, caracterizada por cambios bruscos de temperatura entre la noche y el día. Temperaturas altas y precipitaciones escasas y concentradas en pocos meses se traducen en que en gran parte del año exista déficit hídrico, ya que el agua desaparece muy rápido, infiltrada o evaporada, por lo que es poco aprovechada por la vegetación.
En el caso de Venezuela, la depresión larense, las costas falconianas, el norte árido de Zulia, las islas del Caribe venezolano y las costas nororientales, el modelado superficial tiene gran poder erosivo por termoclastia (ruptura de las rocas por cambios bruscos de temperatura) que provoca la exfoliación de láminas gruesas aprovechando las fracturas de las rocas, y por hidroclastia (afectación por el agua) en los eventos de lluvia, ya que la humectación y la desecación son muy rápidas. La acción de los vientos tiene una importancia secundaria; se trata de corrientes locales originadas por las diferencias de temperatura en las laderas, pero eventualmente llegan a formar tormentas de arena y polvo que erosionan los macizos rocosos, aunque lo más común es la formación de campos de dunas o médanos en el litoral.
La modificación del patrón de lluvias será determinante en un ambiente como el descrito. Bajo el régimen climático actual, los materiales erosionados no salen de las regiones secas en grandes volúmenes, porque el flujo de agua no se mantiene continuo varios días, así que durante muchos años los detritos rocosos y sedimentos se van acumulando en el paisaje. Un incremento significativo de la pluviosidad aumentará la escorrentía a niveles que podrían catalogarse como catastróficos si los sedimentos depositados durante siglos son movilizados enérgicamente hacia áreas adyacentes, con impactos y daños severos. Este es un escenario no desdeñable, porque los derrubios que se producen en climas secos y cálidos son de granulometría gruesa e incluyen arenas, gravas, cantos angulosos y grandes bloques rocosos. No es difícil imaginar los efectos que causarán tales acumulaciones al ser movilizadas por flujos de agua repentinos y paulatinamente continuos en un planeta sometido a cambio climático global.
Nuevos escenarios climáticos globales requerirán reacomodos, replanteamientos de estrategias y de planes nacionales para la ocupación de la tierra y el aprovechamiento de sus recursos. Más allá de ello, que puede considerarse como el componente secuencial, posterior, el simple conocimiento de la posibilidad real del cambio climático debería motivar mayor compromiso político de los gobiernos para prevenir y prepararse ante la nueva realidad geográfica que tal fenómeno supone. Los gobiernos deberán propiciar mejores procesos productivos, la estimulación de las tecnologías “blandas” o “verdes”, el aprovechamiento de fuentes de energía renovables no contaminantes, el reciclaje y la reutilización de desechos. Lo cultural y educativo tendrá en estos aspectos un peso determinante.
Los países cuentan en la actualidad con los recursos tecnológicos y científicos para este emprendimiento. El conocimiento del planeta se ha ampliado lo suficiente como para identificar las regiones en las que deberá hacerse énfasis en la aplicación de medidas preventivas y mitigantes ante los efectos drásticos del clima. Las costas planas y bajas, por ejemplo, así como las islas coralinas y arenosas, las marismas, las lagunas costeras, los deltas y los estuarios, todo el conjunto de zonas entre las cuales hay algunas densamente pobladas, serán áreas críticas. Bangladesh, un país asiático superpoblado y de escasa extensión territorial, cuyo territorio abarca casi en su totalidad el delta de los ríos Ganges y Brahmaputra, está entre los primeros que sufrirán los efectos del incremento del nivel marino, una consecuencia segura del cambio global. Obviamente, los gobernantes de ese país se verán enfrentados a situaciones que requerirán toda una reingeniería del modo en que la nación se planteará las prioridades y objetivos nacionales.
En Venezuela, si tomamos en cuenta que varias ciudades populosas están situadas en la franja costera o en zonas planas susceptibles de ser invadidas por el mar, el escenario no es menos dramático. Piénsese en aglomeraciones urbanas como Maracaibo, Cabimas, Ciudad Ojeda, Coro, el área metropolitana de Paraguaná, Puerto Cabello, la franja litoral conurbada de Vargas, Higuerote, el eje Barcelona-Puerto La Cruz-Lecherías-Guanta, Cumaná, Carúpano, Güiria y las ciudades costeras de Nueva Esparta, todas sujetas a alteraciones y daños potenciales por la elevación del mar, fenómeno que evoca las transgresiones marinas ocurridas en épocas remotas del Cuaternario y de las cuales hay evidencias geológicas irrefutables.
Los riesgos naturales, que ahora serán inducidos, aumentarán en un mundo donde el efecto invernadero alterará la circulación atmosférica, sistema natural que distribuye el ingreso de la radiación solar y, por ende, determina los climas del planeta. Con los océanos elevando su nivel y con aguas más cálidas, los huracanes y tifones serán mucho más frecuentes y abatirán las regiones situadas en su trayectoria con más potencia destructiva. Además, con climas más cálidos y húmedos, la franja latitudinal de ocurrencia de estos fenómenos atmosféricos se ampliará hacia el norte y hacia el sur, impactando áreas continentales actualmente exentas de sus efectos.
FUENTE: El Tiempo, 4/ set/ 2014


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