A la humanidad no le queda otra alternativa que cambiar el modo de vida del despilfarro y dejar de quemar combustibles fósiles o perecer.
El ser humano es, tal vez, el único ser viviente que se suicida de forma colectiva. La aseveración se infiere por la forma como destruye el medio ambiente, fuente de vida. Por el deseo, o más bien la ‘enfermedad’ de aumentar su capital, las empresas -con el apoyo de muchos gobiernos- destruyen bosques, desvían ríos, contaminan, afectan la flora y la fauna, ‘siembran’ plástico en los océanos, contribuyen a elevar la temperatura del planeta, destruyen páramos.
En una de sus páginas web y con el título “2020: un año clave para enfrentar las emergencias del clima y la biodiversidad”, la Organización de Naciones Unidas, ONU, expresa: “En los últimos meses, la comunidad científica ha encendido las alarmas sobre el colapso de la biodiversidad y la emergencia climática que atraviesa nuestro planeta. Los científicos y la mayoría de los gobiernos están de acuerdo en que el mundo enfrenta una crisis ambiental sin precedentes, con un gran número de especies al borde de la extinción y temperaturas globales en aumento”.
Puede ser cierto que muchos gobiernos estén de acuerdo de que hay crisis ambiental, pero en la práctica, en varios países con la aquiescencia de los gobernantes, las empresas deterioran el medio ambiente. Los presidentes tienen doble discurso: en los foros internacionales donde se tratan esos temas, se declaran abanderados de la defensa del planeta, pero en sus naciones se confabulan con empresarios para que hagan explotaciones de los recursos naturales sin importar el daño medio ambiental.
Dice también la ONU: “Las soluciones basadas en la naturaleza son la mejor opción para alcanzar el bienestar humano, abordar el cambio climático y proteger el planeta. Sin embargo, la naturaleza está en crisis, ya que estamos perdiendo especies a un ritmo 1.000 veces mayor que en cualquier otro momento histórico registrado. Los seres humanos dependen de ecosistemas estables y saludables para su propia supervivencia”.
Colombia, sin agenda ambiental
Ni este 2020, ni los años anteriores, en el caso particular de Colombia, los gobiernos no han tenido una agenda comprometida con acciones ambientales que detengan la destrucción de ecosistemas tales como páramos, ciénagas, playas, arrecifes, manglares, lagunas, todas necesarias para el equilibrio medioambiental. Más bien, prefieren cambiar agua por oro, bosques por desiertos; trueque que beneficia a unos pocos y perjudica a la mayoría de la población, sobre todo la nativa que ha vivido de esos ecosistemas. El país no puede seguir cambiando la riqueza por espejismos.
Que el cambio climático es peor que una pandemia lo advirtió la ONU con las cifras de muertos por este fenómeno promovido por el hombre. En marzo del 2019 en un informe sobre el estado del planeta, reveló que una de cada cuatro muertes prematuras y de enfermedades se relaciona con la contaminación y otros daños al ambiente. La contaminación atmosférica, los productos químicos que dañan el agua potable y la destrucción acelerada de los ecosistemas vitales para miles de millones de personas están causando una especie de epidemia mundial.
Los avisos sobre los daños al planeta no son nuevos. Por ejemplo, el efecto invernadero es un fenómeno en el cual la radiación de calor de la superficie de la Tierra es absorbida por los gases de la atmósfera y es emitida de nuevo en todas direcciones, generando aumento de la temperatura media de 0,2 grados Celsius –oC– por decenio y reducción de la superficie de glaciares, lo que conlleva a la elevación del nivel del agua de mares y océanos. El fenómeno se puede contrarrestar dándole prioridad al transporte público, reutilizando todo lo más que se pueda, ahorrando energía y agua, consumiendo menos carne.
El efecto invernadero fue formulado en el siglo XIX por Joseph Fourier (1768-1830), gran matemático francés. Dedujo su existencia en la década de1820 cuando se dio cuenta de que la Tierra estaba mucho más caliente de lo esperado, teniendo en cuenta la distancia que la separaba del sol, aproximadamente 150 millones de kilómetros. Si no fuera por tal situación, el planeta sería tan frío como la Luna y Marte. Es más caliente porque la radiación solar pasa más fácilmente hacia adentro de la atmósfera calentando la superficie de nuestro planeta.
Agricultura y deforestación, otros detonantes
El fenómeno se agudizó al aumentar los gases emitidos por el hombre. Los conocidos como gases de efecto invernadero –GEI–, calentando más el planeta. ¿Cuáles son esos gases? Metano, dióxido de carbono, óxido nitroso, ozono. Se producen por procesos naturales, como cuando respiran las plantas, los animales y las personas; también, por las actividades humanas, como cuando fabrica plástico, extrae y consume combustibles fósiles, la deforestación, la erosión del suelo, la agricultura y la ganadería. Según la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación la Agricultura, FAO, tanto la deforestación como la agricultura son responsables de un cuarto de los GEI.
Otro científico, el químico sueco Svante A. Arrhenius, Nobel de Química 1903, sugirió que una concentración doble de gases de CO2 provocaría un aumento de temperatura de 5 oC. Él, junto con Thomas Chamberlin, calculó que las actividades humanas podrían provocar ese incremento mediante la adición de CO2 a la atmósfera. Los cálculos a mano son parecidos a los que se hacen actualmente con los modelos y computadores más actualizados.
En realidad, Arrhenius pretendía resolver el problema de las glaciaciones, ya que le interesaba, inicialmente, el enfriamiento global más que el calentamiento. Tuvo la fortuna de que los cálculos funcionaban bien en ambos sentidos. Pero él no les dio mucha importancia a los cómputos porque no se imaginó que los seres humanos llegasen a emitir tanto CO2. Pensaba que necesitarían tres mil años para que duplicasen la cantidad de CO2, pero ya se sabe que fue una idea equivocada, porque hoy, unos 100 años después, los GEI son una de las grandes amenazas de la existencia humanidad.
Las emisiones de carbono siguen aumentando
Según Laurence C. Smith, autor del libro El mundo en el 2050, publicado en 2011, “ya hemos aumentado la concentración de CO2, en la atmósfera casi un 40 %, de unas 280 partes por millón en volumen, ppmv, en los tiempos preindustriales a unas 387 ppmv en 2009. Dos tercios de ese aumento están minuciosamente documentados desde 1958, el año en que Charles Keeling puso en marcha el primer programa continuo de mediciones de muestras de aire en el Observatorio de Mauna Loa, en Hawai, dentro del Año Geofísico Internacional”.
Agrega: “Las mediciones atmosféricas de otros dos potentes GEI emitidos también por la actividad humana, el metano y el óxido nitroso, han seguido unas pautas ascendentes parecidas. Según lo que decidamos acerca de las emisiones de carbono, las predicciones de la concentración de CO2 atmosféricos para finales del siglo XXI van desde las 450 ppmv a las 1,350, lo que se corresponde con un aumento de la temperatura media mundial de 0,6 a 4,0 grados, que hay que sumar a los 0,7 grados ya experimentados en el siglo XX”.
Smith es catedrático y profesor de geografía y ciencias de la Tierra y el espacio en la universidad de California en Los Ángeles. Ha sido asesor del Congreso para estudiar el impacto del cambio climático, y su trabajo tiene un lugar destacado en el cuarto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, ganadores del Premio Nobel de la Paz en 2007. Infortunadamente, mientras los científicos investigan y explican lo que pasa con el planeta, políticos y gobernantes venidos a menos, como Donald Trump, niegan el cambio climático. Otros no lo niegan, pero permiten que los empresarios continúen con su degradación.
FUENTE: La Crónica del Quindío, 20-12-2020