Voy a dejarlo claro para no incitar interpretaciones después de la lectura del titular: sí, el cambio climático existe, y no, no se puede afirmar que el temporal de nieve asociado a Filomena es consecuencia directa del mismo, ya que no hay evidencia clara que lo demuestre.

Después del paso de la borrasca Filomena que ha dejado inusuales nevadas en el interior peninsular, el debate, auspiciado por la no tan inusual y desacertada intervención de un político – Javier Lambán, presidente de Aragón, vía Twitter – sobre la relación de Filomena con el cambio climático, ha surgido en los medios de comunicación, incluso abriendo tribunas de opinión en alguno de los principales medios de comunicación del país. El tema, claro está, da para posicionamientos extremos y normalmente carentes de base científica. Por un lado está el argumento que defiende Lambán, según el cual el cambio climático no afectará a la acumulación de nieve en las montañas españolas, como dejaría patente el paso de esta borrasca y por tanto, continúa Lambán, hay que defender el sector del esquí y el turismo de nieve en las montañas de Aragón. Y en el otro extremo está el argumento no menos desacertado, y defendido por la tribuna de El País, La Sexta y otros medios, de que Filomena no es sino otro síntoma más, o consecuencia directa, del cambio climático. Parece que éste último extremo es el que más está calando en el discurso público, por ello me centraré más en dar una respuesta al mismo.

Para introducir un argumento sosegado a este debate probablemente haya que recurrir a la manida explicación de la diferencia entre tiempo y clima y en este caso, además, a la diferencia de corte más académico entre cambio climático y variabilidad climática. Mientras que el clima se refiere a las condiciones atmosféricas medias y a largo plazo que se producen en un lugar de la Tierra (clima cálido, clima húmedo ,etc.), el tiempo describe dichas condiciones en un instante determinado (tiempo lluvioso, tiempo estable, etc.). Ambos se complementan, pero la atmósfera es caprichosa y nada impide que en un clima seco pueda haber episodios de lluvia torrencial o que en un clima frío encontremos olas de calor. Nosotros vivimos en un clima templado en el que (perdonen la perogrullada) en invierno hace frío y en verano calor. Pero nunca hará el mismo frío ni el mismo calor, pues el sistema climático es complejo y de comportamiento no lineal y unos inviernos serán más fríos y otros más templados, y esto forma parte de la variabilidad natural del clima. En concreto, en nuestro ámbito geográfico, los veranos suelen estar dominados por la presencia del Anticiclón de las Azores, haciendo que gocemos de tiempo estable, mientras que en invierno (debido a un desplazamiento hacia el sur de los sistemas de presión atmosférica) es común la entrada de borrascas formadas en el Atlántico Norte que dejan precipitaciones en todo el país. Por tanto, las borrascas invernales no son ninguna anomalía en nuestro clima. Además, por nuestra latitud, no nos encontramos muy alejados del frente polar, una región fronteriza entre el aire polar y el aire subtropical que se sitúa más o menos en latitudes de 60º, pero que también sufre desplazamientos estacionales hacia el sur y hacia el norte. Por ello es habitual que en verano tengamos incursiones de masas de aire tropical, dando lugar a olas de calor, y en invierno nos visiten masas de aire polar (del Ártico, o de Siberia) que provocan descensos enormes de temperatura y olas de frío como la que se está viviendo estos días.

¿Por qué se ha producido una tormenta de nieve tan intensa sobre la península durante tres días? Simplemente, porque han coincidido en el tiempo y en el espacio una profunda borrasca Atlántica, Filomena, que aporta inestabilidad y precipitaciones, con una incursión de aire polar que aporta temperaturas negativas para que las precipitaciones se produzcan en forma de nieve. Aunque sea infrecuente, no es la primera vez que esto sucede, ni será la última, y aunque la memoria climática nos suele fallar a todos, están los registros climáticos para atestiguarlo.

Por lo tanto, ¿qué relación puede guardar este evento con el cambio climático? En principio ninguna, aunque el asunto es más complejo y requiere también una breve explicación. Entendemos por cambio climático al aumento paulatino de las temperaturas globales (esto es muy importante, es decir, al promedio de las temperaturas de toda la Tierra) desde mediados del siglo pasado. La anotación que he hecho entre paréntesis implica que puede haber un año o varios años de bajas temperaturas, o una región de la Tierra que no esté experimentando calentamiento, y no por ello el calentamiento a nivel global esté dejando de producirse. Es un hecho indiscutible – al menos para el 97% de la comunidad científica –, y lo atestiguan numerosos indicadores ambientales, no sólo los registros de temperaturas globales, sino otros como el continuo retroceso de los glaciares de montaña de todo el planeta, o el aumento del nivel del mar. Entre las predicciones que simulan los modelos climáticos, el calentamiento global puede provocar una mayor frecuencia de eventos meteorológicos extremos como huracanes (por el aporte energético de un océano cada vez más cálido), olas de calor, sequías e inundaciones. ¿También de olas de frío? Aquí el asunto no está tan claro. Sabemos que las entradas de aire frío polar en nuestras latitudes están en gran parte gobernadas por la corriente en chorro (o jet stream) polar: un enorme flujo de aire de hasta 200 km/h de velocidad que recorre las capas medias y altas de la atmósfera separando el aire polar del aire subtropical, y describiendo ondulaciones en su discurrir. Cuando la corriente en chorro se debilita, las ondulaciones se hacen más pronunciadas y esto favorece la incursión de bolsas de aire polar y por lo tanto de olas de frío, a nuestras latitudes. La comunidad científica no ha encontrado aún evidencias contrastadas de que el calentamiento global pueda favorecer más entradas de aire polar en nuestras latitudes. De hecho la física atmosférica sugiere una respuesta contradictoria y demasiado compleja como para sacar conclusiones incuestionables: cuanto más se caliente el polo norte respecto al ecuador – situación observada en las capas bajas de la atmósfera y conocida como amplificación ártica –, menor será el gradiente térmico entre el ecuador y el polo, que es el mecanismo primigenio de la corriente en chorro. Ello podría debilitar la corriente en chorro, pronunciando más las ondulaciones y favoreciendo la entrada de aire polar en latitudes bajas; pero a la vez provocaría un mayor desplazamiento hacia el norte de la corriente en chorro, alejando así las masas polares de nuestras latitudes. Especulaciones aparte, la realidad es tozuda, y los estudios más recientes confirman un descenso en la frecuencia e intensidad de olas de frío en el hemisferio norte durante las últimas décadas.

La respuesta a la pregunta formulada líneas arriba no puede ser, por lo tanto, taxativa; pero sí se puede afirmar que es muy aventurado asociar directamente las nevadas provocadas por la borrasca Filomena con el cambio climático. Ello no le resta gravedad a los efectos del calentamiento global, que están de sobra documentados, pero es conveniente evitar la difusión de mensajes sensacionalistas y sin base científica que pueden restar credibilidad al necesario discurso de concienciación pública sobre el cambio climático.