Los restos de animales conservados durante siglos en el permafrost de Siberia -ahora afectado por el cambio climático- pueden contener paleovirus (virus fósiles) o fragmentos de este tipo de agentes infecciosos que pueden ayudar a entender la evolución de virus modernos.
Para avanzar en este campo, investigadores del Centro Estatal [de Rusia] de Investigación Vektor y de la Universidad Federal del Nordeste, de Rusia, han puesto en marcha un proyecto para el estudio de tejidos de animales conservados en Museu del Mamut en Yakutsk, capital de la República de Sajá, en Siberia oriental, Rusia. Buena parte de estos restos biológicos han sido encontrados en los últimos diez años debido al deshielo provocado por el cambio climático.
Una especialidad al alza
La pandemia provocada por el SARS-CoV-2 está dejando bien clara (pese a lo que digan en España algunos jueces de pocas luces) la importancia del trabajo de epidemiólogos y otros científicos especializados como los virólogos.
La búsqueda del origen del coronavirus causante de la Covid-19 se centra ahora en animales como los murciélagos o los pangolines pero, por extensión, también se ven reforzados todos los trabajos relacionados con el estudio de virus.
Una de las áreas más atractivas de esta especialidad es la búsqueda y estudio de paleovirus (virus antiguos "fósiles virales") y en zonas como Siberia, este estudio se relaciona muy estrechamente con el problema del cambio climático. De hecho, buena parte de los restos de animales que sirven ahora para la búsqueda de paleovirus han sido descubiertos debido al deshielo del permafrost asociado al aumento global de las temperaturas.
Inicio de los trabajos
El Centro de Investigación Vektor tiene entre sus objetivos principales el seguimiento de diversos tipos de infecciones, recopila una gran cantidad de material para la investigación epidemiológica en Rusia y en otros países, según destaca la nota informativa difundida por la Universidad Federal del Noroeste (Rusia).
"Durante la última década, ha habido algunos intentos de iniciar este tipo de trabajos, pero ahora hemos pasado de la planificación a la acción”, comenta Olesya Okhlopkova, investigadora del Departamento de Biofísica e Investigación Ambiental del Centro Vektor.
El primer hallazgo para la selección de tejidos blandos fue el caballo Verkhoyansk, que se encontró en 2009 en la región del mismo nombre y que tiene unos 4.450 años de antigüedad.
El valor científico del hallazgo radica, en el caso de este caballo, en el hecho de que se descifró el genoma nuclear completo, gracias a lo cual se conoció la historia del origen del caballo Yakut moderno.
Diversas especies en estudio
“Además del caballo Verkhoyansk, en el marco del proyecto, se estudiarán otros animales de la fauna prehistorica de Siberia: el alce Omoloy, el mamut Malolyakhovsky, los perros Tumat, la perdiz antigua, varios roedores, liebres y otros, indica la Universidad Federal del Noroeste.
El jefe del departamento de exposiciones del Museo del Mamut, Sergei Fedorov, ha explicado que los restos utilizados para este tipo de estudios se conservan en un refrigerador-contenedor especial a una temperatura de entre -16 ºC y -18 ºC.
En total, el museo contiene más de 20 tipos de restos de animales de este tipo.
"Con la ayuda de nuevos métodos de investigación esperamos que en nuestras instalaciones se encuentren paleovirus y consigamo interesantes descubrimientos en el mundo de los virus ”, ha apuntado Sergei Fedorov, jefe del departamento de exposiciones del Museo del Mamut.
Dice que las películas sobre el apocalipsis climático generan un temor fascinante, pero cree que los medios y la ciencia se equivocan cuando sólo hablan del fracaso ante el calentamiento global: es necesario también definir qué podemos hacer para contenerlo y, a partir de eso, contar otra historia: la historia donde triunfamos.
Esa es la propuesta del psicólogo y economista Per Espen Stoken, director del Centro de Crecimiento Verde de la Escuela de Negocios de Noruega.
Stoken cree que para movilizar a las personas frente al cambio climático es necesario dejar de pensar en el fin del mundo y empezar a creer que sí podemos ganar la batalla.
En 2015, el psicólogo publicó el libro "En qué pensamos cuando tratamos de no pensar en el calentamiento global" (What We Think About When We Try Not to Think About Global Warming), identificando los mecanismos con los que funcionan las personas que no creen en el cambio climático y proponiendo un nuevo marco a partir del cual impulsar los cambios que requiere disminuir los gases de efecto invernadero.
Stoken fue parte del Congreso Futuro que se organiza cada verano en Chile, este año en versión online, y conversó con BBC Mundo.
Usted ha planteado que, ante el cambio climático, no podemos pensar sólo en el apocalipsis: también tenemos que crear un relato en el que seamos capaces de triunfar sobre esta amenaza. ¿Podría explicarnos más esa idea?
Me gustaría partir diciendo que, en muchas formas, y especialmente en los países occidentales, existe una cultura cristiana, y la cultura cristiana tiene su libro fundacional en la Biblia. La Biblia termina en el apocalipsis, ese es el libro final del Nuevo Testamento donde todo se va al infierno y la tierra colapsa.
Esa es la narrativa profunda, la historia profunda de nuestra cultura. Cuando se habla de cómo la atmósfera y el clima se volcarán contra nosotros y terminarán con nuestra civilización, esta narrativa profunda se empieza a actuar en nuestra cultura, porque coincide con lo que hemos estado escuchando por cientos y cientos de años: que si continuamos pecando el mundo se derrumbará, y vendrán el fuego y las catástrofes.
¿Cómo se amplifica este fenómeno?
Las personas que trabajan en la ciencia del clima son gente muy racional. Utilizan números, gráficos, barras lenguajes y conceptos abstractos. Así funcionan.
Pero para trasladar esta información a los medios de comunicación, necesitas una historia. Y durante los últimos 35 años nuestra historia sobre el calentamiento global ha sido apocalíptica, ha sido que nos encaminamos a la catástrofe.
Por qué funciona así es simple y lo sabemos: porque es más fácil. Es más sencillo describir todo este fenómeno en unas pocas palabras y frases, agregando las imágenes de hielos derretidos y osos polares ahogándose, o de grandes columnas de humo y enormes incendios: todo lo que tenemos a mano refuerza esta historia arquetípica sobre el fin de los días.
Y sin saberlo y sin quererlo, la ciencia ha terminado consumida por esta historia del apocalipsis climático.
Pero la intención es buena: crear conciencia sobre el calentamiento global. El problema que usted ve es que esta historia apocalíptica no nos moviliza ni nos empodera, sino al revés.
Exacto. La primera vez que se dio este fenómeno en la prensa mundial fue cerca de 1989, un año después de que Jim Hanson diera testimonio ante el Congreso estadounidense, diciendo que estábamos haciendo "hervir" la tierra.
Fue también justo después del accidente de Chernóbil, cuando el tema ambiental estaba en el centro de la agenda mundial. Era fue la primera vez que el público en general empezó a oír de la amenaza global climática. Y esa amenaza se ha venido repitiendo cada año, en cada una de las COPS (Conferencia de Partes por el Cambio Climático), en cada informe del IPCC (Panel Internacional de Cambio Climático).
Hay estudios del Instituto del Periodismo en Oxford que calculan que más del 80% de los artículos periodísticos sobre los resultados del IPCC usan la perspectiva del apocalipsis y la catástrofe para enmarcar sus notas. Esa, que es la historia dominante, es muy fácil de vender, es buena para llamar la atención, y tiene la intención de crear conciencia. Pero la sicología ya ha estudiado qué ocurre cuando usas el apocalipsis, o la amenaza de una catástrofe de manera recurrente: pasa lo de Pedrito y el lobo. La décima vez que gritas que viene el lobo, nadie se mueve, y el lobo llega.
¿Qué puede explicarnos la sicología sobre este fenómeno?
En sicología hablamos de tres respuestas ante el uso excesivo de la amenaza de catástrofe.
La primera es la habituación. Te acostumbras y ya no respondes. Nosotros ya llevamos 30 años escuchando sobre la catástrofe, así que nuestra respuesta al apocalipsis ha disminuido.
El segundo mecanismo es el de la evitación, porque nos incomoda escuchar que estamos frente a una amenaza global y que la tierra se irá al infierno, preferimos hablar del fútbol, de las celebridades, de lo lindo que está el día, de cualquier cosa que no sea la catástrofe. Empiezas a esquivar el mensaje y al mensajero.
El tercer mecanismo después de la costumbre y la evasión, es la proyección. Proyectas un estereotipo sobre la personas que te están advirtiendo de la amenaza.
¿Qué necesitamos entonces para actuar contra el calentamiento global?
Lo que necesitamos es generar un relato que ayude a las personas a encontrar sentido, a recuperar un sentido de agencia y de comunidad: una historia en la que podemos trabajar juntos ante el cambio climático; una narrativa donde podamos ver qué opciones tenemos de crear un mundo donde el cambio climático no destruirá la civilización.
Esa historia, ese relato tiene que ser contado no por pocos, sino por muchas personas, en muchas formas distintas y de una manera que las personas consideren confiable y tenga aplicaciones prácticas: donde se vea qué rol pueden tener cada uno en esta historia donde ganamos.
¿Cómo puede movilizarnos esta historia de éxito?
Haciendo que las personas puedan ver que sus decisiones son parte de una historia mayor: que si deciden comer menos carne, se hacen parte de un movimiento mayor donde todo el sistema alimentario puede avanzar hacia un modelo más sostenible.
Que cuando tomamos un bus eléctrico, o cualquier transporte público, o una bicicleta, sepamos que nos estamos haciendo parte de una tendencia más grande, que terminará disminuyendo las emisiones que generan los autos, la bencina y el petróleo. Que comprendamos que si usamos energía solar en vez de carbón estamos haciéndonos parte de esta gran historia en la que todos trabajaremos para resolver nuestros problemas: para hacernos parte del tipo de historia que da a cada persona un sentido de comunidad y de destino común.
Cuando uno se siente parte de una historia mayor, cada uno de los esfuerzos que hace contra el cambio climático toman un nuevo sentido.
¿Cree que la idea del apocalipsis climático se fortaleció para contrarrestar el negacionismo climático?
Sí. Cuando yo creo o escucho que el mundo va "a hervir", o que caerá en llamas, puedo hacer dos cosas. Una es refugiarme en el negacionismo. Decir, "no, no hay lobo, el lobo no viene", y de esa manera evitar el dolor y el impacto sicológico que me genera la idea del apocalipsis. Simplemente escondo la amenaza en un lugar donde no pueda verla ni sentirla.
Eso es la negación. Y una de las formas que toma la negación es plantear que el clima siempre está cambiando, o que el fenómeno no es tan peligroso, o que es inevitable, etc. Esos argumentos surgen en parte como respuesta a nuestra sensación de indefensión.
Pero también pasa que cuando escuchamos hablar una y otra vez sobre el apocalipsis, es probable que empecemos a pensar que no hay nada que podamos hacer para detenerlo. Que las cosas se van a ir al infierno de todas formas, así que para qué molestarse. Son dos ideas que están muy conectadas, y ninguna de las dos nos ayuda.
¿Cuál es la alternativa?
Es crear esta otra historia. La historia donde vemos que sí, que podemos hacer algo, y que cuando cada uno de nosotros hace algo, más personas se nos sumarán, porque somos seres sociales, que nos influenciamos unos a otros.
Hay un camino en el que podemos avanzar juntos hacia la construcción de una mejor sociedad, donde el clima vuelva a estabilizarse. La ciencia nos dice que eso todavía es posible.
Si lees el último reporte del IPCC, hay escenarios en los que somos capaces de alcanzar la meta de 1.5 grados. Está planteado en términos muy abstractos, pero puedes encontrarlo en el reporte.
¿Por qué necesitamos hablar de éxito?
Para que la gente pueda comprometerse, reconocerse, y ver cómo juntos podemos progresar hacia una sociedad con menores emisiones de carbono que además sea mucho más igualitaria. Porque no podemos tener un planeta estable si los niveles de inequidad son extremos.
Así que la "justicia climática" también debe ser parte de esta nueva narrativa. No sólo necesitamos un mundo más estable, necesitamos uno donde las personas tienen acceso a comida, casa, movilidad, un lugar donde las necesidades básicas estén cubiertas y la vida sea digna. Porque hoy son las comunidades más pobres las que se están llevando la mayor parte del peso del cambio climático.
¿Cree que la idea de que todo el mundo va a desaparecer nos distrae de los efectos presentes y reales que tiene el calentamiento global sobre comunidades más pobres, que están enfrentando inundaciones, deslizamientos de tierras o sequías?
Exacto. Por eso esta historia de un mundo que logra cierta estabilidad, tiene que ser también una historia que hable de inclusividad, que incorpore a quienes hoy están en la primera línea, cargando el peso del impacto del calentamiento global, a los refugiados climáticos.
Por eso tenemos que describir y pensar cómo vamos a reconstruir los bosques, cómo reconstruiremos las vías fluviales y la tierra, cómo recuperamos las zonas que aún no están completamente degradadas.
¿Qué rol juega esta narrativa sobre las empresas, que muchas veces sólo piensan en los beneficios a corto plazo, y no en el costo climático?
De eso trata mi segundo libro, "La economía del mañana". Allí planteo la necesidad de generar un "crecimiento sano", que genere valor para las personas, el ecosistema y la sociedad. Y para eso necesitamos que las personas empujen a las empresas y la política en la dirección correcta.
¿Por qué cree que hoy se hacen tantas películas sobre el apocalipsis climático?
Porque nos crean una especie de temor fascinante, una especie de emoción ante esta amenaza existencial. Ver este tipo de películas te permite explorar la sicología del apocalipsis en un espacio seguro, porque la película termina y tú estás bien.
Un famoso poeta noruego decía hace varias décadas que desde que él era un niño, a principios de 1900, se vivía con esta idea de que el mundo se iba a acabar. El fin del mundo siempre está cerca, sicológicamente hablando, porque nuestro cerebro, nuestro lenguaje y creencias están muy atados a esta idea del fin de los tiempos. Pero nos equivocamos cuando pensamos que el fin del mundo ocurrirá en una fecha particular.
El fin del mundo puede ser una idea de cierta profundidad, si la elaboras de una forma imaginativa. Pero cuando amenazas a los demás con el fin del mundo, bloqueas su imaginación, los empujas a la negación, a la inacción. Necesitamos contarnos las dos historias. La historia del apocalipsis, pero también la historia de la transición, de cómo triunfamos y logramos crear una forma de vida sustentable para la humanidad. De cómo logramos llegar a ser nueve billones de personas viviendo bien, juntas, en un mismo planeta. Esa es la historia que tenemos que encontrar.
El lunes pasado los estados de Chihuahua, Nuevo León y Tamaulipas (México) registraron uno de los peores temporales invernales de su historia, congelando los ductos de gas, provocando que a 400 mil usuarios les faltará electricidad. Más tarde se informó que existían problemas en Hidalgo y Puebla. El martes el Centro Nacional de Control de Energía anunció que habría interrupciones en 12 entidades del país debido a cortes de carga rotativo y aleatorios. Esta situación pone en evidencia los desastrosos efectos del cambio climático. Bill Gates en su libro más reciente Como evitar un desastre climático (Plaza Janes) sostiene que los efectos del cambio climático serán mucho peores que los de la pandemia si no conseguimos reducir a cero las emisiones de efecto invernadero para el año 2050. Sabe que es una misión titánica, pero no la cree imposible si los mercados, la tecnología y la política se alinean con el mismo fin. Señala que hay dos números relacionados con el cambio climático que conviene conocer. El primero es 51 mil millones, el segundo es cero. 51 mil millones es el número aproximado de toneladas de gases causantes del efecto invernadero que el mundo aporta cada año a la atmosfera y señala que cero es la cantidad a la que debemos aspirar.
A esta disrupción se suma la noticia de Víctor Bourguett Ortiz, director del Organismo de Cuenca Aguas del Valle de México, que comentó que las tres presas que alimentan el Sistema Cutzamala presentan el segundo año “más malo” en captación de agua comparado con los niveles registrados hace 12 años. Actualmente, el volumen de almacenamiento es solo 56.4 por ciento, siendo la media histórica 20 puntos arriba. Esto es un anuncio terrible para el área metropolitana del Valle de México, que tendrá que racionar el agua ante esta escasez. Esta baja en las presas Villa Victoria, El Bosque y Valle de Bravo se debe a que ha llovido menos, aunque el cambio climático, además de la deforestación en las cuencas, son factores que 'abonan' a la disminución de las llamadas fábricas de agua.
Estas noticias dan cuenta de una emergencia para la que no está preparado el país, las fuentes de abastecimiento de la energía eléctrica son fundamentalmente de combustibles fósiles y su contribución al efecto invernadero es de aproximadamente 27 por ciento. En esta perspectiva correspondería a la Comisión Federal de Electricidad buscar alternativas que establecieran una estrategia para diversificar las fuentes de energía, como la solar, la eólica, la geotérmica y la nuclear. Sin embargo, es mucho pedir, porque esto requiere de planeación y es de lo que carece esta entidad paraestatal. El apagón derivó de la falta de planeación hacia adentro de la empresa, los encargados de la operación descuidaron el abastecimiento incluso del gas natural, les falto un esquema de planeación de compras anticipadas de gas natural y esto combinado con el congelamiento de las tuberías, provocó el apagón en el norte del país, impactando negativamente la operación de empresas clave, causando pérdidas millonarias para toda la industria de la región, afectando de igual manera a los hogares.
A lo anterior se suma que parte del gas que abastecía a las plantas generadoras de energía provenía de Texas. En esta perspectiva la planeación en materia energética tendrá que pasar por acuerdos con las empresas abastecedoras del gas y en una perspectiva más amplia con los nuevos responsables de la energía en la administración Biden. En este caso la responsable es la exgobernadora de Michigan, Jennifer Granholm, que no es una novata, ya que cuando Chrysler y General Motors se enfrentaron a la bancarrota durante la crisis financiera, la gobernadora trabajó en un rescate que los empujó a invertir en tecnologías verdes, como el almacenamiento de baterías. Desde entonces, los fabricantes de automóviles han intensificado drásticamente los planes de producción de unidades eléctricas, lo que permitirá comercializar a finales de año el Cadillac eléctrico. El plan apunta a hacer que el sector eléctrico del Estados Unidos sea neutral en carbono para 2035.
Esta administración requiere recapacitar sobre su modelo energético, en la perspectiva de descarbonizar la red eléctrica desplegando los recursos verdes actuales allí donde resulten más útiles e invirtiendo en innovaciones relacionadas con la generación, el almacenamiento y la transmisión de energía. Asimismo, requiere utilizar la energía de manera más eficiente, para ello necesita establecer un plan de largo plazo para el recambio energético, para la preservación del agua y del medio ambiente. De no hacerlo así, viviremos expuestos a la escasez de energía y de agua intermitentemente, esto acabará afectando a la economía y a la convivencia de la sociedad en su conjunto.
El deshielo de los casquetes polares, el calentamiento de los océanos, las tormentas intensas, las olas de calor, las sequías, las inundaciones y los incendios forestales: todos estos efectos bien documentados del cambio climático quizá parezcan demasiado lejanos como para instar a muchas personas a adoptar comportamientos que puedan frenar el calentamiento del planeta. A no ser que tu vecindario haya sido destruido por un fuerte huracán o un voraz incendio forestal, es probable que pienses que esas catástrofes solo les suceden a otras personas.
No obstante, ¿qué pasaría si te dijera que, independientemente de dónde vivas o de tu nivel socioeconómico, el cambio climático puede poner en peligro tu salud, tanto física como mental, en este momento y en el futuro? ¿Y no solo tu salud, sino también la de tus hijos y nietos? ¿Considerarías la posibilidad de hacer cambios para ayudar a mitigar la amenaza?
Relativamente pocos estadounidenses asocian el cambio climático con posibles daños a su salud, y la mayoría ha pensado poco en esta posibilidad. Aunque leo mucho acerca de temas médicos, al igual que la mayoría de los estadounidenses, yo también desconocía cuántos peligros para la salud puede acarrear el cambio climático.
Estudios realizados en Estados Unidos y el Reino Unido han demostrado que “las personas tienen una fuerte tendencia a ver el cambio climático como una amenaza menor para su salud y la de su familia que para la salud de otras personas”, según Julia Hathaway y Edward W. Maibach, del Centro de Comunicaciones para el Cambio Climático de la Universidad George Mason.
Dos informes publicados hace poco lo confirman. Uno de ellos, elaborado por dos expertos en salud pública, aboga por la creación, en el seno de los Institutos Nacionales de Salud, de un “Instituto Nacional del Cambio Climático y la Salud” para informar mejor a la comunidad médica, a los funcionarios públicos y a los ciudadanos sobre las maneras de frenar las amenazas inminentes para la salud humana derivadas de nuevos aumentos en el calentamiento global.
Los expertos, Howard Frumkin y Richard J. Jackson, ambos exdirectores del Centro Nacional de Salud Ambiental de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, advirtieron que las catástrofes recientes relacionadas con el clima, como los devastadores incendios forestales y una temporada de huracanes que ha batido récords, demuestran que nuestra incapacidad para tomar en serio el cambio climático está provocando sufrimiento y muertes innecesarias.
El segundo informe apareció justo cuando comencé a investigar las pruebas que sustentaban su propuesta: un artículo de fondo en The New York Times el 29 de noviembre con el titular “El humo de los incendios forestales en California está envenenando a los niños”. En él se describían los daños pulmonares y las amenazas de por vida para la salud de los jóvenes que se ven obligados a respirar el aire repleto de humo de los incendios forestales, los cuales comenzaron a arrasar en agosto y ensuciaron el aire durante todo el otoño.
Los niños no son los únicos que están en peligro. Cualquier persona con asma puede sufrir ataques mortales cuando los niveles de contaminación se disparan; además, aumentan los riesgos de presentar enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares. Un estudio reciente publicado en la revista JAMA Neurology acerca de más de 18.000 estadounidenses con deterioro cognitivo ha revelado una estrecha relación entre los niveles de contaminación atmosférica elevados y un mayor riesgo de desarrollar demencia.
“Nuestro clima cambiante tendrá un impacto mucho mayor en la salud de las personas con el paso del tiempo”, señaló Jackson. Las personas de todas las edades desarrollarán alergias respiratorias y quienes ya las padecen podrían empeorar, ya que las plantas y los árboles responden a un clima más cálido y liberan sus alérgenos en más lugares y durante más tiempo.
Las enfermedades infecciosas transmitidas por garrapatas, mosquitos y otros portadores también aumentan en un clima más cálido. Incluso aumentos ligeros de temperatura en zonas templadas incrementan el potencial de epidemias de la enfermedad de Lyme, la fiebre maculosa de las Montañas Rocosas, la encefalitis y otras infecciones transmitidas por garrapatas, así como el virus del Nilo Occidental, el dengue e incluso el paludismo, que se transmiten por mosquitos.
El cambio climático pone en peligro la seguridad de los alimentos y el suministro de agua al fomentar organismos que provocan intoxicaciones alimentarias y la contaminación microbiana del agua potable. Las inundaciones extremas y los huracanes pueden provocar epidemias de leptospirosis; el simple hecho de caminar por las aguas de las inundaciones puede multiplicar por quince el riesgo de esta infección bacteriana de la sangre.
Estos son solo algunos de los riesgos para la salud vinculados con el calentamiento global. Son extensos y reducirlos requiere esfuerzos tanto a nivel social como individual. Sí, la sociedad está cambiando, aunque lentamente. El gobierno de Biden se ha vuelto a unir al Acuerdo de París. General Motors, el fabricante más importante de automóviles del país, anunció que se dedicará a los vehículos eléctricos y a otras iniciativas de energía verde, y Ford, Volkswagen y otros están haciendo lo mismo.
Para que no sientas que no es posible hacer algo, permíteme sugerir algunas acciones que muchos de nosotros podemos emprender para que todos tengamos un futuro más saludable.
Supongo que ya has cambiado tus focos por otros más eficientes como los LED, pero ¿has verificado el origen de tu electricidad para ver si depende principalmente de fuentes de energía renovables no contaminantes? ¿Puedes instalar paneles solares donde vives? Si puedes costearlo, sustituye los viejos electrodomésticos que consumen mucha energía por otros más nuevos y eficientes, y no desperdicies la electricidad ni el agua.
Ahora aborda el tema del transporte. Conduce menos y utiliza más la energía de las personas. Siempre que sea posible, ve al trabajo y haz los mandados en bicicleta, a pie o en monopatín, lo que también puede mejorar tu salud de manera directa. O bien, utiliza el transporte público. Si tienes que conducir, considera la posibilidad de adquirir un auto eléctrico, el cual te puede ahorrar dinero en combustible además de ayudar a proteger el medioambiente.
¿Qué te parecería llevar un inventario de tu dieta que pueda mejorar tu salud tanto directa como indirectamente? Restringir o suprimir la carne roja para reducir los gases de efecto invernadero y más bien apostar por alimentos de origen vegetal es el comienzo perfecto para mejorar la salud del planeta y sus habitantes.
Minimiza los residuos. De acuerdo con Jackson, actualmente se desperdicia el 30 por ciento de los alimentos. Compra solo lo que necesites y consúmelo antes de que se eche a perder. Apoya organizaciones como City Harvest, que distribuye entre personas necesitadas los alimentos que no se vendieron en las tiendas y los que no utilizaron los restaurantes.
Reutiliza o recicla los materiales en lugar de tirar todo lo que ya no quieres o necesitas.
La aparición del SARS-CoV-2, el virus que causa la actual pandemia de Covid-19, pudo estar asociado al cambio climático porque las emisiones globales de gases de efecto invernadero durante el último siglo han convertido al sur de China en un punto de acceso para los coronavirus transmitidos por murciélagos, al impulsar el crecimiento del hábitat forestal favorecido por esos animales.
Así se recoge en un estudio realizado por investigadores de Alemania, Estados Unidos y Reino Unido, y publicado este viernes en la revista 'Science of the Total Environment'.
Ese trabajo ofrece la primera evidencia de un mecanismo por el cual el cambio climático podría haber desempeñado un papel directo en la aparición del SARS-CoV-2. Los autores revelan cambios a gran escala durante el último siglo en la vegetación de la provincia de Yunnan (sur de China) y las regiones adyacentes en Myanmar y Laos.
Los cambios climáticos, incluidos el aumento de la temperatura, la luz solar y el dióxido de carbono atmosférico, que afectan el crecimiento de plantas y árboles, han cambiado los hábitats naturales de matorrales tropicales a sabanas tropicales y bosques caducifolios, lo que crea un entorno adecuado para muchas especies de murciélagos que viven predominantemente en los bosques.
La cantidad de coronavirus en un área está estrechamente relacionada con la cantidad de diferentes especies de murciélagos presentes.
El estudio indica que otras 40 especies de murciélagos se trasladaron a la provincia de Yunnan en el siglo pasado, albergando alrededor de 100 tipos más de coronavirus transmitidos por esos animales. Este 'punto de acceso global' es la región donde los datos genéticos sugieren que puede haber surgido el SARS-CoV-2.
"El cambio climático durante el último siglo ha hecho que el hábitat en la provincia de Yunnan, en el sur de China, sea adecuado para más especies de murciélagos", apunta Robert Beyer, investigador del Departamento de Zoología de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y primer autor del estudio.
Beyer añade que "comprender cómo ha cambiado la distribución global de las especies de murciélagos como resultado del cambio climático puede ser un paso importante en la reconstrucción del origen del brote de Covid-19".
MAPA DE VEGETACIÓN
Para obtener sus resultados, los investigadores crearon un mapa de cómo era la vegetación del mundo hace un siglo a partir de registros de temperatura, precipitación y nubosidad. Luego utilizaron información sobre los requisitos de vegetación de las especies de murciélagos en el planeta para calcular la distribución global de cada especie a principios del siglo XX.
Comparar esto con las distribuciones actuales les permitió ver cómo la 'riqueza de especies' de murciélagos ha cambiado en todo el mundo durante el último siglo debido al cambio climático.
"A medida que el cambio climático alteró los hábitats, las especies abandonaron algunas áreas y se trasladaron a otras, llevándose sus virus consigo. Esto no sólo alteró las regiones donde los virus están presentes, sino que probablemente permitió nuevas interacciones entre animales y virus, lo que provocó que más virus dañinos se transmitieran o evolucionaran", explica Beyer.
La población mundial de murciélagos porta alrededor de 3.000 tipos diferentes de coronavirus y cada especie de murciélago alberga un promedio de 2.7 coronavirus, la mayoría sin mostrar síntomas. Un aumento en la cantidad de especies de murciélagos en una región en particular, impulsado por el cambio climático, puede aumentar la probabilidad de que un coronavirus dañino para los humanos esté presente, se transmita o evolucione allí.
La mayoría de los coronavirus transmitidos por los murciélagos no pueden afectar a los humanos. Pero es muy probable que varios coronavirus que se sabe infectan a los humanos se hayan originado en los murciélagos, incluidos tres que pueden causar muertes humanas: el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y los síndromes respiratorios agudos severos (SARS) CoV-1 y CoV-2.
La región identificada por el estudio como un punto crítico de aumento en la riqueza de especies de murciélagos impulsado por el clima también alberga pangolines, que se sugiere que actuaron como huéspedes intermediarios del SARS-CoV-2.
Es probable que el virus haya pasado de los murciélagos a estos animales, que luego se vendieron en un mercado de vida silvestre en Wuhan, donde estalló el brote humano inicial.
Los investigadores se hacen eco de estudios anteriores que instan a los responsables políticos a reconocer el papel del cambio climático en los brotes de enfermedades virales y abordar el cambio climático como parte de los programas de recuperación económica de la Covid-19.
"La pandemia de Covid-19 ha causado un daño social y económico tremendo. Los gobiernos deben aprovechar la oportunidad de reducir los riesgos para la salud de las enfermedades infecciosas tomando medidas decisivas para mitigar el cambio climático", recalca Andrea Manica, del Departamento de Zoología de la Universidad de Cambridge.
Camilo Mora, de la Universidad de Hawái en Manoa (Estados Unidos) y que inició el estudio, indica que "el hecho de que el cambio climático pueda acelerar la transmisión de patógenos de la vida silvestre a los humanos debería ser una llamada de atención urgente para reducir las emisiones globales".
Los investigadores enfatizaron la necesidad de limitar la expansión de áreas urbanas, tierras de cultivo y terrenos de caza en hábitats naturales para reducir el contacto entre humanos y animales portadores de enfermedades.
El estudio muestra también que el cambio climático también ha provocado durante el último siglo aumentos en el número de especies de murciélagos en regiones de África central y zonas dispersas en América Central y del Sur.