La Cumbre de la Tierra del año 1992 fue capaz de convocar a representantes de la práctica
totalidad de la Naciones del mundo y de sus ciudadanos para crear una visión compartida sobre la
magnitud de los retos ambientales y sobre la necesidad de tomar acciones urgentes para
resolverlas.
En su momento, la cumbre sirvió como catalizador para la creación de un “movimiento
ciudadano global”, de espacios de diálogo y concertación entre los gobiernos y la sociedad civil y
para sentar las bases de una activa comunidad internacional.
Todo ello alrededor de la necesidad compartida de encontrar caminos para reconciliar las aspiraciones del progreso económico con la conservación del medio ambiente y con la construcción de un mundo más igualitario.
Hoy en día, todos reconocemos que la crisis ambiental está íntimamente relacionada con la
economía y la sociedad y que ninguna solución realista puede resolverla sin acometer al mismo
tiempo los problemas del desarrollo y de la exclusión social.
Del mismo modo, no hay soluciones sostenibles de la pobreza, ni logros económicos duraderos que no estén sustentados en un uso sostenible de los múltiples servicios que presta el medio ambiente a la economía.
En otras palabras, las crisis superpuestas del desarrollo y del medio ambiente deben tener una respuesta
integrada y común. Además de ello, a través del principio de “responsabilidad común pero
diferenciada” la Cumbre de Río reconoció la mayor responsabilidad de los países avanzados, tanto
en el origen de los problemas como en aportar soluciones a los mismos, asumiendo también que
la salida de los mismos debe ser equitativa sin que suponga la renuncia de los más pobres a sus
legítimas aspiraciones de progreso económico.
No sólo se requieren acciones nacionales sino también políticas internacionales y esfuerzos compartidos y que las acciones en los países en desarrollo se apoyen en iniciativas internacionales encaminadas a conseguir el desarrollo sostenible.
FUENTE: un.org
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