Para salir de la etapa de energías fósiles que amenazan al planeta, ¿cómo lograrlo sin recurrir a la energía nuclear?
El año pasado, el ala liberal del partido demócrata en los EU adoptó el Green New Deal, un “New Deal Verde”. En la lamentable campaña de 2016, ni Hillary, ni Trump tocaron el tema del cambio climático. Con la necesaria recuperación económica en los meses que vienen ¿volverán estos demócratas al New Deal Verde? Todos somos miopes y vivimos al día, olvidando el futuro.
¿Y la opción nuclear? Cuando se le menciona, surgen los fantasmas de Hiroshima y Nagasaki, Chernobyl y Fukushima, y preferimos soñar con energías alternativas, vientos, mares, hidrógeno y nos tranquilizamos con la idea de comer menos tacos, renunciar a las hamburguesas, incluso olvidarse de la carne, usar menos el aire acondicionado, comprar un coche híbrido: unas gotas en el mar. La buena voluntad individual no puede lograr lo que la voluntad política general.
¿Por qué menciono la opción nuclear? Despierta pasiones como los OGM, de manera que la discusión racional es muy difícil. Sin embargo, citaré al especialista francés Jean-Marc Janovici: “La energía nuclear civil presenta la triple ventaja de utilizar una suma de energía concentrada, semejante en eso a los hidrocarburos (de hecho, la cantidad de energía disponible por unidad de peso es muy superior para el uranio), de emitir muy poco gas con efecto invernadero (calidad que comparte con ciertas energías renovables) y de emplear una tecnología que puede instalarse a gran escala bastante rápidamente”. Si debemos salir de la etapa de las energías fósiles que amenazan al planeta, si es una prioridad mundial, ¿cómo lograrlo sin recurrir a la energía nuclear? En 2007, el Foro Europeo por la Energía Nuclear pidió a la Comisión Europea que declare “un apoyo sin ambigüedades a la energía nuclear para cumplir el objetivo de reducir en un 20% las emisiones de gases de efecto invernadero en 2020”. No se dio el apoyo, al contrario, Alemania renunció a sus centrales nucleares y lo compensó con el aumento de actividad de sus centrales térmicas; 45% de la energía alemana proviene de un carbón sucio y seis de las diez centrales más contaminantes de Europa son alemanas. No debe sorprendernos que, lejos de reducir las emisiones, Europa, como el resto del mundo las aumentó. Además, hipócritamente, Alemania compra a Francia la electricidad de las centrales nucleares galas…
¿Entonces? China y Rusia construyen centrales nucleares técnicamente mejoradas, tanto en su territorio como en el resto del mundo, y afirman que esta es su contribución a la “descarbonización” del mundo. Los mal pensados podrán decir que eso le permite a Rusia aumentar sus ventas de hidrocarburos, pero lo cierto es que estos países optaron por lo nuclear, siguiendo el ejemplo de Suecia y de Corea del Sur. El año pasado se publicó un libro muy interesante: A Bright Future. How Some Countries Have Solved Climate and the Rest Can Follow. Uno de los dos autores, Staffan Qvist, es un ingeniero sueco que habla de su país, y el otro, Joshua Goldstein, es un especialista en relaciones internacionales.
Suecia adoptó la opción nuclear, sobre el modelo francés, en los años 1970 cuando no se hablaba de cambio climático; lo hizo porque aumentar la parte de la energía hidráulica hubiera afectado demasiado a la naturaleza, y porque las repetidas crisis bélicas en el Medio Oriente no garantizaban la entrega de petróleo. Entre 1970 y 1990, Suecia construyó una docena de plantas nucleares en cuatro sitios, de las cuales ocho siguen en actividad y dan 40% de la electricidad nacional; la hidroelectricidad proporciona otro 40%, y la eólica completa. La sociedad mexicana debería abrir el debate sobre su futuro energético.
El desmonte ilimitado aumentó desmesuradamente durante las últimas semanas, Argentina es uno de los diez países con mayor pérdida neta de bosques nativos. ¿Cómo impacta la deforestación en el ambiente?
En medio de la emergencia climática, y a pesar del aislamiento social preventivo y obligatorio, la deforestación en el país no ha disminuido; paradójicamente ha sido mayor este año que en el mismo período de 2019.
En los últimos días las imágenes de los incendios a lo largo del país afectaron la sensibilidad colectiva. Fotos y videos de campos incendiados recorrieron noticieros y redes sociales dando cuenta de una catástrofe ambiental. Pero no se trata de una situación coyuntural, sino de la consecuencia de un largo proceso cuyo entramado de causas (económicas, climáticas, políticas, sociales) ha llevado a la deforestación de 6.5 millones de hectáreas en las últimas dos décadas. Argentina es uno de los diez países con mayor pérdida neta de bosques. En este marco, es oportuno ahondar en las causas y consecuencias que trae aparejada la situación de los bosques nativos en el país.
Según un monitoreo satelital realizado por Greenpeace, entre el 15 de marzo y el 30 de junio de 2020 se deforestaron 21.275 hectáreas de bosques nativos en las provincias de Santiago del Estero, Salta, Formosa y Chaco, una superficie similar a la de la Ciudad de Buenos Aires.
Micaela Oroz, integrante de la organización socioambiental Consciente Colectivo, afirma que “la deforestación es una violación a nuestros derechos, impacta negativamente en la calidad de vida, perjudica sobre todo a los pueblos originarios y a los sectores más vulnerables, e impactará aún más a las generaciones futuras”.
La degradación de las funciones ecosistémicas en el país continuó durante la última semana: en nueve provincias se detectaron focos de incendio. En el caso de Córdoba, más de 14.000 hectáreas se vieron afectadas por el impacto del fuego -en un 95% intencional- y en su gran mayoría producto de quemas para expandir la actividad agrícola ganadera y el monocultivo.
Mapa generado por el Sistema Nacional de Alerta y Monitoreo de Emergencias de los focos de incendios.
SINAME
El contexto tampoco ayuda: las sequías, la falta de lluvia y las altas temperaturas, potenciadas por el cambio climático, favorecen la propagación del fuego.
“Incendios de la magnitud como los que suceden ahora en humedales, en Córdoba o en Chaco, generan la pérdida absoluta de la biodiversidad que en algunos casos no se recupera”, señala en diálogo con Ámbito Javier Goldschtein, Licenciado en Gestión Ambiental y Director general de biodiversidad municipio de Pilar.
A raíz de la deforestación ilimitada e ilegal Greenpeace concretó una denuncia ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación indicando que no se trata de una actividad esencial, y además solicitó que se disponga dejar de arrasar los bosques nativos por afectar el hábitat de los últimos veinte yaguaretés que quedan en la región del Gran Chaco.
La deforestación vinculada con la ampliación de territorios para actividades agropecuarias o agrícolas en detrimento del ambiente, afectó principalmente la región del Parque Chaqueño que se convirtió en el foco más grande de deforestación después del Amazonas en Sudamérica.
¿Cuáles son las causas?
Las causas de la deforestación, entendida como la pérdida de cobertura de bosques nativos, son diversas e involucran varios procesos. Las principales radican en la expansión de la actividad agropecuaria, en su mayoría relacionadas a la agricultura y ganadería, la sobreexplotación de los recursos forestales, los incendios, los proyectos inmobiliarios, la urbanización y el desarrollo de obras de infraestructura y minería.
En el caso de la Argentina, el avance de la frontera agropecuaria, es decir, la transformación de los bosques en terrenos para el cultivo o la ganadería fomentado por las nuevas tecnologías y los elevados precios relativos de los productos agrícolas a nivel mundial, constituye la principal causa del desmonte. Sin embargo, también hay factores indirectos que impactan en los procesos que degradan el ecosistema. Los aspectos demográficos, económicos, tecnológicos y culturales a su vez conforman el entramado de causas que son parte del proceso de conversión de los bosques.
En Córdoba, más de 14.000 hectáreas se vieron afectadas por los incendios.
Greenpeace
En materia legislativa también influye la falta de financiamiento para aplicar la Ley Nacional Nº 26.331 de “Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos” sancionada en 2007. La disposición intenta promover la conservación de los bosques y regular la expansión de la frontera agropecuaria mediante el control de la disminución de la superficie de bosques nativos existentes. No obstante, Goldschtein advierte que “la Ley de Bosques tiene menos asignación presupuestaria de la que debiera. Hoy las prioridades están puestas en otro lado”.
“El problema es la deforestación ilegal y la falta de control. La Ley ofrece el marco regulatorio de lo que está permitido desmontar, pero al margen de esa ley existen las deforestaciones clandestinas y la herramienta que tiene el Estado para evitar que eso suceda son las fiscalizaciones y el control del territorio. Pero hoy las Fuerzas Armadas, la Gendarmería y la Prefectura están asignadas al Covid-19”, agregó el director general de biodiversidad de Pilar.
¿Qué efectos tiene sobre el ambiente la deforestación?
Las organizaciones ambientalistas advierten acerca de las consecuencias que traen aparejados los procesos de degradación de bosques inducidos por la acción humana.
Por un lado, aumenta la emisión de gases de efecto invernadero. Sebastián Bonnin, ingeniero forestal explica que “los bosques actúan como sumideros de carbono, lo fijan, lo captan y lo guardan en la madera. Cuando se elimina ese proceso retorna el carbono al sistema”.
Al deforestar, los bosques dejan de cumplir la función absorbente y emiten los gases que estaban fijados. Al respecto Bonnin detalla que “la emisión de carbono por esta causa es similar a la que producen las grandes industrias”. En este sentido, la Argentina figura en el puesto N° 30 como emisor a nivel mundial de gases efecto invernadero, a pesar de que entre Estados Unidos, China y la Unión Europea concentran más del 80% de las emisiones, el país es responsable del 0,6 % del total mundial de los cuales un 15 % provienen de la deforestación.
Informe de Greenpeace sobre la deforestación durante la cuarentena.
Por otro lado, la deforestación modifica el hábitat de los animales provocando la extinción de especies y la pérdida de biodiversidad. Es por eso que la destrucción de los bosques naturales impide el control de plagas de cultivos, debido a que cada vez son menos los animales que controlan poblaciones de insectos que se convierten en plagas.
En consonancia, GreenPeace informó que alrededor del 30% de los brotes de enfermedades como el virus Nipah, Zika y el Ébola están relacionados con el cambio de uso de la tierra.
Además se pierde la regeneración natural del bosque y por consiguiente la provisión de leña, madera, y otros bienes de consumo para las comunidades locales. Disminuye el empleo, cambian las condiciones de vida para esas comunidades y ocasiona una reducción de los medios de subsistencia.
La degradación de los bosques también genera inundaciones, puesto que pierden su capacidad para amortiguarlas. Aumenta la incertidumbre sobre la ocurrencia de inundaciones y también sobre la generación de nuevos ríos y lagunas permanentes. Es preciso recordar que según un informe del Banco Mundial Argentina es uno de los quince países más afectados por inundaciones.
El rol de la sociedad civil
Las consecuencias de la deforestación son y serán drásticas. Resulta necesario y urgente tomar conciencia sobre la crisis climática en la cual nos encontramos, que podría conducir a otras emergencias sanitarias y desastres ambientales. El desmonte ilimitado e ilegal a costa de la degradación de los bosques y en detrimento de nuestro ambiente implica consecuencias crónicas y nocivas para los seres vivos.
“Nuestro rol, como miembrxs de la sociedad civil, es no quedarnos calladxs. Es informarnos sobre la situación actual y exigir respuestas. Lo peor que podemos hacer desde la sociedad es resignarnos a que las cosas no van a cambiar y dejar de reclamar el cumplimiento de nuestros derechos. Informémonos, sabemos que es angustiante, pero el primer paso para que la clase política incorpore las problemáticas socioambientales en su agenda como prioridad, es una sociedad informada que exprese sus reclamos colectivamente”, asegura Micaela Oroz.
De la misma manera que se actuó rápidamente frente a la emergencia sanitaria por el Covid-19 es necesario ser conscientes del escenario que se avecina. Reactivar los mecanismos que propone la ley y avanzar en materia de educación ambiental son las herramientas necesarias para un presente y un futuro sostenible.
Las regiones tropicales albergan la mayor variedad de plantas y animales del planeta, pero el cambio climático las está alejando de sus hábitats, según un estudio elaborado por investigadores de instituciones de Argentina, Australia, Estados Unidos, Hungría, Países Bajos y Reino Unido.
El estudio, publicado en la revista 'Nature Climate Change', se basa en la revisión de más de 1,3 millones de registros de especies de aves acuáticas en 6.822 lugares y señala que el aumento de la temperatura oceánica afecta drásticamente a la abundancia de especies en los trópicos.
Tatsuya Amano, de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Queensland (Australia), apunta que este hallazgo muestra que el cambio climático representa una seria amenaza para la biodiversidad. "Existe una necesidad urgente de comprender cómo responden las especies a los cambios climáticos a escala global", añade.
Amano recalca que las anteriores revisiones mundiales rara vez han incluido especies y estudios en los trópicos, sino que se han realizado principalmente en Europa, América del Norte, Australia y el Ártico.
"Aunque se ha pronosticado durante mucho tiempo que las especies tropicales son más vulnerables al aumento de la temperatura, hubo poca evidencia empírica sobre cómo el cambio climático realmente afecta la abundancia de especies en los trópicos", indica.
DATOS DESDE 1990
Los investigadores analizaron los registros recopilados desde 1990 por voluntarios en censos internacionales de aves acuáticas y en Navidad, y encontraron que 69% de las especies tropicales muestran, de media, respuestas negativas a los aumentos de temperatura.
"El conjunto de datos global sobre la abundancia de aves acuáticas es el fruto de inestimables esfuerzos de encuestas a largo plazo en más de 100 países y cubre regiones para las cuales hay poca información sobre los impactos del cambio climático", reitera Amano.
Este investigador apunta que “las aves acuáticas se pueden observar con relativa facilidad y ofrecen una aproximación temprana de los impactos del cambio climático en otras especies. Nos ayudan a evaluar el estado de la biodiversidad en los ecosistemas de humedales, que se ha perdido a tasas más altas que otros ecosistemas".
Amano espera que esta evidencia ayude a fortalecer el caso de una acción real en un clima más cálido. "Los grandes cambios y pérdidas de especies pueden tener graves consecuencias no sólo para la biodiversidad, sino también para el bienestar humano. Nuestros hallazgos son un paso adelante, pero sería genial ver que esta área recibe más atención de investigación, especialmente en los trópicos".
Bill Gates habló sobre los sistemas de salud para vencer al coronavirus y sobre las complicaciones de otra posible epidemia mundial, cómo la malaria. La OMS insta a los países a actuar con rapidez para evitar muertes por paludismo en el África subsahariana
En los últimos días, un nuevo estudio internacional reveló cómo el cambio climático futuro podría afectar la transmisión de la malaria en África durante el próximo siglo, según indicó la revista Nature Communications.
Bill Gates, habló de la situación que se está atravesando en África y que no hay que dejar de lado por la pandemia del coronavirus, a la malaria, que viene dejando fallecidos en el continente y sigue avanzando.
¿Qué es la malaria?
La malaria es una enfermedad sensible al clima, que prospera en lugares lo suficientemente cálidos y húmedos como para proporcionar agua superficial adecuada para la reproducción de los mosquitos que la transmiten.
Desde hace más de dos décadas, los científicos han sugerido que el cambio climático puede alterar la distribución y duración de las estaciones de transmisión debido a nuevos patrones de temperatura y lluvia.
La carga de esta enfermedad recae principalmente en África. En 2018, de un estimado de 228 millones de casos de malaria en todo el mundo, el 93% se registró en el continente africano.
Por otra parte, el mapeo que se realizó en el último tiempo por expertos, es vital para la distribución de los recursos de salud pública y las medidas de control específicas.
En el pasado, las observaciones de la lluvia y la temperatura se han utilizado en los modelos de idoneidad climática de la malaria para estimar la distribución y la duración de la transmisión anual, incluidas las proyecciones futuras.
Pero los factores que afectan la forma en que las lluvias producen agua para la reproducción de mosquitos son muy complejos, por ejemplo, cómo se absorbe en el suelo y la vegetación, así como las tasas de escorrentía y evaporación.
Posibles cambios en la transmisión de la malaria por el clima
Un nuevo estudio, dirigido por las Universidades de Leeds y Lincoln en el Reino Unido, combinó por primera vez un modelo de idoneidad climática para la malaria con un modelo hidrológico a escala continental que representa los procesos del mundo real de evaporación, infiltración y flujo a través de los ríos.
Este enfoque centrado en el proceso ofrece una imagen más profunda de las condiciones favorables al paludismo en África.
Cuando se ejecuta utilizando escenarios climáticos futuros hasta finales de este siglo, surge un patrón diferente de cambios futuros en la idoneidad de la malaria en comparación con las estimaciones anteriores.
Los últimos hallazgos muestran solo cambios a futuro. Se puede destaacar que son muy menores en el área total adecuada para la transmisión de la malaria, la ubicación geográfica de muchas de esas áreas cambia sustancialmente.
Las disminuciones proyectadas en las áreas aptas para el paludismo en África occidental son más pronunciadas. La mayor diferencia se encuentra en Sudán del Sur, donde el estudio estima disminuciones sustanciales en la idoneidad para la malaria en el futuro.
El portavoz de la AEMET, Rubén del Campo, ha explicado que en lo que va de temporada --que comenzó el 1 de junio y se extenderá hasta el 30 de noviembre-- hasta el 18 de agosto se han registrado 12 ciclones tropicales en el Atlántico, de los que nueve se convirtieron en tormenta tropical y de ellas dos alcanzaron categoría de huracán.
Se trata de 'Hanna', que llegó a categoría 1 entre el 23 y el 27 de julio, cuando afectó al Golfo de México y al estado de Texas principalmente e 'Isaías', que alcanzó categoría 1 entre el 30 de julio y el 5 de agosto y afectó como tormenta tropical a la costa este de Estados Unidos, aunque en algunos momentos, sobre todo en el estado de Florida tuvo categoría de huracán, con vientos de 140 kilómetros por hora.
Desde allí, 'Isaías' se aceleró en la costa como tormenta tropical y se convirtió ya en borrasca sobre Canadá. "Buena parte de la costa este de Estados Unidos resultó afectada por Isaías como tormenta tropical", ha comentado Del Campo.
Precisamente, ha destacado que 'Isaías' ha sido el noveno ciclón nombrado en esta temporada, el de la letra I más temprano de toda la serie histórica de huracanes (1951). De modo que, ha subrayado que según los datos de la NOAA, de momento al menos hasta el 30 de julio esta es ya "la temporada más prolífica en ciclones tropicales hasta esa fecha" y bate el récord que hasta ahora tenía 'Irene', el noveno ciclón tropical más temprano del que hay registros y que tuvo lugar el 7 de agosto de 2005.
Además, otra de las "particularidades" de 2020 en este aspecto es el hecho de que antes del inicio 'oficial' de la temporada ya se produjeron otras dos tormentas tropicales. Se trató de 'Arthur' y 'Berta', que se registraron en la pretemporada. Este hecho solo se ha producido en cinco ocasiones desde 1851 pero es que este 2020 es también el sexto año consecutivo en el que se forma un ciclón antes del inicio de la temporada. "En los seis últimos años ha empezado antes de tiempo, es decir que la temporada se está adelantando", ha comentado.
En este contexto, el portavoz refleja que ya varias organizaciones meteorológicas preveían que esta iba a ser un año superior a lo normal, pero a mitad de temporada, el 6 de agosto, la NOAA ha revisado su predicción y habla ya de una "temporada extremadamente activa, mucho más activa de lo normal".
Asimismo, explica que de esos 7 a 11 huracanes, entre 3 y 6 llegarán a categorías superiores, las que van de III a V y son los conocidos como 'huracanes de gran categoría'. Con este panorama, según Del Campo, si se acaban registrando los 25 nombramientos, 2020 se convertiría en "la segunda temporada más activa hasta la fecha" y quedaría por detrás de 2005, cuando hubo 27 nombramientos. "En todo caso, será una temporada extremadamente activa", insiste.En concreto, Del Campo ha precisado que el Centro Nacional de Huracanes espera desde principios de agosto al final de noviembre entre 19 y 25 ciclones "con nombre", cuando lo normal es que en el periodo de referencia 1981-2010 haya "unos 12 nombramientos". "Podría haber hasta más del doble de nombramientos y añade que de ellos, entre 7 y 11 alcanzarán la categoría de huracán, cuando lo habitual es que sean 6 los ciclones que lleguen a esa categoría", ha alertado.
En este contexto, añade que en los últimos 25 años, desde 1995, 17 temporadas, es decir 2 de cada 3 han sido más activas de lo normal y en el último cuarto de siglo, las temporadas de huracanes son más activas. De hecho, de estas, 9 fueron extremadamente activas, es decir, una de cada tres.
Factores iniciadoresPor ello, señala que si 2020 termina siendo una temporada más activa de lo normal, algo que la NOAA califica de "extremadamente probable" será "la primera vez que se registren cinco temporadas consecutivas más activas de lo normal, además de ser las más tempranas".
En cuanto a los factores por los que se espera que sea tan activa, Del Campo apunta a que las aguas del Atlántico están más calientes de lo normal. De hecho, están "excepcionalmente cálidas", pues la temperatura que empieza a favorecer la formación de estos fenómenos es 26 grados centígrados mientras que en estos momentos, el agua del mar Caribe se encuentra a 30ºC.
Del Campo añade además que de esas aguas cálidas se suman el monzón africano, que es un sistema de circulación atmosférica que va de mar a tierra en África Occidental y que hace que en esa zona de Cabo Verde y la costa tropical occidental africana se generen muchas tempestades que son el "germen" de los huracanes en el Atlántico.
En cuanto a la última tormenta tropical nombrada 'Kylle' ha incidido en que cuando se desorganizó, sus restos fueron impulsados por la corriente del chorro y han llegado a Irlanda, dando lugar a la tormenta 'Ellen', que provoca un temporal "importante" en las islas Británicas y que afectará también al noroeste de España, sobre todo a Galicia en forma de vientos muy fuertes.El tercero de los factores sería la cizalladura del viento y este año se espera que haya "muy poca cizalladura", es decir que en altura el viento cambie poco en velocidad y dirección y al mismo tiempo se está empezando formar La Niña en el Pacífico, factores que también inducen los huracanes.
La próxima, 'Laura', en formación inminente
El portavoz de la AEMET ha informado también de que la próxima tormenta tropical nombrada será 'Laura' que tiene un 90 por ciento de probabilidades de que se forme en el Atlántico central, al oeste de Cabo Verde en las próximas 24 o 48 horas y desde allí se dirigirá a las Antillas. Al mismo tiempo, ha agregado que al sur de la isla de La Española y con un 85 por ciento de probabilidades en las próximas horas se podría formar una nueva tormenta tropical que se bautizaría como 'Marco'.
Después de Marco, según el orden de nombramientos establecido, seguirán 'Nana', 'Omar', 'Paulette', 'Rene', 'Sally', 'Teddy', 'Vicky' y 'Winfred'. A la memoria llegan los devastadores 'Katrina', que en 2005 provocó efectos devastadores en Luisiana y Nueva Orleans especialmente. Fue, según rememora Del Campo, uno de los más potentes de la historia y ocurrió el 30 de agosto, con velocidades de viento de 280 kilómetros por hora en el sur de Estados Unidos.
Más recientemente, el año pasado, en 2019 'Dorian' causó también devastación en las Bahamas entre el 24 de agosto y el 10 de septiembre, con vientos que llegaron a alcanzar 295 kilómetros por hora. Un año antes, 'Leslie' entre el 12 y el 13 de octubre de 2018, estuvo a punto de ser el primer huracán en entrar en la Península Ibérica, aunque fue 'Ophelia', en octubre de 2017 el huracán de categoría III que más cerca ha estado nunca de la Península Ibérica a unos 900 a 1.000 kilómetros de distancia.Con un enorme potencial devastador, también pasó a la historia de los peores huracanes 'Micht' que entre el 22 de octubre y el 5 de noviembre de 1998 se formó en el Caribe y alcanzó categoría V, y dejó cuantiosos daños no solo por los vientos, sino por las lluvias, que superaron los 1.000 litros por metro cuadrado que provocaron inundaciones y corrimientos de tierra en el sur de Norteamérica, especialmente en México y en América Central.
Sus vientos dejaron rachas muy fuertes, de unos 90 kilómetros por hora en Galicia, Asturias y el norte de Portugal y avivaron una cadena de incendios forestales que afectó a cientos de kilómetros en el cuadrante noroeste de la Península.
Una mascarilla higiénica común abandonada en la naturaleza puede tardar en degradarse entre 300 y 400 años, varios cientos de años en los que nos afecta a nosotros, al agua, al suelo, flora y fauna", ha advertido Teresa Ribera, la vicepresidenta cuarta y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Según afirma, España no es ajena a la contaminación que provoca el abandono de residuos plásticos y metálicos, papeles y cartones o colillas en espacios naturales, por lo que, para atajarla, insta a actuar en el origen, apelando a la responsabilidad individual y modificando los hábitos de consumo.
"En un momento en el que todos debemos actuar con responsabilidad, protegiéndonos y protegiendo a nuestros conciudadanos con el uso de mascarillas, es importante ampliar esa protección a los entornos naturales, que nos proveen servicios básicos como el aire limpio, agua y alimento, evitando abandonar mascarillas o cualquier otro residuo", ha añadido. Por su parte, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, ha hecho un llamamiento a la "responsabilidad individual de los ciudadanos, clave en las tres fases de la mascarilla: compra, uso y deshecho".
En la primera de ellas ha apelado al "consumo responsable" y ha recordado que, frente a las mascarillas higiénicas y quirúrgicas de un solo uso, el Gobierno recomienda adquirir cuando sea posible las reutilizables (de especificación UNE 0065), que permiten reducir la cantidad de residuos generados. Garzón ha insistido también en que ese "consumo responsable" debe ir ligado a un correcto uso para evitar la propagación del COVID-19.
"Todos y todas tenemos que ser conscientes de la importancia de la mascarilla y promoverla en nuestro entorno porque la salud de toda la población está en juego".
"La sociedad ha ido tomando conciencia en las últimas décadas de la importancia tanto del reciclaje como de no abandonar envases en entornos naturales y urbanos fuera de sus contenedores. Nuevos residuos como los millones de mascarillas, guantes o envases de gel generados debido a la pandemia no pueden ser una excepción; el consumo responsable va desde la compra hasta el deshecho de los productos o envases".
Las mascarillas: al contenedor gris
Con carácter general, los residuos asociados a la protección frente al COVID-19 y, especialmente, las mascarillas, guantes y otros equipos de protección personal, deberán depositarse en la fracción resto domiciliaria (el contenedor gris de residuos no separables) y en ningún caso podrán ser abandonados en la vía pública o en un entorno natural.
Creciente presencia de residuosPor otro lado, y al objeto de evitar el consumo de productos de un solo uso, la campaña fomenta el uso de mascarillas higiénicas reutilizables (Especificación UNE 0065) para su uso por parte de la población y recomienda la utilización de guantes de un solo uso únicamente en circunstancias concretas, siendo en general preferible no emplearlos y ser rigurosos con las medidas de higiene, como lavarse frecuentemente las manos y evitar tocarse la cara.
Anualmente, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico realiza campañas de caracterización de las basuras en playas del territorio nacional que, posteriormente, incorpora al perfil ambiental de España, que se publica anualmente. La serie temporal (2013-2018, último dato consolidado) refleja una creciente presencia de residuos abandonados en estos entornos y evidencia la predominancia de basuras plásticas, en torno a un 71% del total, seguido de papel y cartón, en torno a un 11%. Los residuos higiénicosanitarios, en donde se englobarían las mascarillas y guantes desechables, suponen en torno a un 6,5% del total.
En función del material que se haya usado en su fabricación --la mayoría incluyen polipropileno no tejido, un tipo de plástico--, las mascarillas podrían llegar a englobarse dentro del amplio grupo de residuos plásticos abandonados en entornos naturales. Similar situación ocurre con los guantes desechables, habitualmente confeccionados con vinilo, vitrilo, polietileno o látex; y con los envases en los que se comercializan tanto mascarillas como guantes o el gel hidroalcóholico, donde la presencia del plástico es habitual.
El departamento que dirige Teresa Ribera viene realizando desde hace varios años campañas de prospección en playas para poder establecer tendencias sobre la presencia de estas partículas plásticas. Además, ha incorporado al anteproyecto de Ley de Residuos la prohibición de productos cosméticos y detergentes que contengan microplásticos añadidos intencionadamente.La fragmentación de todos estos residuos puede constituir, además, una fuente de acumulación de microplásticos en el medio, cuestión que agrava aún más los efectos asociados al abandono de basuras dado que, entre otras cuestiones, introduce los residuos plásticos en la cadena trófica, especialmente de la fauna marina.
La mayor parte del establishment político global parece coincidir en que el coronavirus es el principal desafío que enfrenta la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial.
Eso explica por qué, como nunca antes y sin que mediara un conflicto bélico, se cerraron fronteras, escuelas y universidades por un período tan extenso; o se prohibieron todo tipo de eventos más o menos masivos; o los gobiernos de casi todos los países ordenaron a sus ciudadanos permanecer en sus casas durante meses, sin plazos definidos.
¿Pero es realmente el COVID-19 la mayor amenaza que la humanidad tiene por delante? Jared Diamond cree que no. Este geógrafo estadounidense, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles y autor de exitosos libros de divulgación científica como Armas, gérmenes y acero, por el que ganó un Premio Pulitzer en 1998, está mucho más preocupado por el cambio climático, la depredación de recursos naturales, la proliferación de armas nucleares y la desigualdad.
Una mujer con máscara facial camina frente a oficiales de policía de Victoria y personal militar en las afueras del Museo de Melbourne, Australia. AAP Image/James Ross via REUTERS
Eso no significa que niegue los riesgos del coronavirus, sino que, por el contrario, hace un esfuerzo por comprenderlo en perspectiva. A lo largo de su obra, en la que aborda cómo las sociedades de distintas épocas han afrontado retos existenciales, está muy presente el inquietante papel que pueden desempeñar las enfermedades infecciosas. Su último libro, Crisis: Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos (2019, Penguin Random House), es especialmente oportuno para analizar la pandemia, en la que se han visto respuestas muy disímiles a lo largo del mundo.
En esta entrevista con Infobae, Diamond señala las posibles causas de las diferencias nacionales, se refiere a la necesidad de que haya una respuesta global al COVID-19 y explica por qué esta crisis puede servir para empezar a responder a las otras, que pueden ser mucho más decisivas para el futuro de la humanidad.
La portada de 'Crisis: Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos', el último libro de Jared Diamond
—Usted ha estudiado en profundidad el impacto de las epidemias en la historia de las civilizaciones. ¿En qué se distingue la pandemia del COVID-19 de otras del pasado?
—Es una pregunta importante. Por supuesto, existieron grandes enfermedades en el pasado. Quizás la más notoria es la peste negra en la Edad Media, aunque causaron más muertes las enfermedades que trajeron al ‘Nuevo Mundo’ los europeos, particularmente los españoles y los portugueses, y luego los ingleses y los franceses. Eran pestes euroasiáticas frente a las que los europeos tenían cierta inmunidad genética y adquirida, debido a la exposición previa, pero los nativos americanos no. Se estima que alrededor del 90% de la población originaria del Nuevo Mundo no murió por las armas en el campo de batalla, sino por enfermedades. Cosas similares ocurrieron cuando los europeos llegaron a Australia y a las islas del Pacífico. Esto significa que las pestes del pasado eran selectivas, transmitidas por personas que tenían cierta inmunidad y golpeaban a otras que no. Hay una gran diferencia con el COVID: nadie tiene inmunidad porque es una enfermedad nueva y, por eso, en todos los países del mundo hay gente muriendo. No es una enfermedad que le permitirá a ciertos pueblos empujar y desplazar a otros, esa es una gran diferencia. La otra es que el COVID es la segunda verdadera pandemia, si se entiende por esto una enfermedad que se propaga por todo el mundo rápidamente. Solo hubo una previa, la de gripe en 1918, que se propagó más lentamente, por medio de barcos a vapor. Ahora tenemos por primera vez una pandemia que se expande muy rápido, a través de aviones.
—Muchos de los episodios que menciona tuvieron consecuencias dramáticas para las sociedades del pasado. ¿Cuáles pueden ser los efectos de largo plazo de este?
—Si no fuera por las dos diferencias que acabo de describir, uno diría que el COVID es una enfermedad leve y poco importante, porque mata solo al 2% de sus víctimas. No es nada. Recuerden que la viruela y el sarampión matan a cerca del 35%, y que el ébola y la fiebre de Marburgo matan al 70 por ciento. Así que esta es una enfermedad relativamente leve. Pero como se propaga por todo el mundo, en un planeta de 7.700 millones de habitantes hay una buena probabilidad de que todos terminen expuestos, lo que significaría que mate a 154 millones de personas, la mayor mortalidad de la historia. Aunque, por otro lado, si mata a 154 millones en una población de 7.700 millones, todavía quedarían 7.546 millones, más que suficiente para mantener a la civilización en funcionamiento. En ese sentido, el COVID no es una amenaza existencial comparable al cambio climático, a las armas nucleares, a la desigualdad y a la depredación de recursos naturales.
Play
Jared Diamond y las diferencias en las reacciones de los países ante el COVID-19
—No es tan devastador en términos de mortalidad, pero ¿qué pasa con los daños colaterales, con las consecuencias económicas, políticas, emocionales?
—Sí, el COVID tiene consecuencias económicas. En la mayoría de los países, las economías y el comercio están siendo golpeados. También están las consecuencias sociales, la gente no se puede ver. Pero la peste negra, la viruela y el sarampión también tuvieron grandes consecuencias económicas y sociales. Se estima que la peste negra hizo retroceder un siglo la economía europea. Paradójicamente, se considera que en el largo plazo fue buena en términos económicos, porque al matar a tantas personas hizo que los campesinos tuvieran mayor poder económico y más libertad. Por último, estos efectos son leves comparados con los del cambio climático si no lo tratamos, y serán leves comparados con los del uso de armas nucleares, si Pakistán e India, por ejemplo, protagonizan una guerra atómica. En el peor escenario, todos morirían. Y en el escenario siguiente, se volvería a la Edad de Piedra. Así que el COVID tiene consecuencias económicas y sociales, pero no son únicas en ese sentido.
Los efectos del Covid-19 son leves comparados con los del cambio climático y serán leves comparados con los del uso de armas nucleares, si Pakistán e India protagonizan una guerra atómica.
—En su último libro describe cómo los países, las personas y hasta las compañías afrontan las crisis. A ocho meses del comienzo de la crisis del coronavirus, ¿qué ha mostrado sobre el mundo en el que vivimos?
—Ha mostrado muchas cosas. Déjenme mencionar apenas dos de ellas. Algo que ha mostrado el coronavirus es que países diferentes reaccionan de manera diferente. Solo para mencionar algunos extremos opuestos, en Finlandia la mortalidad por coronavirus es relativamente leve. ¿Por qué? Porque en 1939 ese pequeño país, que en ese momento tenía una población de menos de cuatro millones de habitantes, fue invadido por la Unión Soviética, lo cual lo dejó sin comercio por cinco años. Como resultado, Finlandia se quedó sin combustible, y los pocos autos que tenía empezaron a funcionar, increíblemente, quemando madera en lugar de gasolina. Los finlandeses aprendieron la lección de que el comercio se puede interrumpir y empezaron a acumular reservas de todo, incluso de mascarillas, pero también de combustible, granos, químicos y medicinas. Estaban preparados. Aquí en los Estados Unidos, nuestro presidente es un claro ejemplo de alguien que no reconoce lo que sucede y no se prepara, y el resultado es que el COVID se propagó cuando no tenía por qué hacerlo. Esa es la primera de las dos partes de la respuesta. La segunda parte es la pregunta más amplia de en qué será diferente el mundo dentro de dos años como resultado del COVID.
—¿En qué cree que puede cambiar el mundo?
—Voy a darle el peor y el mejor escenario posible. El peor sería que la gente continúe paralizada y los países sigan compitiendo. Es peligroso cuando se escuchan discursos en China, Reino Unido, Estados Unidos y Rusia, que dicen que si desarrollan una vacuna se la van a quedar para ellos, para obtener una ventaja: “Si nosotros obtenemos la vacuna en Estados Unidos no la compartiremos con China y dejaremos que mueran todos los chinos, seremos egoístas”. Sería miope hacer eso, porque ningún país puede protegerse del COVID mientras haya aviones y otros países estén infectados. Por ejemplo, supongan que Argentina tiene éxito en eliminar todos los casos de COVID, ¿eso significaría que Argentina permanecería segura por siempre en el futuro? No, Argentina sería infectada en un día por un visitante de Brasil, de Uruguay o de Chile. Esto ilustra que ningún país estará seguro contra el COVID hasta que todos lo estén. Así que el mejor escenario posible sería que la gente se dé cuenta de que el egoísmo va a matarla, y de que la única solución al COVID es reconocer que este es un problema global que requiere una respuesta global.
Personal sanitario respondiendo durante la crisis de COVID-19. EFE/Adalberto Roque/Archivo
—El coronavirus es un fenómeno biológico y sanitario, obviamente, pero también es sociopolítico. Como alguien con formación en ciencias naturales, pero que es también estudioso de las ciencias sociales, ¿qué aspectos de la pandemia han llamado más su atención?
—¿Qué me impresiona más del coronavirus? Como con todo lo que es importante, no hay una sola cosa que me impresione, sino muchas. Entre ellas, que muestra las diferencias entre los líderes. Los presidentes de Brasil y de Estados Unidos son dos caballeros muy peculiares, que están respondiendo de formas esperables por sus antecedentes previos. En contraste, Angela Merkel, la canciller de Alemania, que es una dama muy distintiva, abordó el coronavirus de manera diferente. Así que ahí hay una cosa. Pero también muestra las diferencias entre los pueblos. Por ejemplo, los japoneses y los alemanes tienden a obedecer las directivas gubernamentales. Los estadounidenses no, por la historia del país. Los europeos se establecieron en la costa este y se expandieron tierra adentro, lejos del gobierno. En California, que es un estado muy liberal, con un gobernador muy progresista (Gavin Newsom), que fue el primero en declarar el confinamiento en respuesta al coronavirus, hay personas educadas y cautas, y también hay personas incautas, que están en las calles de fiesta. Eso es porque a muchos estadounidenses no les gusta obedecer las órdenes del gobierno.
El mejor escenario posible sería que la gente se dé cuenta de que el egoísmo va a matarla, y de que la única solución al COVID es reconocer que este es un problema global que requiere una respuesta global
—Antes dijo que el coronavirus no es una amenaza a la existencia humana comparable al cambio climático o a las armas nucleares. Sin embargo, ahora parece que todo el mundo gira alrededor de este virus, y casi no se habla de esas otras amenazas. ¿Por qué cree que está pasando esto?
—Si aprendemos del COVID que este es un problema global que demanda una solución global, quizás podamos generalizar y darnos cuenta de que también el cambio climático es un problema global que demanda una solución global. Nuevamente, imaginen que Argentina diga que va a combatir el cambio climático reduciendo el uso de combustibles fósiles, lo que haría bajar los niveles de dióxido de carbono en Argentina. Bueno, pero la atmósfera está combinada, así que la de Argentina se va a mezclar con la de Zimbabwe y Mongolia. Mi mejor escenario posible es que se piense en el COVID como un profesor muy convincente, que le muestre al mundo que la única solución es global. Mi esperanza es que, aunque ahora buena parte del planeta se comporte de manera egoísta, dentro de uno o dos años, habiendo apelado a una solución mundial para el COVID, usemos una solución global para el cambio climático. En ese caso, la tragedia del COVID podría, a la larga, terminar beneficiando al mundo, al movilizar una acción global hacia los grandes problemas, como el cambio climático, la depredación de recursos y la desigualdad.
—¿Entonces no sería tan inteligente una respuesta aislacionista como la de Nueva Zelanda, que cerró completamente sus fronteras y tuvo éxito por un tiempo, pero cuando reabrió empezó a tener brotes?
—Cuando hablamos de Nueva Zelanda, estamos ante el país aislado más rico del mundo. Mientras que Brasil, Italia, México, Estados Unidos y China nunca tuvieron ni la remota esperanza de mantener al Covid-19 fuera de sus territorios, Nueva Zelanda tenía la esperanza de lograrlo, y por eso impuso un confinamiento. Pero ni siquiera ellos pudieron mantenerlo afuera, debido a que había neozelandeses fuera del país y el Gobierno no les iba a impedir volver. Y en efecto, algunos de ellos regresaron, infectados, con lo cual, hasta en Nueva Zelanda se ha desarrollado la infección. Australia es otro ejemplo; cuando suspendió sus vuelos internacionales redujo significativamente el número de casos de COVID-19, pero ahora esta teniendo un grave rebrote, especialmente en la ciudad de Melbourne, debido a que permitieron el regreso de australianos que se encontraban en el exterior, y la preparación no fue buena. Estos australianos fueron a hoteles, y las agencias encargadas del control y los empleados de esos establecimientos estaban poco entrenados para lidiar con estos casos, no fueron cuidadosos, tuvieron sexo con los recién llegados, y el resultado es que ahora Melbourne y todo el estado de Victoria está teniendo un gran brote. Estos casos ilustran que incluso los países más aislados del mundo tienen que reconocer que el COVID-19 es un problema global.
La tragedia del COVID podría terminar beneficiando al mundo al movilizar una acción global hacia los grandes problemas, como el cambio climático, la depredación de recursos y la desigualdad.
Play
Jared Diamond y el riesgo de nuevos virus
—Es interesante esta idea de que el mundo tiene que darse cuenta de que la pandemia requiere de una respuesta global, y que usted tiene la esperanza de que eso sucederá. Sin embargo, hasta ahora las respuestas han sido absolutamente locales y limitadas, en general nacionales. ¿Puede una respuesta global surgir de estas acciones tan fragmentadas y nacionales que hemos observado hasta el momento?
—Hay que pensar al COVID-19 como si fuera un profesor. El COVID-19 nos enseña asesinando gente. Estamos en las primeras etapas, y las muertes no superan el millón de personas. Pero, si el COVID sigue avanzado, podría alcanzar los 154 millones. Eso tendrá un poderoso valor educativo. En el presente, todavía no falleció la gente suficiente como para que esta pandemia nos enseñe una lección. Pero cuando ese número crezca, es muy probable que la gente aprenda la lección. Entonces, yo diría que hay que esperar. Como profesor universitario estoy acostumbrado a que en las primeras semanas de clases mis alumnos no hayan aprendido todo lo que quiero enseñarles. Pero ocho semanas después de clases los estudiantes sí han aprendido bastante bien lo que yo quería enseñarles, porque de otra manera no aprobarían el examen. Y de nuevo, hacia final del año, cuando haya pasado más tiempos desde el surgimiento del COVID y más gente haya muerto, mucha más gente habrá aprendido la lección que el COVID quiere enseñarnos.
—¿La globalización se encuentra bajo amenaza por esta serie de reacciones locales?
—¿El COVID destruirá nuestros aviones de larga distancia? No. ¿El COVID destruirá nuestras plataformas como Zoom, por lo que no seré más capaz de hablar con ustedes? No. ¿El COVID nos hará tirar a la basura nuestros celulares? No. La globalización está aquí para quedarse. Y eso significa que la potencia del COVID para contagiar permanecerá, pero la globalización también es compartir información, y cuando unas personas en los Estados Unidos sean un poco menos estúpidas, eso se difundirá en todo el mundo, y posiblemente también en Brasil sean un poco menos estúpidas. La globalización significa que no sólo los gérmenes se diseminan por todo el planeta, también se disemina la información sobre cómo combatir a esos gérmenes. Aunque claro, estás en lo cierto, no se ha diseminado demasiado aún.
Hay que pensar al COVID-19 como si fuera un profesor. El COVID-19 nos enseña asesinando gente.
—Cuando hablamos de una respuesta global, entran a jugar las decisiones de las grandes potencias, y lo que se ve desde el inicio de la pandemia es una intensificación de las tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos. ¿Es posible un futuro de cooperación global con estas potencias tan enfrentadas? ¿Cree que van a terminar acercando posiciones?
—Es posible ese final feliz, sí, creo que es posible y es lo que yo realmente espero, pero no es necesariamente lo que va a suceder. Muchas veces los finales felices sencillamente no llegan, aunque existan como posibilidad potencial. ¿Cuál sería mi final feliz para el caso de Estados Unidos? Bueno, este año hay elecciones en noviembre, y los dos candidatos son muy diferentes entre sí, así que depende de qué candidato gane, Estados Unidos podría volverse aún más egoísta y miope, o podría comenzar a comportarse como un país inteligente. En relación a China, su respuesta inicial ante el coronavirus en diciembre pasado fue la negación, los científicos que hablaban sobre el COVID-19 fueron silenciados. Después, en enero, tras reconocer que había gente que estaba muriendo, el gobierno chino impuso un confinamiento severo. Ahora, otra vez están apareciendo casos en China debido a la habilitación de los vuelos internacionales.
Una mujer con mascarilla tras la crisis de coronavirus en Hong Kong. REUTERS/Tyrone Siu/File Photo
—Antes se refirió a la estupidez de muchos, a la gente que aún hace fiestas porque no ha aprendido la lección y demás, posiblemente motivados por el desconocimiento de los riesgos de la enfermedad. Pero, al mismo tiempo, se abren muchos interrogantes sobre cómo el aislamiento impacta en nuestra condición humana. ¿Qué opina sobre el tema?
—Por supuesto. El aislamiento social trae consigo graves consecuencias como depresión o ansiedad. Mi esposa es una psicóloga clínica y mientras mi negocio está declinando como consecuencia del COVID, el de ella está teniendo un repunte, justamente debido a que mucha gente está muy mal. Y eso se usa como argumento para levantar los confinamientos. Muchos hablan de balancear los riesgos sanitarios del COVID con los riesgos psicológicos y sociales del encierro, y encontrar un balance para levantar los confinamientos. Mi respuesta es que si abres y, como consecuencia, mueres, pues estar muerto también es una forma de no interactuar con otras personas. Creo que el problema –y la pregunta está bien planteada, no digo que no–, pero el problema es que creemos que tenemos alternativa, pensamos que el aislamiento social es algo malo, y quisiéramos tener una alternativa mejor, pero no hay, porque si no nos aislamos nuestras vidas corren peligro. Entonces, yo diría que el aislamiento social es la menos mala de las alternativas posibles. Inicialmente, estaba la idea de que debíamos intentar alcanzar la inmunidad de rebaño. Suecia lo probó y no funcionó, porque tiene un mayor número de muertes y de infecciones que cualquiera de los otros países nórdicos.
—Es verdad que Suecia tiene índices de mortalidad más altos que Noruega y Finlandia, pero también es cierto que son más bajos que los del Reino Unido, España, Italia y hasta Chile, y que han bajado a niveles mínimos sin imponer un confinamiento. Al mismo tiempo, está el dramático ejemplo de Perú, que se encamina a ser el país con la mayor mortalidad del mundo habiendo impuesto un confinamiento duro y temprano. ¿No le parece que quizás hay más de un modo de enfrentar la pandemia y que lo que funciona en un lugar puede no funcionar en otros?
—Eso es verdad, imponer un confinamiento en Finlandia, Alemania o China, países con muchos recursos y con gobiernos muy activos, es una cosa, pero, tienen razón, imponer un confinamiento en un país como Perú es casi imposible. He estado ahí varias veces, y conozco la realidad del país. Otro ejemplo de esto es un país que conozco incluso mejor, Indonesia, el cuarto más poblado del mundo con 240 millones de habitantes. Allí, la gente vive en pequeños departamentos y está constantemente en las calles, salen a vender y a comprar su comida. Es simplemente imposible un confinamiento. O en India, donde quizás hay hasta ocho personas viviendo en una vivienda. Incluso vale para algunos países de Medio Oriente, como Emiratos Árabes Unidos. Entonces, es cierto que lo que funciona en un país puede no funcionar para el resto. Porque la que puede ser la mejor solución quizás es imposible en algunos países.
—En su libro The World Until Yesterday, usted compara la sociedad global de la modernidad tardía con las que llama sociedades tradicionales. ¿Cree que nuestras sociedades podrían aprender alguna lección de aquellas en relación a cómo abordar una epidemia como esta o, al menos, en cuanto a cómo lidiar con la muerte?
—Es una buena pregunta. Mi primera reacción es que las sociedades tradicionales no tienen nada que enseñarnos sobre cómo lidiar con el COVID-19, porque no han estado expuestas ni se han recuperado de algo parecido. Yo he trabajado en la isla de Nueva Guinea desde 1964, donde hay una sociedad tradicional en la que hasta hace no tanto se utilizaban herramientas de piedra y no tenían sistema de escritura ni un gobierno centralizado. ¿Cómo lidian las personas de Nueva Guinea con la muerte? La muerte es bastante más frecuente para ellos que para quienes vivimos en los Estados Unidos. Por ejemplo, cuando tienen hijos, esperan que alguno de ellos muera y la esperanza de vida está en torno a los 40 o 50 años, mientras que aquí está entre 70 y 80. Pero eso no significa que la muerte los afecte menos. Les contaré una historia sobre eso. Cuando fui a una aldea bastante remota de Nueva Guinea en 2004, la persona que nos recibió y nos guiaba nos presentó a sus hijos y comenzó diciendo: “Tengo cinco hijos”, pero eran solo cuatro. Entonces, yo le pregunté por qué. Y me respondió: “Sí, tengo cinco hijos, dos son mellizos, y uno de ellos murió dos semanas después del parto. Esto fue 12 años atrás, pero aún es muy doloroso para mi”. Aunque para ellos la muerte es tanto más frecuente, es igual de dolorosa que para nosotros.
Musulmanes rezan manteniendo la distancia social en la India. REUTERS/Danish Ismail/File Photo
—Usted ha dicho que el mundo debería estar preparándose ahora para el próximo virus. ¿Por qué?
—¿Por qué el mundo debería prepararse para el próximo virus? Pues porque habrá un próximo virus. Y el mundo no estaba preparado para este. Si hubiéramos estado preparados para este virus, si hubiéramos entrado en confinamiento apenas apareció, entonces no se hubiera diseminado. La forma en la que el mundo se tendría que haber preparado, la forma en el que China debería haberse preparado, tiene que ver con que el virus surgió en los mercados de animales salvajes. Y no es la primera vez que un virus surge en un mercado de animales salvajes. En 2002, el SARS surgió y se diseminó desde un mercado de animales salvajes. Entonces, lo que China debería haber hecho es aprender la lección y cerrar esos lugares. Pero no lo ha hecho. Finalmente, y como resultado del COVID, China ha cerrado los mercados de animales salvajes, pero no ha terminado con su comercio para, por ejemplo, medicinas tradicionales. Sigue la venta del pangolín y de otros animales, cuyas escamas se cree que pueden curar infecciones de la piel y problemas sexuales. Entonces, es solo cuestión de tiempo hasta que una nueva enfermedad surja en China, o quizás en Medio Oriente, en África o en los Estados Unidos.
—Usted ha estudiado cómo y por qué las sociedades colapsan. Partiendo de la pregunta anterior, ¿cree que en el futuro las pandemias podrían jugar un rol en el colapso de las sociedades?
—Sí, podrían jugar un rol. Depende de cómo reaccionemos. Lo que hablábamos antes, depende de si la gente responde mal, y comienza negando lo que pasa y se besa y se abraza con otros en la calle, o si actúa cuidadosamente. En un escenario en el que se dé el peor caso, en el que la gente niegue, bueno, el COVID ya ha golpeado al comercio alrededor del mundo, y ese impacto sobre el comercio ha derivado en grandes efectos sobre la economía. Hasta ahora, la economía europea ha estado moderadamente a salvo. Pero estaba leyendo el periódico hoy y decía que se esperan olas de despidos masivos. En mi universidad, las autoridades dijeron que no van a prescindir de ningún empleado hasta el 15 de enero. Cuando leí eso, mi primera reacción fue que era un mensaje alentador el hecho de que nadie se quedara sin trabajo hasta el 15 de enero, pero si lo piensas, en realidad significa que después del 15 de enero van a despedir a muchos empleados. Y la realidad es que mi universidad tiene un déficit de medio millón de dólares, ¿de dónde sacaremos medio millón de dólares? Suspendiendo y despidiendo gente. Entonces, sí, si no lidiamos con el COVID cosas peores vendrán.