América
latina será una de las regiones más afectadas
Las
emisiones contaminantes que inciden negativamente sobre la situación climática
mundial siguen trepando año tras año desde hace más de dos siglos.
Lamentablemente, las sucesivas reuniones convocadas por las Naciones Unidas no
han podido hasta ahora definir un sendero efectivo para reducirlas. La última
reunión del G-20 en Río de Janeiro fue otro ejemplo más de un gran encuentro
incapaz de generar compromisos concretos.
El
daño ambiental castigará fuertemente a los países en desarrollo, como los de
América latina, ya que en ellos se concentrará el 75% de los perjuicios,
incluida una reducción permanente del PBI. Las negociaciones son muy complejas,
pero es urgente concluirlas sin demoras, respetando la equidad internacional
entre las naciones con distinto grado de desarrollo. Hace ya tres años, todos
éramos advertidos con el provocativo interrogante: "¿Qué vamos a hacer cuando
las tempestades empujen el mar hacia el interior de los continentes?", con el
que el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, nos alertaba que
urge alcanzar un acuerdo para prevenir el cambio
climático.
El
secretario de la ONU entonces mencionaba el deshielo en el Artico, que elevaría
el nivel del mar y además alteraría la corriente del Golfo, que es la que lleva
calor a Europa. El cambio climático hoy amenaza a todo el mundo, pero las
naciones pobres son las más afectadas. Un calentamiento de 2° por encima de las
temperaturas preindustriales podría generar en América latina, Africa y Asia una
importante reducción de su aptitud productiva.
Hace
seis años, el gobierno del Reino Unido presentó un documento sobre el cambio
climático conocido como "Informe Stern", que describía los eventos negativos que
podrían acontecer si no se ponía coto al crecimiento de las emisiones
contaminantes. En el capítulo sobre América latina, se advertía sobre el riesgo
que corría el abastecimiento de agua de poblaciones andinas, por la reducción de
los glaciares. Las ciudades de Lima, Quito y La Paz eran mencionadas como las
más vulnerables. Además se pronosticaba que la transmisión del dengue podría
multiplicarse entre dos y cinco veces hacia 2050 en muchas partes de América
latina, y que áreas nuevas de transmisión podrían aparecer en la región sur del
continente americano.
Tres
años atrás, la Agencia Ambiental Europea también advertía sobre la modificación
del clima en los Alpes, donde la temperatura venía trepando al doble del
promedio mundial, afectando el sistema hidrológico que alimenta a los ríos
Danubio, Rin, Ródano y Po.
La
evidencia científica acumulada en los últimos años indica la existencia de un
cambio climático significativo, principalmente originado en las actividades
humanas. Incide en esto no sólo el gran aumento de la población (éramos apenas
2300 millones cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y hoy ya somos
7000 millones), sino, principalmente, el descomunal aumento en la producción de
bienes. Baste decir que la producción de bienes durante el siglo XX es superior
a toda la producción acumulada desde Adán y Eva hasta el año
1900.
La
Revolución Industrial ya se ha globalizado y extendido en todo el planeta, con
su rápida difusión en el nuevo mundo en desarrollo, especialmente en Asia, donde
casi 4000 millones de personas están entrando aceleradamente en la era
industrial. La próxima cumbre de las Naciones Unidas sobre cambio climático
tendrá lugar en Doha, en diciembre; tras el escaso avance en las tres cumbres
anteriores (Copenhague 2009, Cancún 2010 y Durban 2011), esta cumbre puede ser
una de las últimas oportunidades que tendrá la humanidad de enfrentar con éxito
la amenaza del calentamiento global.
Las
negociaciones son muy complejas por tres razones. Primero, los países
industrializados que hoy tienen compromisos de reducción de sus emisiones
representan apenas algo más de la cuarta parte de las emisiones mundiales.
Segundo, Estados Unidos, que fue hasta hace poco el principal contaminador (21%
del total mundial de emisiones), no había asumido ningún compromiso en Kyoto. Y
en tercer lugar, el mundo en desarrollo no está obligado a realizar reducciones
de sus emisiones, que ya alcanzan al 50% del total (China es ya el primer país
contaminador con casi la cuarta parte de las emisiones
totales).
Lo
importante es que este mundo en desarrollo será responsable de más del 90% del
aumento de las emisiones futuras. Las negociaciones se complican aún más cuando
se consideraban las diferencias en las emisiones por habitante. Si bien China ya
contamina más que Estados Unidos, cada chino apenas emite la cuarta parte que un
norteamericano; aquí radica uno de los escollos para lograr un acuerdo: un
norteamericano hoy emite 190 veces más que un etíope. En los países
desarrollados vive apenas el 16% de la humanidad. Sin embargo, sus emisiones
representan dos tercios del total históricamente acumulado; en promedio, los
países desarrollados emiten 13 toneladas de CO2 por habitante, mientras que los
países pobres no llegan a media tonelada. Es ilustrativo comparar Europa con los
Estados Unidos; en la crisis petrolera de 1974, Europa inició una política de
eficiencia energética, introduciendo impuestos a los combustibles fósiles y
promoviendo el transporte público y modernizando su industria automotriz; los
precios energéticos en Europa casi duplican a los de Estados Unidos; así se
explica cómo hoy un alemán emite diez toneladas, y un norteamericano,
20.
Un
acuerdo internacional tiene que ser no sólo eficiente (preservar el planeta al
mínimo costo económico), sino también equitativo entre las naciones, prestando
atención al nivel de desarrollo de cada una de ellas y también a la distinta
responsabilidad histórica en la acumulación de dióxido de carbono en la
atmósfera.
En
junio, en la Cumbre Río+20 sobre Desarrollo Sustentable, que se realizó en
Brasil y a la que asistieron más de 100 jefes de Estado, no hubo avances
concretos en materia de cambio climático. En el debate quedó en evidencia que
"uno de los problemas más acuciantes es la falta de voluntad política de
enfrentar este desafío global y el empleo de instrumentos de ejecución
inadecuados". La Cepal y el BID informaron en esta reunión los siguientes
impactos negativos previstos en nuestro continente: desaparición de los
glaciares andinos (menores a 5000 metros de altura), sabanización de la cuenca
amazónica, reducción de los rindes agrícolas, aumento de inundaciones costeras y
eventos climáticos extremos, incremento de enfermedades tropicales y afectación
del bioma coralino en el Caribe. Este informe destaca que, por razones de
ubicación geográfica y por la dependencia de los recursos naturales, América
latina es muy vulnerable al cambio climático. A fines del año pasado, la Agencia
Internacional de Energía (AIE) ya había alertado: "Si no cambiamos pronto de
rumbo, acabaremos allí donde nos dirigimos".
Es
evidente que las grandes preocupaciones sobre la crisis económica y financiera
de importantes naciones industrializadas han desviado ahora la atención de los
gobiernos lejos del cambio climático y de la necesidad de una nueva política en
favor de las energías limpias. Se ha debilitado así fuertemente la capacidad y
voluntad de actuar preservando nuestro planeta. Este reciente documento de la
AIE indicaba que queda poco tiempo y margen para actuar controlando las
emisiones contaminantes, por eso señalaba que "ya se está cerrando la puerta de
los 2°C". Esta afirmación no es falsamente alarmista, sino bien realista, ya que
las Naciones Unidas había ya advertido en 2010 que hasta ahora "los compromisos
sobre la mesa no serán suficientes para limitar el calentamiento a 2 grados
centígrados". Parece que cada nación juega a que la solución la den los "otros",
minimizando así el esfuerzo propio. Sin embargo, con una visión esperanzada
debemos aspirar a que en Doha la humanidad pueda acordar un nuevo sendero común
de preservación solidaria del planeta, que vaya más allá de los insuficientes
compromisos del Protocolo de Kyoto, que fenecen a fin de este año. Es hora de
que dejemos de jugar con el planeta y entendamos que los problemas ambientales
globales requieren no sólo efectivas soluciones globales que comprometan el
esfuerzo de todos, sino también instituciones mundiales que realmente las
implementen y controlen. No hay solución a un problema global sin una
institucionalidad global.
FUENTE:
Alieto Guadagni, La Nación, 17 de julio de 2012