Tras nueve años de inactividad, Rusia ha vuelto a crear un órgano oficial que tratará cuestiones relativas al cambio climático. El mundo nos ha dejado muy atrás en esta materia. ¿Conseguiremos recuperar el tiempo perdido? ¿Sabemos cómo hacerlo?
Tal y como la Administración rusa había anunciado a los periodistas hace un mes, el pasado jueves 21 de febrero el Grupo de Trabajo Interdepartamental sobre el Cambio Climático y el Desarrollo Sostenible celebró su primera reunión.
La anterior comisión sobre este tema fue suprimida en 2004 y hasta ahora las cuestiones climáticas se discutían esporádicamente en reuniones y encuentros ministeriales.
Esta dinámica llegó a su “apogeo” con la elaboración de una instrucción oficial para la delegación rusa en las conversaciones con la OTAN a finales del año pasado. Algunos párrafos del documento, según uno de los delegados, resultaron ser contradictorios y hasta absurdos.
El nuevo grupo de trabajo decidió coger el toro por los cuernos y, sin preámbulos, abordó el sinfín de problemas acumulados. Entre ellos el proyecto del decreto presidencial sobre planes nacionales de reducción de emisiones de CO2: tres párrafos que ya llevan más de medio año esperando para ser entregados al presidente. Parece que el alto nivel político del grupo, sobre todo con la presencia de Alexander Bedritski (enviado del presidente ruso para el cambio climático), infunde optimismo a los miembros de la misma. Sin embargo, desde fuera la situación recuerda la lenta partida de un tren, mientras Rusia se queda en el andén.
Basta con echar un vistazo a las noticias internacionales sobre el tema: la Unión Europea discute planes para mejorar su sistema de comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, los senadores de EEUU propusieron introducir un impuesto sobre carbono que ayudará a reducir el déficit presupuestario mientras China ya está lista para ponerlo en marcha.
Otros países tienen planes similares al respecto: Australia, Nueva Zelanda, México, Corea del Sur... casi todos nuestros futuros colegas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en la que Rusia planea ingresar próximamente.
Pero no hace falta ir tan lejos para hallar estos ejemplos: Kazajstán, una exrepública soviética, lanzó en enero de este año la fase piloto del comercio de derechos de emisión. Y desde el verano de 2012 todas las empresas rusas que cotizan en la Bolsa de Londres deberán publicar detalles de sus emisiones de carbono.
Es notable que en este tipo de noticias no se hable del “cambio climático” ni de las “últimas investigaciones”. Por ejemplo, el que propuso introducir el impuesto sobre carbono en China fue el ministro de Finanzas, una figura que difícilmente puede ser sospechosa de un amor desmedido por la naturaleza.
Ya hace tiempo que los gobiernos dejaron a un lado las tablas y los gráficos que ilustran el incremento de la temperatura media en el planeta para que los sigan estudiando los profesionales. El problema del cambio climático y sus consecuencias ha cobrado una dimensión económica planteando cuestiones de seguridad alimentaria para 7.000 millones de habitantes del planeta, comprometiendo el futuro del sector de energía e incluso de la estabilidad de los mercados financieros.
Puede que este enfoque sea polémico pero a la sociedad rusa le llegan los pronósticos sobre la llegada en 2014 de una era glacial publicados en la revista Industria del Gas. Y se hace eco de la teoría de que el protocolo de Kioto es una conspiración mundial contra Rusia.
Menos mal que el Grupo de Trabajo Interdepartamental ruso se centra en otras cosas, pero el síntoma en sí es alarmante: mientras todo el mundo mediante el clásico método de prueba y error intenta inventar y acordar las nuevas reglas del juego energético para los próximos decenios, Rusia está dudando de lo indudable.
El peligro de no participar en la elaboración de las nuevas reglas está en que luego habrá que aceptar las hechas por otros. Nadie habla de no tener una opinión propia y discrepante, pero hace falta luchar por ella y buscar un consenso con los demás.
Porque, muy a pesar de nuestros deseos, si en 2013 uno no quiere diseñar su política climática, esta misma política irá a por él.
El nuevo Grupo de Trabajo en el Gobierno ruso, conforme a sus estatutos, se reunirá “al menos una vez al trimestre”. Cuatro veces al año no es nada, esperemos que los miembros del grupo también se den cuenta de ello. Cuando el tren está partiendo hay que olvidarse de las maletas y cogerlo aunque sea en marcha.
FUENTE: Olga Dobrovídova, RIA Novosti, 26/ 02/ 2013
Tal y como la Administración rusa había anunciado a los periodistas hace un mes, el pasado jueves 21 de febrero el Grupo de Trabajo Interdepartamental sobre el Cambio Climático y el Desarrollo Sostenible celebró su primera reunión.
La anterior comisión sobre este tema fue suprimida en 2004 y hasta ahora las cuestiones climáticas se discutían esporádicamente en reuniones y encuentros ministeriales.
Esta dinámica llegó a su “apogeo” con la elaboración de una instrucción oficial para la delegación rusa en las conversaciones con la OTAN a finales del año pasado. Algunos párrafos del documento, según uno de los delegados, resultaron ser contradictorios y hasta absurdos.
El nuevo grupo de trabajo decidió coger el toro por los cuernos y, sin preámbulos, abordó el sinfín de problemas acumulados. Entre ellos el proyecto del decreto presidencial sobre planes nacionales de reducción de emisiones de CO2: tres párrafos que ya llevan más de medio año esperando para ser entregados al presidente. Parece que el alto nivel político del grupo, sobre todo con la presencia de Alexander Bedritski (enviado del presidente ruso para el cambio climático), infunde optimismo a los miembros de la misma. Sin embargo, desde fuera la situación recuerda la lenta partida de un tren, mientras Rusia se queda en el andén.
Basta con echar un vistazo a las noticias internacionales sobre el tema: la Unión Europea discute planes para mejorar su sistema de comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, los senadores de EEUU propusieron introducir un impuesto sobre carbono que ayudará a reducir el déficit presupuestario mientras China ya está lista para ponerlo en marcha.
Otros países tienen planes similares al respecto: Australia, Nueva Zelanda, México, Corea del Sur... casi todos nuestros futuros colegas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en la que Rusia planea ingresar próximamente.
Pero no hace falta ir tan lejos para hallar estos ejemplos: Kazajstán, una exrepública soviética, lanzó en enero de este año la fase piloto del comercio de derechos de emisión. Y desde el verano de 2012 todas las empresas rusas que cotizan en la Bolsa de Londres deberán publicar detalles de sus emisiones de carbono.
Es notable que en este tipo de noticias no se hable del “cambio climático” ni de las “últimas investigaciones”. Por ejemplo, el que propuso introducir el impuesto sobre carbono en China fue el ministro de Finanzas, una figura que difícilmente puede ser sospechosa de un amor desmedido por la naturaleza.
Ya hace tiempo que los gobiernos dejaron a un lado las tablas y los gráficos que ilustran el incremento de la temperatura media en el planeta para que los sigan estudiando los profesionales. El problema del cambio climático y sus consecuencias ha cobrado una dimensión económica planteando cuestiones de seguridad alimentaria para 7.000 millones de habitantes del planeta, comprometiendo el futuro del sector de energía e incluso de la estabilidad de los mercados financieros.
Puede que este enfoque sea polémico pero a la sociedad rusa le llegan los pronósticos sobre la llegada en 2014 de una era glacial publicados en la revista Industria del Gas. Y se hace eco de la teoría de que el protocolo de Kioto es una conspiración mundial contra Rusia.
Menos mal que el Grupo de Trabajo Interdepartamental ruso se centra en otras cosas, pero el síntoma en sí es alarmante: mientras todo el mundo mediante el clásico método de prueba y error intenta inventar y acordar las nuevas reglas del juego energético para los próximos decenios, Rusia está dudando de lo indudable.
El peligro de no participar en la elaboración de las nuevas reglas está en que luego habrá que aceptar las hechas por otros. Nadie habla de no tener una opinión propia y discrepante, pero hace falta luchar por ella y buscar un consenso con los demás.
Porque, muy a pesar de nuestros deseos, si en 2013 uno no quiere diseñar su política climática, esta misma política irá a por él.
El nuevo Grupo de Trabajo en el Gobierno ruso, conforme a sus estatutos, se reunirá “al menos una vez al trimestre”. Cuatro veces al año no es nada, esperemos que los miembros del grupo también se den cuenta de ello. Cuando el tren está partiendo hay que olvidarse de las maletas y cogerlo aunque sea en marcha.
FUENTE: Olga Dobrovídova, RIA Novosti, 26/ 02/ 2013
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