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jueves, 14 de febrero de 2013

SHALE GAS ANTE EL CAMBIO CLIMÁTICO ¿SOLUCIÓN O AGRAVANTE?





                La visión del Centro de Políticas Públicas para el Socialismo sobre
                un tema de interés regional.


La humanidad enfrenta dos retos que requieren una firme voluntad política y social para ser superados: el cambio climático y la creciente demanda de energía en un contexto global de reducción de fuentes baratas y de fácil acceso. Frente a este contexto, los yacimientos no convencionales de gas han sido perfilados como la solución debido al gran volumen de reservas globales estimadas y a la idea de que el gas natural emite menos dióxido de carbono (CO2) que otros combustibles fósiles, como el petróleo o el carbón. Sin embargo, estudios recientes han llamado la atención sobre los problemas derivados de su explotación. Por una parte, por los riesgos socioambientales a nivel local y, por la otra, por las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que serían mayores que las registradas durante la extracción de gas natural de yacimientos convencionales e, incluso, que el carbón. Si la reducción de las emisiones es el objetivo al que debemos apuntar para paliar la catástrofe del cambio climático global, parece evidente que la explotación de shale gas no es la mejor alternativa. No sólo por su mayor incidencia en las emisiones de GEI sino porque invertir en la extracción de no convencionales retrasa la transición energética a una matriz 100% renovable y sustentable. El efecto invernadero

El efecto invernadero es un proceso natural imprescindible para la vida en la tierra. Los gases presentes en la atmósfera impiden que parte del calor del sol vuelva a salir de la atmósfera, manteniendo el clima terrestre en un valor medio de 15ºC. Sin la presencia de estos gases, la temperatura sería de -18ºC. Estos gases son: vapor de agua (H2O), dióxido de carbono (CO2), óxido nitroso (N2O), metano (CH4) y ozono (O3); existen otros que afectan el equilibrio térmico del planeta y que han sido creados por el ser humano como los halocarbonos (HCFC) y otras sustancias que contienen cloro y bromuro. Sin embargo, el equilibrio térmico es frágil. La actividad humana está alterando este proceso que funciona como termostato del planeta, generando un cambio de clima sin precedentes. Lo que distingue al actual cambio climático de otros que se han dado a lo largo de la vida del planeta es, por un lado, la velocidad a la que se produce y, por el otro, que estas alteraciones se deben fundamentalmente a causas antropogénicas, es decir, ocasionadas por la actividad humana. Estamos emitiendo gases en proporciones mucho mayores a las que existen naturalmente. Esto acentúa el efecto invernadero, ya que la gran concentración de gases no deja que el calor escape fuera de la atmósfera, incrementando la temperatura media de la Tierra. Los expertos aseguran que un aumento global de 2ºC supondría el colapso de varios ecosistemas. A la hora de entender cómo funciona un ecosistema se puede recurrir a la metáfora de un castillo de naipes: si una de las cartas de la base cae, ocasiona el derrumbe del resto. Estos efectos se irían sumando, ocasionando un efecto en cadena que generaría el aumento de los refugiados climáticos –por desplazamiento forzado frente a cambios en el hábitat–, la desaparición de cientos de especies, incremento de la acidez de los mares, efectos meteorológicos, como huracanes, inundaciones, etc. Pero ¿qué actividad humana está ocasionando estas emisiones? Un 56,6% del CO2 que se emite a la atmósfera proviene del uso de hidrocarburos (IPCC, 2007). Parece evidente, entonces, que sin detener las causas directas de este exceso de emisiones será imposible reducirlas para evitar el aumento de la temperatura media terrestre. La promesa del shale gas

La necesidad de encontrar una fuente de energía que a su vez reduzca las emisiones de gases de efecto invernadero se postula como un desafío impostergable. Esta búsqueda se ve agravada por el peak oil o pico del petróleo, según el cual las reservas mundiales de petróleo de acceso fácil y barato se están reduciendo en todo el mundo, mientras que la demanda continúa su vertiginoso crecimiento. En este marco, los yacimientos de gas no convencionales son promovidos como la alternativa, debido a que el gas natural posee una huella de carbono menor que la de otros fósiles (petróleo y carbón). La industria presenta al shale gas como la piedra angular que permitiría facilitar la transición hacia energías no agotables y limpias. Sin embargo, recientes estudios sobre las emisiones de GEI de la explotación de esquistos apuntan en sentido contrario: no sólo emite más GEI que el proveniente de yacimientos convencionales, si no que el cómputo total de las emisiones podría ser incluso peor que el del carbón. Tomando al dióxido de carbono como referencia se establece el denominado dióxido de carbono equivalente (CO2eq), una unidad de medida que ayuda a crear indicadores como el Potencial de Calentamiento Global (PTC) o la huella de Carbono de cada gas de efecto invernadero. Respecto al metano, se calcula que tendría un potencial de alrededor de 21 veces superior al del CO2. Esto significa que en 100 años, cada kilo de metano calienta el planeta 21 veces más que un kilo de CO2. Las emisiones del gas no convencional –compuesto en un 90% por metano– se centran fundamentalmente en el dióxido de carbono proveniente de su combustión y los escapes de metano durante la explotación de los pozos. Según el estudio de investigadores de la Universidad de Cornwell (EE. UU.) el metano y la huella de carbono del gas natural procedente de formaciones de pizarra, "entre el 3,6 y el 7,9% del metano de las producciones de esquisto o pizarra escapan a la atmósfera a través de los respiraderos y grietas durante la vida de un pozo. Estas emisiones de metano son superiores en un 30%, o quizás más, que las del gas natural convencional" (Howarth et. al, 2011). Por otra parte, el Centro Tyndall para el Cambio Climático –Gran Bretaña– realizó un informe en 2011 que subraya que la extracción de gas no convencional "llevaría a un incremento de 11 partes por millón de volumen [ppmv] de CO2 sobre los niveles previstos sin gas de esquisto". Asimismo, el informe del Parlamento Europeo, Repercusiones de la extracción de gas y petróleo de esquisto en el medio ambiente y la salud humana, realizado por la Comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Seguridad Alimentaria (2011), no reduce únicamente la emisión de GEI a la etapa de extracción sino que llama la atención con respecto a emisiones relacionadas con contaminantes altamente tóxicos. Estas son provocadas tanto en el uso de camiones y equipos de perforación –en las que se liberan dióxido de azufre, óxido de nitrógeno, compuestos orgánicos volátiles distintos del metano (Covnm) y monóxido de carbono– como en el procesamiento y transporte del propio gas. Muchas de las emisiones de compuestos contaminantes se derivan del nulo o mal tratamiento del agua residual que se emplea para la fractura que, una vez que regresa a la superficie, se acumula en piletas al aire libre. Los desechos líquidos –denominado flowback– contienen agua, los químicos utilizados, componentes orgánicos tóxicos, metales pesados y materiales radioactivos –tales como uranio, radón, torio, etcétera–. Para facilitar su evaporación, el agua de las balsas se pulveriza bajo el sol y con ella se evaporan estos contaminando el aire. Dependencia energética

Fuentes oficiales de EE. UU. destacan que desde 2005 las emisiones domésticas energéticas han disminuido en un 8,6%, el equivalente a 1,4% por año, debido al surgimiento masivo de shale gas. Sin embargo, un informe del Centro Tyndall, de octubre de 2012, discute la metodología empleada: no se incluyen las emisiones indirectas. Además, afirma que no se pueden obtener datos cuantitativos fiables de la huella de carbono del gas producido mediante fractura hidráulica debido a que alrededor de los no convencionales hay muchos intereses en juego que dificultan su recolección. Los datos que sí se pueden analizar para tener una idea del impacto del shale gas son los relativos a las cantidades absolutas de CO2 procedentes de la combustión y las repercusiones que el auge del gas de esquisto ha tenido en el mercado energético. Es importante considerar que el surgimiento del gas de esquisto para consumo interno estadounidense no ha significado que el carbón sea desatendido. Al contrario, entre 2008 y 2011 el país aumentó las exportaciones del fósil, por lo que las emisiones que en teoría se habían reducido por la sustitución sólo lo hicieron en términos de las cuentas nacionales y no globalmente; ese carbón se quemó y consumió en otra parte. En este sentido, los últimos datos arrojados por el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU han mostrado cómo la crisis internacional y un aumento del precio del gas respecto al carbón, han incrementado el volumen total de emisiones globales, lo que ejemplifica cómo irónicamente, la reducción de emisiones por una parte, termina siendo incrementada por la otra.

FUENTE: rionegro.com.ar ,  14/ 02/ 2013 

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