A la muerte de Alejandro Magno, en el 323 a. C., el mundo que había creado quedó fundamentalmente dividido en cuatro grandes reinos dirigidos por sus sucesores: Seleuco, Ptolomeo, Casandro y Lisímaco. Uno de ellos, el reino ptolemaico, llevó el esplendor helenístico a Egipto.
Bajo el mandato de una nueva dinastía, Egipto vivió el nacimiento de una Alejandría en la que se levantó el Gran Faro y la Gran Biblioteca. En aquella época se talló la piedra de Rosetta y aparecieron sabios como Euclídes y Arquímedes, que trabajaron en las matemáticas y en sofisticados ingenios tecnológicos. Pero la historia de este reino acabó en el 30 antes de Cristo. Entonces, tras la muerte de la última reina de la dinastía, Cleopatra y la derrota en la batalla naval de Actium, el reino se convirtió en una provincia del Imperio Romano.
Un grupo de científicos e historiadores de la Universidad de Yale, dirigidos por Joseph Manning, han publicado un artículo en la revista Nature Communications en el que consideran haber dado con una de las claves que provocó el derrumbe de la dinastía ptolemaica: el clima. Han concluido que un cambio climático provocado por erupciones volcánicas acabó con las inundaciones de verano del río Nilo, que esto tuvo un impacto muy negativo en la producción agrícola y que por ello el clima se convirtió en el germen de muchas décadas de inestabilidad social en el reino ptolemaico. Esto se tradujo en el levantamiento de varias revueltas y cambió el curso de al menos una guerra.
«Hemos encontrado una asociación significativa entre las erupciones y las hasta ahora poco entendidas revueltas del Egipto ptolemaico, así como las fechas en las que se puso fin a una guerra contra el Imperio Seleúcida», han escrito los autores en el artículo.
Esta investigación se ha centrado en vincular los efectos del clima en las sociedades humanas, como parte de un programa de investigación conocido como PAGES, de «Past Global Changes» (cambios globales del pasado). «Esto es lo bueno de de los registros climáticos. Por primera vez puedes ver una sociedad cambiando, no una descripción estática descrita en un puñado de textos», ha dicho Manning en un comunicado de la Universidad de Yale.
El Nilo, el corazón del reino
Las causas parecen remontarse, según los autores, a un fallo en el «corazón» del reino: el río Nilo. Con sus 6.825 kilómetros, era un auténtico sistema circulatorio del que dependían miles de agricultores y campesinos. Sus latidos estaban marcados por el monzón, ocurrido río arriba, que generaba un aumento del nivel del río entre agosto y septiembre y que se retiraba en octubre, permitiendo la siembra en unas aguas fértiles. «Cuando las corrientes del Nilo eran buenas, el valle era uno de los lugares más productivos de el mundo Antiguo», explicó Francis Ludlow, otro de los coautores. «Pero el río era famoso por su tendencia a ser muy cambiante». Así que, cuando el comportamiento del río no era tan propicio, llegaba la escasez de grano y todos los problemas económicos y sociales asociados.Las erupciones volcánicas se caracterizan por liberar a la atmósfera grandes cantidades de azufre gaseoso que tiene la capacidad de hacer «rebotar» la radiación del Sol en la atmósfera y, por tanto, actuar como un agente de enfriamiento global. Esto podría haber alterado el funcionamiento del monzón en torno a la zona de convergencia intertropical (ITCZ), una faja de la atmósfera fundamental para el monzón, y haber disminuido las precipitaciones de las que dependía el caudal del Nilo. Pero, ¿cuántas erupciones ocurrieron por aquella época? ¿Pudieron alterar realmente el funcionamiento del río?
Para averiguarlo, Manning y Ludlow diseñaron simulaciones de ordenador para emplear datos recogidos del río desde el año 622 después de Cristo, en un importante registro de los niveles del río llamado «Nilómetro Islámico». Así descubrieron que los malos años del Nilo estaban en correspondencia con un evento de erupciones volcánicas recientemente descubierto. Esta relación sugirió que cuando había erupciones, el Nilo no pasaba sus importantes ciclos de inundaciones.
Al profundizar más, y al analizar papiros y documentos, incluyendo la piedra Rosetta, descubrieron que las erupciones volcánicas precedieron a los momentos de inestabilidad económica y social. En concreto, se produjeron antes de la salida del rey Ptolomeo III de Siria e Irak en su guerra contra el Imperio Seleúcida, y antes de la revuelta de Tebas, un alzamiento de 20 años en el que los egipcios se opusieron al reinado de los griegos. «Es altamente improbable que las erupciones y estos eventos se solaparan por causalidad», ha dicho Ludlow.
De esta forma, el clima pudo tener un peso enorme en la historia de esta porción del mundo. Por ejemplo, cuando la dinastía apenas tenía unas décadas, en torno al año 245 antes de Cristo, el rey Ptolomeo III Eurgetes (algo así como «Benefactor»), estaba enfrascado en una campaña contra el enemigo del Este: el Imperio Seleúcida. Logró una serie de victorias, pero de repente volvió a casa. «Esto cambió todo en la historia de Próximo Oriente». Quizás las consecuencias de las erupciones influyeron en esta decisión.
Sin embargo, los autores han alertado de la necesidad de huir del determinismo y del reduccionismo. El clima pudo ser un factor adicional o quizás un detonante, pero una sola causa no puede explicar casi nunca un acontecimiento histórico y social: «Las erupciones volcánicas indujeron un cambio en el Nilo que a su vez actuó como un detonante para las revueltas en el Egipto ptolemaico y una limitación para la guerra, pero había un trasfondo de otros factores (...) Por ejemplo, tensiones étnicas entre egipcios y las élites griegas, el crecimiento democráfico y la presión fiscal, el coste de movilizar un ejército o el aumento de la demanda de trigo».
En todo caso, creen que esta investigación tiene implicaciones útiles para el presente. «El siglo XXI no ha sufrido erupciones volcánicas explosivas capaces de alterar los patrones del monzón. Pero eso podría cambiar en cualquier momento», ha dicho Ludlow. «Es necesario tener en cuenta esto a la hora de gestionar las valiosas aguas del Nilo Azul y que comparten Etiopía, Sudán y Egipto». Si el preciado líquido elemento escasea y provoca importantes pérdidas agrícolas, podría generar tensiones sociales que pongan a prueba la estabilidad política de esta región, según estos autores. Parece ser que hay precedentes en la historia.
FUENTE: ABC.es , 17 / 10 / 2017
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