Si usted no está aterrado con lo que pasó en la cumbre sobre el cambio climático en Doha, es porque no está prestando atención. “¿Cuál cumbre, en dónde?” —probablemente se pregunte—. “¿Y qué fue lo que pasó?”.
Usted no es el único. Increíblemente, el fracaso rotundo de la cumbre apenas ha sido registrado por los medios nacionales, aunque con ello hayamos entrado en “un precipicio climático, que nos adentra en un tsunami de carbono, porque estamos emitiendo, a una velocidad sin precedentes, inmensas cantidades de carbono; es un tsunami que probablemente inundará de calor el planeta y elevará el nivel de los océanos”.
Lo dice Bill Hare, uno de los climatólogos que escribió el reciente informe del Banco Mundial sobre el tema, Bajen la calefacción. Ni los climatólogos ni el Banco Mundial son conocidos como activistas o alarmistas. Así que, incluso con cálculos conservadores, nos está rondando un tsunami de inundaciones catastróficas, millones de muertos y desplazados por desastres naturales, riesgo de desaparición de 50% de las especies, guerras por el agua y un largo etcétera. Y ni nos enteramos.
El problema es que el cambio climático es visto como un asunto distante y técnico; un tema para expertos y burócratas que se reúnen anualmente en infructuosas cumbres para mantener los modestos compromisos del Protocolo de Kioto, que este año expiraba y que, aunque ignorado o incumplido por casi todos los Estados, es el único acuerdo obligatorio para disminuir las emisiones de carbono y compensar a los países pobres por los efectos desproporcionados que sufren.
Lo que pasó en Doha es que no se llegó a ningún consenso para reemplazar el Protocolo. Simplemente se aplazó el asunto hasta la cumbre del próximo año, con lo que ya son tres las reuniones que fracasan (Copenhage, Durban y Doha). Todo esto a pesar de que se trata de la decisión global más importante desde el fin de la segunda guerra mundial, como dijo Nicholas Stern, el conocido economista del cambio climático. Es como aplazar tres años el plan de evacuación de un tsunami que se ve venir en el horizonte.
De modo que es hora de apretar el botón de pánico. Hay que comenzar con cifras claras, sólidas y urgentes, como las de “las aterradoras matemáticas del cambio climático”, sintetizadas por el periodista Bill McKibben en un artículo que lleva ese título y que, tras ser publicado en la revista Rolling Stone, se ha difundido como virus en las redes sociales y ha sembrado la semilla de un movimiento global para enfrentar el tsunami.
Las cifras básicas son tres. La primera son dos grados centígrados: el aumento de la temperatura que es reconocido como el límite del calentamiento climático posindustrial que evitaría el tsunami. El problema es que ya vamos en 0,8 grados. Y que, incluso si se cumplieran los compromisos de Kioto, estamos emitiendo tal cantidad de carbono que pasaremos la barrera de los dos grados en diez años, y llegaremos hasta cuatro grados en 2060 y a seis en 2100, según el Banco Mundial. En ese punto, todo el planeta sería un tsunami climático.
La segunda cifra para grabar en la memoria es 565 gigatones. Esa es la cantidad de dióxido de carbono que los seres humanos podemos liberar hasta mitad de siglo sin que pasemos del límite de los dos grados. El lío es que las emisiones de carbono van subiendo año por año. Si seguimos como vamos, en sólo 16 años pasaremos la barrera de 565 gigatones.
La última cifra es la más aterradora, como dice McKibben. Se trata de los 2.795 gigatones que serían expulsados a la atmósfera si se explotan las reservas conocidas de petróleo, gas y carbón. Esas son las reservas comprobadas que planean explotar las compañías petroleras y mineras, y los Estados como Colombia que le apuestan a la locomotora. La matemática es simple: 2.795 es cinco veces más que 565, que es el límite para evitar el tsunami.
¿Y seguimos tan tranquilos?
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