La economía mundial asiste estupefacta al abaratamiento progresivo del precio del petróleo. En mínimos históricos, lo hace más accesible que nunca. Es algo que el carbón lleva experimentando décadas en sus propias carnes. A menudo soslayado por el influjo del crudo, el carbón ha pervivido como un elemento central de las economías de todo el mundo, especialmente la de los países en desarrollo, hasta nuestros días. Hoy, es la principal fuente de electricidad del mundo. Un siglo después de su apogeo, ¿cómo es posible? Y sobre todo, ¿cómo hemos llegado hasta aquí y por qué?
La respuesta más habitual para las anteriores preguntas es simple: es muy barato. Extremadamente barato. Su extracción es menos compleja que la de otros combustibles fósiles, y su transporte es relativamente sencillo. Del mismo modo, su proceso es económicamente más rentable. Todo esto tiene un altísimo precio: como primera fuente de energía eléctrica de la humanidad, el carbón revierte cualquier avance que logremos dilatando el cambio climático. Es la pesadilla del sueño ecologista, una fuente aún abundante que propicia crecimiento económico rápido a un precio muy accesible. Y que contamina mucho.
China: el principal responsable del carbón
A día de hoy, hablar del carbón implica de forma automática hablar de China. El país representa alrededor de la mitad de producción mundial, y tiene pocos incentivos para cambiar su modelo. Como ya exploramos en este artículo sobre contaminación y efectos en la salud, China continúa teniendo gran parte de las plantas eléctricas de carbón cerca de las ciudades. Es una tendencia que en Europa desapareció hace décadas, trasladando las plantas, que no apagándolas por completo, a regiones más alejadas de los núcleos urbanos. En China, sin embargo, la quema de carbón se hace de forma indiscriminada y a gran escala.
El gigante asiático produce el 46% del total mundial. Estados Unidos, el segundo productor, ni se le acerca: sólo representa el 11% mundial
¿Por qué China extrae y usa tanto carbón? Obviamente, está relacionado con su meteórico crecimiento económico tras las Segunda Guerra Mundial. En 1950, China apenas producía carbón. Su economía era fundamentalmente agraria. Con el despegue económico a finales de la década de los setenta y la revolución total de su economía, el país necesitaba de ingentes cantidades de energía para crear electricidad y alimentar a su cada vez más sedienta industria. Encontró la respuesta en el carbón, muy abundante en sus provincias del norte, fácil de extraer y relativamente barato comparado con otras fuentes de energía.
Eso es una buena noticia para la salud del planeta, pero una no tan positiva noticia para los gobernantes de Pekín. Como la historia europea y norteamericana han puesto de manifiesto, el abandono de la industria del carbón, aunque sólo sea paulatino, tiene aparejado diversos costes políticos. Este reportaje de The Washington Post explora cómo el declive de la producción del carbón en China, aunque aún muy tenue, podría suponer un problema para el gobierno comunista: varias regiones dependen en gran medida de su economía, y se verían afectadas de forma profunda por un cambio de tan gran calado.
El resto del mundo también le está ayudando
Pese a que el porcentaje de responsabilidad de China en la utilización del carbón es alto, no es exclusivo. El resto del mundo también está contribuyendo a la causa. Especialmente allí donde el crecimiento económico está siendo espoleado por el crecimiento poblacional, pero no sólo en aquellos países. Estados desarrollados como los europeos o Japón observan con tranquilidad y complacencia cómo el porcentaje del carbón crece en su mix energético o en sus exportaciones. Los motivos, variados.
Japón no produce tanto como China, pero fomenta la quema del carbón exportando su alta tecnología e incentivando su prevalencia frente a otros recursos
Esto ha supuesto un notable enfrentamiento entre la administración Obama, de declarada alergia a la industria del carbón (las exportaciones de tecnología para el procesamiento del carbón se han limitado muchísimo en Estados Unidos) y la de Abe. Sin embargo, Japón tiene un argumento que es de difícil discusión: los países pobres van a seguir utilizando carbón porque es la fuente de energía más barata y ahora hay un mercado mundial del carbón de fácil acceso para todos. Puestos a elegir, ¿preferís que sea China quien venda sus muy contaminantes y pobremente tecnológicas plantas o que seamos nosotros, que ofrecemos rendimiento puntero y menos polución? El G7 se encoge de hombros.
¿Por qué se da por supuesto que los países emergentes van a seguir utilizando carbón? La respuesta quizá se halle en el comportamiento de aquellos que ya están desarrollados y que, pese a sus intentos, aún no han sido capaces de deshacerse del carbón como principal suministro de energía. Una buena forma de observar la importancia del sector del carbón en nuestras economías es, al margen del mix energético, la omnipresencia de las subvenciones: Alemania, Polonia, España o Dinamarca siguen ofreciendo generosos subsidios a la utilización del carbón. Su uso, por tanto, se incentiva.
Retirarlos y dejar morir al carbón tiene costes sociales, y por tanto políticos, especialmente en regiones donde el carbón ha vertebrado durante años la vida cultural y el imaginario identitario de los votantes.
El anterior gráfico, desarrollado por Vox en base al informe anual de BP sobre el estado de la energía en el mundo, es muy significativo: el carbón nunca ha estado en decadencia a nivel global. En India, Indonesia o Vietnam, crece sin cortapisas, y es improbable que deje de hacerlo a corto o medio plazo, pese a las urgencias medioambientales de la Tierra. A día de hoy, más de 2.000 plantas energéticas dependientes del carbón están siendo construidas a lo largo del planeta. Todo ello pese a que en Estados Unidos se han cerrado o se ha decretado el cierre de muchas de ellas. Todo ello, junto a lo que está pasando en Europa.
Si queremos más electricidad, necesitamos carbón
Es al menos la lógica que parece subyacer en la tendencia global a no dejar de utilizar carbón. A nivel global, el carbón aún representa el 40% del mix energético, frente al 22,5% del gas natural, el 5% del petróleo (es demasiado caro como para generar electricidad con él, aunque no para Arabia Saudí), el 10,9% de la nuclear y el 21% de las renovables. En total, el uso de carbón ha crecido un 192% desde 1980, frente al 410% del gas natural (más limpio) y al 171% de las renovables (!).
En Europa, tras años en decadencia, la utilización del carbón vuelve a estar al alza, aunque sea de forma más marginal que en décadas anteriores
Ese crecimiento sostenido ha tenido reflejo incluso allí donde el carbón parecía destinado a desaparecer para siempre. Tras décadas de espoleo industrial gracias a las generosas cuencas mineras polacas, alemanas, británicas y belgas, el continente europeo parecía encarar el fin de la utilización del carbón a principios de los noventa. Desde entonces y hasta 2010, la curva fue descendente: Europa recurrió menos al carbón. Sin embargo, la tendencia volvió a mutar a partir de la década que nos ocupa: la importancia del carbón en la generación de electricidad europea está creciendo.
¿Qué ha pasado? Por un lado, las autoridades europeas son cada vez más escépticas respecto a la energía nuclear, que podría proporcionar un importante porcentaje de electricidad de forma sostenible. Por otro, Estados Unidos empieza a ser menos dependiente del carbón gracias al gas natural, pero sigue produciendo mucho. Esa producción se lleva a Europa (donde sí ha decaído de forma muy consistente), que la compra a precio barato. Y como el continente está repleto de centrales energéticas que dependen del carbón, hay suficiente abastecimiento para mantenerlas en funcionamiento.
El resultado es que en pleno 2015 y con la clara intención de reducir las emisiones de CO2, una gran mayoría de países europeos continúan dependiendo mucho de la quema de carbón. En Polonia, país minero por excelencia y uno de los estados miembros con más centrales energéticas de carbón, representa casi el 80% del consumo total de electricidad. En Alemania la quema de lignito y carbón supera el 40%. En Reino Unido las cifras son parecidas. Lógicamente, eso afecta mucho al cambio climático, y son malas noticias, porque el carbón es el combustible fósil que más emisiones produce.
El carbón no representa ni un 20% del mix energético español, pero durante los últimos años su consumo ha ido al alza. ¿Nueva tendencia?
Sin embargo, como se explica aquí, el carbón es atractivo, de nuevo, por su precio. ¿Estamos ante una tendencia al alza?
Si no encontramos otras formas de generar electricidad, puede ser. Uno de los casos más significativos de Europa es el de Países Bajos. Allí, el gobierno ha apostado decididamente por el fin del motor de combustión, y es generoso en las subvenciones al automóvil eléctrico. Buenas noticias, claro, porque los automóviles continúan siendo una parte importantísima del problema de las emisiones a la atmósfera... y malas noticias, por desgracia, porque de algún modo habrá de generarse tanta electricidad para tantos coches como desean desplegarse por el muy denso país.
¿A qué fuente de energía están recurriendo los Países Bajos para alimentar a sus preciados coches eléctricos? En efecto, al carbón. Dado que la pequeña nación siempre ha sido altamente dependiente de tan contaminante combustible fósil para generar su electricidad, ahora tiene menos incentivos para deshacerse de él. Lo que obtiene por un lado con coches verdes y energéticamente sostenibles, lo pierde por otro. Es el dilema de Europa, y el gran reto del mundo: ¿cómo vamos a generar toda la electricidad que necesitamos? Hasta que tengamos una respuesta clara y decidida, el carbón gana la batalla.
FUENTE: XATAKA , 22 / ENERO / 2016
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