Como mujer científica, Amy Austin fue premiada en marzo de
2018 por LOréal-Unesco, en reconocimiento de sus aportes en
la comprensión del ciclo natural de carbono.
Todo comenzó cuando descubrimos que podíamos utilizar, como fuente de energía, algas y plantas muertas enterradas bajo capas de rocas, los famosos “combustibles fósiles”, que por razones geológicas no se degradaron, es decir, no fueron comidas por microbios. Así los humanos empezamos a alterar el ciclo natural del carbono global.
En un año, el carbono que emitimos a la atmósfera es más de 8 gigatones, lo que equivale 1,2 mil millones de torres Eiffel. Como antes no circulaba en el aire y produce calentamiento global -entre otros cambios climáticos-, el problema es enorme.
Lo que no está del todo difundido es que en realidad podríamos tener el doble de carbono del que tenemos en la atmósfera: que no ocurra se lo debemos a los ecosistemas naturales, tanto acuáticos como terrestres, que absorben esa carga como si fueran grandes cajas de ahorro de carbono.
En esto es esencial apoyar a la ciencia básica, ya que nos permite entender los ecosistemas hoy, pero también su manera de funcionar antes de que los humanos alteraran el ciclo del carbono.
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El cambio climático está ocurriendo y va a seguir alterando la vida de todos los organismos del planeta. No hay tiempo para seguir discutiendo si es real y quién tiene la culpa
Sin embargo, a diferencia de los autos, los ecosistemas no funcionan mal o bien. Puede cambiar el crecimiento de las plantas o el número de organismos, pero los ecosistemas seguirán fijando carbono y reciclándolo. La naturaleza lleva adelante los ciclos necesarios para la vida.
El tema somos los humanos: cómo nos adaptamos al nuevo contexto. Porque lo más probable es que en los próximos años, con los cambios que vendrán por el gran daño hecho a los ecosistemas naturales, ya no estemos tan cómodos.
Y hoy, algunos gobiernos -como el de los Estados Unidos- ni siquiera lo reconocen. Esto demoró mucho nuestras chances de avanzar con soluciones alternativas que permitan crecimiento, sin agregar más y más carbono a la atmósfera.
La Argentina tiene un beneficio gigantesco en cuanto a sus emisiones: casi 40% de su electricidad viene de energía hidroeléctrica, que tiene impacto ambiental pero no emite carbono. El potencial local para desarrollar fuentes alternativas de energía renovable es enorme. Hay que tener ganas.
El cambio climático está ocurriendo y va a seguir alterando la vida de todos los organismos del planeta. No hay tiempo para seguir discutiendo si es real y quién tiene la culpa. La esperanza está en nuestra cultura e inteligencia colectiva para encontrar rápidamente soluciones.
No habrá magia; no aparecerá una solución tecnológica salvadora. Pero como grupo podemos pensar colectivamente, accionar en función de acuerdos de cooperación internacional y mejorar nuestro contexto para minimizar el impacto. El primer paso es admitirlo.
FUENTE: Clarín, Amy Austin , 6 / 04 / 2018
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