En apenas unas semanas, huracanes de nombres tan comunes como María e Irma y el ciclón José han puesto en jaque las Islas del Caribe. Harvey ha devastado la costa sureste de Estados Unidos.
Con sólo 12 días de diferencia, dos dantescos terremotos en México han dejado destrucción, muerte, miedo e incertidumbre.
Cerca, el volcán Popocatépetl ha entrado en erupción y las “lluvias atípicas”, como prefieren llamarlas las autoridades de la Ciudad de México, han estado inundando durante dos meses una de las ciudades más grandes del mundo hasta niveles parecidos a los de Venecia.
El planeta nos está mostrando su cara más hostil con más virulencia e intensidad que nunca. Porque no le hicimos caso. Porque no fuimos ni somos conscientes de que la sociedad y los gobiernos tienen que emprender acciones antes de que sea demasiado tarde.
Cambio climático acelerado
No hay duda, la Tierra nos pide a gritos frenar el desmedido estilo de vida que llevamos, que acelera a pasos agigantados la variabilidad climática.
La retirada de Estados Unidos del acuerdo de París contra el cambio climático supone una bofetada al futuro de todos. Pero no sobre el papel, no como ideología. En México, a ocho kilómetros de mi casa, tres decenas de críos han muerto tras el colapso de su escuela.
Otras medidas como la suspensión durante dos años de la normativa que pretendía disminuir las fugas de las emisiones de los operadores de gas y petróleo o sus destructivas políticas medioambientales están sacudiendo nuestros cimientos. Los cimientos del mundo.
El cambio climático no está ocurriendo. Nos está ocurriendo. A los más de 300 muertos de los dos seísmos de México, a las decenas de personas que perdieron la vida en Estados Unidos, a los miles y miles de evacuados de sus hogares. A los afectados y desplazados por las lluvias en Asia. A todos.
Este año debería ser ejemplar, pero estamos inmersos en el juego de la política. Una tímida política que no hará nada. En la ONU, en la Unión Europea, en los grandes foros de señores serios con corbata que deciden el futuro del mundo.
Los fenómenos naturales se han presentado como en ningún otro año, con mucha incertidumbre. El hombre ya no controla sus efectos, no los puede predecir, y se sitúa en la pequeñez que representa dentro de la evolución como un elemento más de la naturaleza.
Defender y exigir una política ambiental
Frente al fracaso y las trabas en las medidas contra el cambio climático, debemos adquirir el compromiso de defender y exigir una política medioambiental y de desarrollo que mitigue estos devastadores efectos y garantice la viabilidad de nuestra supervivencia en la Tierra, la de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos.
Todos tenemos la obligación de reclamar un cambio en la hoja de ruta de las políticas medioambientales y de actuar en consecuencia. Los desastres socialmente construidos son ya una realidad.
No son desastres naturales: el ser humano ha puesto las condiciones para que sean tal en ese afán desmedido de desarrollismo a toda costa. El calentamiento global, el aumento del nivel del mar, las sequías y las inundaciones serán el pan nuestro de cada día de aquí en adelante, y nos queda adaptarnos; crear resiliencia a estas nuevas condiciones del planeta.
Sabemos que está ocurriendo. El momento es aquí y ahora. Luego no habrá tiempo para actuar. Los mexicanos están dando una muestra de esa solidaridad nacional, social e intergeneracional para responder a este tipo de fenómenos; pero no debiera ser así, reactiva; cuando ya ocurrió la catástrofe.
En los siguientes años puede que no haya marcha atrás.
FUENTE: EFE VERDE, Judith Domínguez, 26 Septiembre, 2017
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