Difícil debe ser para los escépticos creer que el vuelo migratorio de una mariposa en Occidente pueda generar –o al menos estar conectado con– un deslave en África o un tsunami en el Pacífico.
Lo que en teoría literaria aflora como eje de la narración rizomática, parece trasladarse también a la realidad más vívida del siglo XXI, en un mundo híperconectado por alguna ley de energía universal cuyo actor antagónico es el ser humano.
El cambio climático –contrario a lo que puedan decir por ahí los incrédulos o quienes descreen porque los mueven intereses políticos y económicos como sustrato– existe y aun peor, afecta al planeta y amenaza la vida en él.
Sin embargo, políticos como Donald Trump insisten en negar esa realidad que ha empezado a incidir sobremanera en el continente americano y, especialmente, en el propio país que preside el exmagnate del show.
Para citar ejemplos, no sobran dedos de las manos: en menos de un mes tres huracanes (Harvey, Irma y María) golpearon al gigante norteamericano. Quedó registrada como una de las peores temporadas ciclónicas del océano Atlántico que dejó más de 200 muertos, pérdidas billonarias y desplazamiento de miles de familias de sus hogares.
Ya se sabe, Estados Unidos es un país «riquísimo», pero mantiene una estela neocolonial que deja a oscuras a todo un continente, en particular la isla de Puerto Rico, que aún en los primeros días de este año estaba afectado en el 50 % de su servicio eléctrico, residuo de los huracanes Irma y María ¡Y todavía los ridiculiza el señor Trump tirándoles papel sanitario en las narices!
Como información de contexto, sépase que el pasado 28 de septiembre del 2017, en el diario El Cronista, la redactora Mónica Vallejos exponía que las pérdidas económicas asociadas a las catástrofes naturales intensificadas por la actividad humana en Estados Unidos podrían ascender a 360 000 millones de dólares por año en la próxima década, informó la ONG Fundación Ecológica Universal. La cifra representa más de la mitad del crecimiento de EE. UU. en 12 meses.
«A los daños producidos por tormentas extremas, huracanes, inundaciones, sequías e incendios, se suman los enormes costos sanitarios de la quema de combustibles fósiles. Los eventos meteorológicos son el resultado de factores naturales.
Sin embargo, el cambio climático inducido por la actividad humana ha alterado sustancial y de manera mensurable su intensidad y frecuencia», afirmó Robert Watson, exdirector del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático.
Incluso el Fondo Monetario Internacional se pronunció así: «los países pobres serán incapaces de enfrentar por sí solos los efectos económicos del calentamiento global sin un «esfuerzo global» de las economías desarrolladas». Calculó una pérdida estimada del 10 % de su producto per cápita hasta el 2100. Además, habría menor producción agrícola, una ralentización de las inversiones y daños a la salud.
Dado que las economías avanzadas y emergentes son las que han contribuido en gran medida al calentamiento global y se prevé que continúe, ayudar a los países de bajos ingresos a encarar sus consecuencias es un imperativo humanitario y una sensata política económica global.
Recientemente se disparó la alarma de tsunami en el Caribe cuando «tembló la tierra». Quiso decir quizá, bajo las plantas de los hombres y todo lo construido sobre ella, que estaba viva.
Fue como si hablara para ofrecer señales sobre un funesto futuro que no debería suceder: el apagón de la vida en la Tierra, la de la mayúscula, el hogar grande.
Para el organismo internacional que acuna a las naciones del orbe, la ONU, se trata de una prioridad. Titulares de medios internacionales expusieron el pasado año que «paz, desarme y cambio climático centran el discurso de Guterres en la ONU».
Allí insistió en el peligro representado por el cambio climático y en los millones de personas amenazadas por el fenómeno: «vemos el aumento de las temperaturas, la elevación del nivel del mar y la realidad de que los desastres naturales se han cuadriplicado desde 1970», dijo.
El Papa Francisco es otro de los actores internacionales que introdujo en su discurso el cambio climático. En su encíclica Laudato Si, (Alabado sea), un tratado de 180 páginas sobre medio ambiente, imputó a los poderosos y ricos por convertir la Tierra en un «montón de porquería».
Particularizó en el cuidado de la casa común porque «el cambio climático es una crisis moral que debe atenderse de manera urgente, y que hay un consenso científico sólido de que el calentamiento global es un fenómeno intangible».
Mucho tiempo antes, el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, considerado como una de las personalidades más influyentes del siglo XX, se adelantaba –no sin razón– a hablar del cuidado a la naturaleza en escenarios internacionales.
Entre sus contundentes frases está: «desaparezca el hambre y no el hombre». Quienes no lo suscriben tienen que ser ciegos. Y sordos.
FUENTE: Granma , Cuba , 21 / 01 / 2018
No hay comentarios.:
Publicar un comentario