La educación frente al cambio climático implica saberes (científicos, sociológicos, historiográficos, antropológicos) pero, necesariamente combinados con saberes éticos (responsabilidad, solidaridad, convivencialidad, comunalidad, respeto…). Pero sobre todo implica una educación “situada” en las propias coordenadas vitales, culturales, políticas y económicas. Por otra parte, no puede limitarse a un horizonte de correcciones o ajustes parciales. Una educación de este tipo debe tener una visión de urgencia y una voluntad de participar en las modificaciones de fondo que impliquen un cambio de rumbo de la máquina productivista delirante, desquiciada y desbocada.
París, junto a otras capitales de Europa occidental, este verano se cuece a fuego lento. Pero cada año, en todos los rincones el mundo, las temperaturas baten records históricos. Estos y muchos otros signos del cambio en las condiciones del clima son cada vez más evidentes. Sólo el negacionismo, ya sea en su vertiente ingenua o desinformada o en su vertiente obtusa e irresponsable, puede
El cambio climático, efecto del calentamiento global y este a su vez efecto de la quema intensiva de combustibles fósiles a partir del industrialismo, según datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) ha alcanzado niveles límites. El grupo de expertos informa que “el calentamiento global ha alcanzado en 2017 aproximadamente 1°C sobre el nivel preindustrial. Si las emisiones continúan al ritmo actual se alcanzará un calentamiento de 1,5 alrededor de 2040”. Esta es una predicción optimista. Otros grupos científicos ponen en duda esta cifra e, incluso, avanzan temperaturas cercanas o mayores a los tres grados. En todos los casos las consecuencias serán catastróficas.
Desde el inicio de la civilización termo-industrial, basada en el uso intensivo de combustibles fósiles, estamos viviendo modificaciones sustanciales en las condiciones de vida del planeta. No hay razones para ser optimistas acerca de las posibilidades de nuestro destino común junto a las demás formas de vida sobre la tierra. Más bien al contrario: de no hacer algo significativamente profundo, modificando aquí y ahora radicalmente las formas de producción y consumo, el escenario más probable es el colapso ecológico dentro de las próximas décadas.
El cambio en las condiciones del clima junto al agotamiento de recursos energéticos y la pérdida de biodiversidad se encuentra entre los grandes efectos negativos del crecimiento de la mega-máquina industrial y financiera, que ha ido avanzando como un monstruo omnívoro, sobre la tierra.
En este marco trágico, la educación aparece como una herramienta particularmente útil en tanto su objetivo fundacional tradicional es el cambio de las representaciones, imágenes, valores, conductas y actitudes del animal humano. No obstante, no hay ninguna evidencia que la consciencia de unas condiciones negativas o dañinas lleve a los individuos o grupos a modificar dichas condiciones. Por otra parte, no hay una única educación: hay múltiples formas de entender el hecho educativo. El plural conviene mejor a unas prácticas que, orientadas por valores y opciones ideológicas señalan distintos medios y fines educativos. Aquí hablaremos de nuestra opción: la educación ecosocial. Al mismo tiempo, el paradigma de la educación como transmisión debe ser revisado: nuevamente una opción: creemos que debemos pasar de una educación transmisora a una educación creadora acorde a los desafíos y las tareas de la época.
Educación ecosocial
Por educación ecosocial entendemos aquellas prácticas educativas que sitúan a la interrelación de los seres vivos y no vivos, dentro de una biosfera finita y compartida, en el núcleo de sus reflexiones y acciones pedagógicas y didácticas. No es una educación “medioambiental” en el sentido de que entiende que, como seres humanos, no estamos en ni somos el centro de ningún entorno o medioambiente. Estamos y somos parte de un continuo vital compuesto de engranajes y combinaciones infinitas. Una educación ecosocial debe participar en el esbozo de una“una sociedad menos consumidora de recursos y modos de vida basados en la austeridad voluntaria, la convivencialidad y una ética de los cuidados”- (Amaia Pérez Orozco)
Una educación ecosocial comparte la perspectiva de los firmantes del Manifiesto Última Llamada en el sentido de que “frente a este desafío no bastan los mantras cosméticos del desarrollo sostenible, ni la mera apuesta por tecnologías ecoeficientes, ni una supuesta “economía verde” que encubre la mercantilización generalizada de bienes naturales y servicios ecosistémicos. Las soluciones tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al declive energético, son insuficientes”.
La educación ecosocial, en relación al cambio climático, tiene cinco dimensiones interrelacionadas:
1. científica: los fenómenos de la naturaleza en general y los de cambio climático en particular deben ser comprendidos de acuerdo al bagaje que el conocimiento científico aporta de sus leyes, acerca de la identificación de sus ciclos naturales, de las relaciones de causa y efecto y la capacidad proyectiva y predictiva de sus sistemas de mediciones. Con este conocimiento y comprensión, las posibilidades de tomar decisiones informadas para que cada uno participe con acciones concretas, beneficiosas y orientadas al objetivo, serán más probables que en el escenario contrario de la ignorancia.
2. socio-política: una educación en cambio climático no es ni puede ser neutra. Implica opciones acerca de los caminos necesarios para levar a determinados fines. Y la política es justamente eso: divergencias y convergencias acerca de los modos de afrontar los desafíos humanos que, en este caso, desgraciadamente, son los desafíos de la vida sobre el planeta. Por otra parte, de acuerdo a los conceptos de la llamada “ciencia postnormal”, la educación debe participar en la consolidación de “comunidades expertas” en contraposición a las “comunidades de expertos”. Esto significa una ampliación de los conocimientos a los grupos y comunidades, que en su aquí y ahora, pueden ir prefigurando formas de vida tanto adaptativas como mitigadoras de las alteraciones de la biosfera.
3. ética: el sustento de las opciones políticas son estructuras éticas y morales. Se derivan de entendimientos acerca de lo bueno y lo malo, de lo que construye o destruye, de consideraciones acerca de la igualdad y la desigualdad social, de la importancia atribuida a interrelación de todas las existencias.
4. pedagógica: las formas pedagógicas y didácticas de la educación ecosocial no pueden ser realizada de la misma manera que se viene haciendo la escuela tradicional. En particular, dadas las exigencias de inmensa resiliencia que exigirán los más que probables desastres que se avecinan, las exigencias de pedagogías a la vez creadoras en sus objetivos y creativas en sus métodos favoreciendo la inventiva colectiva para la supervivencia solidaria con recursos crecientemente escasos. Por otra parte, la educación ecosocial es, necesariamente, una “educación expandida” abierta a todos los sujetos sociales, dentro y fuera del aula tradicional y del mundo escolarizado.
Una educación ecosocial debe tener como norte una descolonización del imaginario productivista y consumista porque las pautas seguidas hasta ahora por las sociedades industriales no pueden prolongarse en el futuro. No hay planeta que las resista.
Centralidad de la educación eco-social
La crisis ecológica no es un tema parcial, sino que determina todos los aspectos de la sociedad: alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos… Se trata, en definitiva, de la base de nuestra economía y de nuestras vidas” (Manifiesto Última Llamada)
Los contenidos acerca de cambio climáticos en particular y los ecológicos en general no son “temas” añadidos, con desgano, al currículo de siempre. Los contenidos ecosociales, no pueden ser los clásicos “contenidos transversales”, “blandos” y, por lo tanto, inocuos, irrelevantes y descontextualizados, dentro en un conjunto de saberes considerados más importantes. Más bien al revés: postulamos que el núcleo de toda educación, en todos sus grados o niveles, tiene que tener como núcleo la ecología, en su vertiente ecosocial, en tanto visión sistémica de las condiciones de existencia de todos los seres vivos.
Si el criterio para la importancia y urgencia de algo tiene que ver con la vida (cuando algo es muy importante y urgente decimos que tiene “importancia vital”) entonces nada hay más relevante que aquellos saberes que tienen que ver con las condiciones de posibilidad de nuestra vida común. La educación frente al cambio climático implica saberes (científicos, sociológicos, historiográficos, antropológicos) pero, necesariamente combinados con saberes éticos (responsabilidad, solidaridad, convivencialidad, comunalidad, respeto…). Pero sobre todo implica una educación “situada” en las propias coordenadas vitales, culturales, políticas y económicas. Por otra parte, no puede limitarse a un horizonte de correcciones o ajustes parciales. Una educación de este tipo debe tener una visión de urgencia y una voluntad de participar en las modificaciones de fondo que impliquen un cambio de rumbo de la máquina productivista delirante, desquiciada y desbocada.
FUENTE: Eldesconcierto.com , 22 / agosto / 2019
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