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viernes, 5 de junio de 2020

CON EL CAMBIO CLIMÁTICO, ESTA PANDEMIA SERÁ SOLO UNA ANÉCDOTA.

Manuel Rodríguez Becerra


Pocas veces durante los últimos años se ha planteado de manera tan reiterativa la pregunta sobre el futuro de la humanidad.

La pandemia de la covid-19 no solo ha mostrado la vulnerabilidad de las naciones ante una enfermedad con un alcance global sino que, más allá de las discusiones sobre salud pública, ha generado varias preguntas sobre los modos de vida que sostienen los humanos en el planeta. ¿Cómo se podrán adaptar todos los continentes ante nuevos virus? ¿Cuáles son las medidas que se deben tomar para prevenir nuevos escenarios como éste?

El Centro ODS para América Latina y el Caribe de la Universidad de los Andes (CODS) presentó recientemente la estrategia ‘Un Nuevo Futuro’, un espacio para discutir sobre los problemas que enfrentará el planeta en los próximos años, articulando los retos de la Agenda 2030 con las consecuencias del coronavirus.
Además de analizar los impactos de la covid-19 en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el Centro está generando discusiones públicas sobre temas directamente relacionados con la sostenibilidad, como el cambio climático, la lucha contra la pobreza, entre otros.

Un punto esencial en esta discusión es el de la crisis ambiental. Por esta razón entrevistamos al profesor Manuel Rodríguez Becerra, miembro fundador del Centro ODS y docente emérito de la Universidad de los Andes.

En 2019, Rodríguez presentó Nuestro Planeta, Nuestro Futuro, un libro en el que desarrolla las problemáticas que enfrentará el planeta por fenómenos como el cambio climático. Las reflexiones que plantea resultan pertinentes para pensar en nuevos rumbos para la humanidad sin perder de vista los errores del pasado.

En los últimos años usted ha estudiado los impactos de la crisis ambiental en el futuro del planeta. ¿Qué podemos decir sobre el futuro que le espera a la humanidad? ¿Qué nos dice el coronavirus al respecto?
La urgencia de enfrentar el cambio climático y la pérdida de integridad de la biósfera es la misma hoy que antes de la crisis de la covid-19. Hay que actuar ya. Debemos entender que la pérdida de integridad de la biósfera, representada en la masiva extinción de especies en marcha, está relacionada con el estallido de la actual pandemia. Los científicos habían advertido, al menos durante dos décadas, que a medida de que los humanos invaden los bosques, aumenta el riesgo de contraer virus que circulan entre la fauna silvestre.

Ya se había demostrado una conexión entre la deforestación, la proliferación de murciélagos en las áreas deforestadas y la familia de los coronavirus, que incluye la covid-19. Pero además de la deforestación, otros factores explican la propagación de este virus: la expansión continuada de la economía China y la combinación resultante de la vida en las ciudades con las costumbres alimentarias rurales han jugado un papel sustantivo en crear las incubadoras virales. Y, a su vez, los sistemas de transporte globalizados y la alta densidad de muchas de las ciudades son factores que han acelerado la transmisión.

Evidentemente, las pandemias del futuro son una gran amenaza para el bienestar humano. Pero esto no debe ocultar el hecho de que el cambio climático es la mayor amenaza que ha enfrentado la humanidad en su historia y que si no se logra mantener el incremento de la temperatura media de la superficie de la Tierra por debajo de 1.5ºC, los impactos serían muy graves.

De no atacarse el problema del cambio climático, como lo han prescrito los científicos, sus consecuencias podrían llegar a ser catastróficas, en el sentido literal de la palabra, en diversas regiones del planeta. En este escenario, esta pandemia sería recordada como una anécdota.

¿Cuáles serían las consecuencias más graves del cambio climático?

Si continuamos con el comportamiento de “business as usual”, la temperatura global podría llegar a 5ºc a finales de siglo. Se produciría un incremento del nivel del mar con el que se perderían cientos de ciudades costeras. En un escenario de 3-4ºC desaparecerían la totalidad de los corales, de importancia ecológica sin par. Uno de los impactos más graves sería para la agricultura. La extr

ema agudización de las estaciones de lluvias y de las estaciones secas se produciría con aumentos de temperatura como los señalados, arruinarían cientos de miles de hectáreas de producción agrícola y con ello se detonarían grandes hambrunas. La lista de las consecuencias es muy larga. Me dirán que estoy siendo catastrofista: los invito a leer la literatura científica. Pero lo clave es señalar que aún estamos a tiempo para evitar esos escenarios de terror. Debemos actuar ya.

En su libro más reciente, Nuestro Planeta, Nuestro Futuro, usted describe los fenómenos complejos de la crisis ambiental pero dice, en todo caso, que no sería acertado hablar del “fin del mundo”, pues el ser humano tiene la capacidad de adaptarse y revertir situaciones. ¿Cree que este momento, el de la pandemia, es ideal para replantear los rumbos? Y si es así, ¿cómo serían?

Sí, los seres humanos han demostrado una enorme creatividad y capacidad para entender los diversos fenómenos que los afectan y también para generar soluciones y adaptarse. En el caso del cambio climático existen hoy todas las tecnologías y se conocen todas las medidas de organización social que permitirían no trasgredir el límite de 1.5ºc.

Falta la voluntad política para ponerlas plenamente en marcha. De todas maneras hay que, simultáneamente, desplegar estrategias para la adaptación a las consecuencias del cambio climático que ya estamos viviendo y que de todas formas ocurrirán así no se supere el límite de 1.5ºc.

Hay señales muy positivas. Por ejemplo, diversos centros de investigación agrícola están generando tecnologías (semillas, sistemas de labranza, etc) para que los cultivos resistan las arremetidas de las sequías y las estaciones lluviosas más agudas, propias del cambio climático, y para que, al mismo tiempo, aumenten su productividad.

Adaptación es lo que estamos viviendo ahora con la crisis del coronavirus, que seguramente se prolongará entre dos y cuatro años, y se está demostrando que tenemos la capacidad de hacerla de maneras que hasta hace tres meses eran impensables. Es la primera vez que se sustituye la fórmula de “es la economía estúpido” por el de “es la salud estúpido”.

La atención en la Agenda 2030 se ha visto opacada por el coronavirus y sus impactos económicos. Algunos analistas anticipan una recesión que el cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. ¿Cuál es su visión ante este panorama?

Aún no sabemos la profundidad de los impactos económicos, pero podría ser la mayor crisis económica mundial desde el crash de 1929. Si esto sucede, las consecuencias sobre la Agenda 2030 serían devastadoras, en particular en materia de pobreza. El medio ambiente también podría verse muy afectado, pues, por ejemplo, millones de habitantes rurales empobrecidos se verían en la necesidad de explotar los bosques y sus frutos en forma depredadora.

Obviamente existen posibles políticas para evitarlo. Es muy difícil predecir o hacer afirmaciones contundentes a estas alturas pues, como lo dijera el presidente de Francia, Enmmanuel Macron: “Todos nos estamos embarcando en lo impensable …hay mucha incertidumbre y eso debería hacernos muy humildes ".
En su libro usted es claro en que hay que salvar a la especie humana, desligándose un poco de visiones ecologistas radicales que consideran que el ser humano debe extinguirse…
La vida en la Tierra surgió hace más de 3000 millones de años, y se estima que su final se producirá dentro de más de 2000 millones, cuando la cercanía de la Tierra al Sol no la haga viable. Recordemos que diversos fenómenos naturales (incluyendo el cambio de clima de origen natural) han creado en el pasado extinciones masivas de flora y fauna, como ocurrió en el período en que desaparecieron los dinosauros.

En contraste, la actual extinción masiva de especies y el calentamiento global son dos fenómenos producto de la acción humana. Es la primera vez que nuestra especie se enfrenta a unas amenazas tan profundas que ponen en juego su misma existencia. Quienes afirman que la especie humana es indeseable y merecería desaparecer parecen no entender que esta especie hace parte de la trama de la vida en todas sus formas y que es una de sus más extraordinarias expresiones.

En un webinar reciente que realizamos en el Centro ODS, Felipe Castro explicaba que el crecimiento económico ha generado una situación de bienestar nunca antes vista en la humanidad pero, a su vez, ha impactado negativamente el medio ambiente. ¿Cómo podemos pensar en una economía distinta de cara a la crisis ambiental que estamos viviendo?

La descarbonización de la economía hay que producirla de aquí al 2050 y eso ya significaría una economía muy distinta. El progreso, como se entiende hoy, está montado en el crecimiento económico indefinido a partir de una extracción de materiales (bióticos y no bióticos) también indefinida. Y es claro que este modelo no es viable pues profundizaría la crisis ambiental.

Hay que hacer la transición hacia nuevos modelos de desarrollo. La transición se puede hacer mediante la intensificación del desacoplamiento del crecimiento económico de la utilización de materiales, asunto que es posible como lo muestran los enormes avances de la economía circular y las nuevas formas de consumo compartidos (desde Uber hasta Airbnb) y digital (desde el e-book, hasta las compras a distancia).

Evidentemente se requiere reformar diversos patrones de consumo. El reto del cambio es gigantesco y más si se entiende que hay una población en la miseria que requiere incorporarse al consumo y que además la población sigue en aumento, lo que genera nuevas presiones sobre la naturaleza.

Al mismo tiempo, debemos entender que la humanidad nunca había tenido, en balance, un grado de bienestar como el que tiene actualmente. La evidencia es abrumadora pero la idea predominante es la de que nunca habíamos estado peor. Sin embargo, existen problemas muy serios de pobreza, miseria y exclusión, como lo ha desnudado en forma brutal la pandemia.

El costo de todo este progreso ha sido la crisis ambiental. Es muy fácil decir que el mundo ha estado mal encaminado y dar recetas sobre cómo su desarrollo podría haberse orientado. Y es que este tipo de afirmaciones desconocen hechos históricos que están detrás de la actual crisis ambiental.

Por ejemplo, el progreso, la civilización contemporánea, ha estado montado sobre los hombros de la invención de la máquina de vapor, el motor de combustión, etc., a partir de los combustibles fósiles. Y justamente la combustión del petró

leo, el gas y el carbón, son las principales causas del cambio climático. Si el uso de estas invenciones se hubiese hecho con más mesura, las manifestaciones del cambio climático – que fueron documentadas por la ciencia en 1978–, se hubiesen aplazado unas décadas. Era un fenómeno, quizá, inevitable. Pero es claro que la solución del problema en los últimos 40 años ha tenido poco avance como resultado de la acción de grandes intereses económicos.

En la Cátedra Nuestro Futuro, usted habló sobre la contaminación de aire como un problema que está en auge en las ciudades del planeta. ¿Cuál es el reto que tendremos en las ciudades para ese nuevo futuro?

En este frente tenemos varios retos: la contaminación del aire genera 6 millones de muertes anuales, una cifra mucho mayor a lo que hasta ahora ha generado esta pandemia, sin restarle la importancia que merece, claro está.

En Bogotá mueren cerca de 2.000 personas al año por la contaminación. Entonces, es claro que el cambio climático está generando unos problemas de salud evidentes. Otro tema prioritario son las cientos de miles de familias que viven en zonas no urbanizables, donde los efectos del cambio climático pueden ser devastadores.

Pensemos en los cientos de asentamientos establecidos en las altas pendientes de montañas donde se pueden presentar deslizamientos, o en las costas bajas o en los cauces de los ríos. Y un tercer aspecto atañe a la estructura ecológica principal de las ciudades, si estas no se protegen y restauran, sus servicios ecosistémicos, como el agua, estarían en altísimo riesgo.

Los gobiernos y el sector privado son los grandes motores de cambio para transitar hacia economías más verdes. ¿Cómo califica usted la reacción inicial que estos dos actores han tenido frente a la emergencia generada por la pandemia? ¿Estamos ante una oportunidad para acelerar la descarbonización de las economías en el mundo y la región?

Los gobiernos se han concentrado en estos meses en el problema de la salud. Su prioridad mientras dure la pandemia y en la post-pandemia será necesariamente la salvaguarda de la vida y de los ingresos de las personas. Pero hay que entender que en muchos casos esa prioridad podrá hacerse converger con el desafío de enfrentar la crisis ambiental del planeta. Dos ejemplos. Los gobiernos podrían establecer condicionalidades de mejora en el desempeño ambiental, incluyendo la sustantiva disminución de emisiones de gases de efecto invernadero, a aquellas empresas – grandes, medianas y pequeñas– a las que les suministre soporte económico de diversa naturaleza (créditos, subsidios, recursos concesionales).

Así mismo, se podrían adelantar programas masivos de reforestación (incluyendo la comercial) y, en general de restauración de ecosistemas, mediante la priorización de aquellos que, además de los beneficios ambientales en términos de la protección de la biodiversidad y mitigación y adaptación al cambio climático, presenten altas tasas de generación de empleo.

No es una idea nueva. Durante el primer gobierno de F.D. Roosevelt, en el proceso de recuperación de la recesión económica de 1929, se plantaron 3.000 millones de árboles. El programa tuvo como misión misión poner a los estadounidenses desempleados a trabajar para mejorar los recursos naturales de la nación, especialmente los bosques y los parques públicos.


Usted se ha mostrado muy esperanzado en las nuevas generaciones, ¿cuál será el rol de los jóvenes y el activismo ambiental en Un Nuevo Futuro? ¿Qué reflexiones le ha dejado esta cuarentena?

Antes de la pandemia, los jóvenes estaban dando una lección a los mayores al señalar la gran irresponsabilidad con que han respondido a la enorme amenaza que significa el cambio climático, y al adelantar diversas acciones consecuentes con su protesta, como lo simbolizan, a nivel mundial, Greta Thunberg y, a nivel nacional, la alianza de jóvenes en la defensa de la Amazonía.

Tengo esperanza de que lo está ocurriendo refuerce esta nueva ética que está surgiendo entre amplios grupos de jóvenes y tenga consecuencias en la forma como, en general, las personas y las colectividades se aproximan a la crisis ambiental. Como lo ha anotado el sociólogo Hernando Gómez Buendía, cientos de miles de personas, desde funcionarios públicos hasta los ciudadanos comunes , están tomando diariamente decisiones graves y conscientes (la escogencia es la esencia de la ética) sobre sus cursos de acción frente a la posibilidad de que se infecten o infecten a otros, y sobre los más diversos temas económicos y sociales asociados con las pandemia; así, “el estremecimiento del coronavirus nos ha hecho volver a descubrir que somos parte de la naturaleza”. Es una situación que crea la esperanza de que los ciudadanos pudiesen clamar al unísono “primero el medio ambiente estúpido”, y actuar en consecuencia.

Pero al lado de esta luz de esperanza, me produce un sentimiento de zozobra el tema de los impactos del coronavirus sobre la pobreza. Me preocupa ver el empobrecimiento de los más pobres, ver que una parte de la clase media puede retroceder y volver a la pobreza.

A veces hablamos de la pobreza desde lo abstracto, sin poder comprender el gran sufrimiento humano que lleva asociado y que es algo que están viviendo millones de familias en el mundo. Debemos enfrentar simultáneamente la erradicación de la pobreza y la lucha contra la crisis ambiental.
FUENTE: El Tiempo, 05-06-2020

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