Desde el punto de vista matemático —y esta ciencia se ha puesto de moda en medio de la pandemia por la COVID-19—, Donald Trump puede reelegirse presidente en noviembre próximo y, de así lograrlo, cumplir cuatro años más en su afán por acabar con el mundo, desde su posición de mandatario de Estados Unidos.
Repito, matemáticamente puede lograrlo y, en mi opinión, a no ser por una reacción consciente de los votantes estadounidenses, el mundo seguirá a expensas de él y su equipo. Ojalá esta sea mi mayor equivocación en casi seis décadas de ejercer el periodismo.
Trump es un él por él, lo demás no importa. Veremos entonces, no cómo piensa, sino cómo actúa el pueblo estadounidense.
El magnate devenido presidente ha hecho gala de su odio por los demás y así lo ha mostrado en su afán por sacar a Estados Unidos de todo aquello que huela a multilateralismo, salirse de instituciones internacionales que han constituido muros de contención a favor de la paz, sancionar a todos los que así estime, y mucho más.
En su ejercicio de incapacidad para dirigir los destinos de su país, arremetió contra la Corte Penal Internacional (CPI), en un chantaje para obligar a la institución de justicia a abandonar una investigación sobre posibles crímenes de guerra por parte de funcionarios militares y de inteligencia de EE.UU que han ocupado a Afganistán.
Es tan obvio lo de los crímenes de guerra, que la investigación de la CPI debía extenderse a lo que hacen los militares estadounidenses en Siria, Iraq, el atentado ordenado por Trump que acabó con la vida del general iraní Qasem Soleimani en pleno aeropuerto de Bagdad, y otras muchas etcéteras.
Por estos días, como si se le acabara el espacio en la tierra, el presidente de Estados Unidos optó por romper un acuerdo multilateral conocido como Tratado de Cielos Abiertos, que se rubricó en 2002 por 34 estados y tiene como finalidad garantizar la transparencia en el control de armas, a través de un monitoreo aceptado por cada estado firmante.
El argumento de Trump, cuyo país es el más beneficiado con dicho pacto, es el de culpar a Rusia por sacar supuestas ventajas del mismo.
Por supuesto que esta decisión de Trump añade más ingredientes volátiles a un escenario donde ya, el propio presidente, en su tránsito por la Casa Blanca, ha roto con una larga lista de convenios, entre ellos, por solo citar algunos, el Acuerdo Nuclear con Irán, considerado el más importante documento firmado por potencias europeas, así como por Estados Unidos y la República Islámica de Irán en las últimas décadas y cuya negociación duró varios años debido, fundamentalmente, a la intransigencia norteamericana.
Una vez tirado al cesto de basura el citado pacto, Trump ha usado contra la nación persa sus más radicales sanciones económicas, comerciales y de otro tipo, que, por demás, afectan a terceros países que tienen vínculos con Teherán.
Otra ruptura fue la del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), que habían suscrito en 1987 los mandatarios de la entonces Unión Soviética y Estados Unidos y prohibía los misiles nucleares de medio y corto alcance.
De igual forma abandonó en junio de 2017 el Acuerdo relacionado con el Cambio Climático, signado en 2016.
En este caso se trataba del más importante y esperanzador documento que contempla compromisos alcanzables para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y con ello disminuir el calentamiento global, que ya es una realidad impactante negativamente para toda la humanidad.
Con similar arrogancia, en 2017 el mandatario retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés). Un pacto suscrito en febrero de 2016 por 12 países que, juntos, representan el 40 % de la economía mundial y casi un tercio de todo el flujo del comercio internacional.
Otro compromiso arrojado a la basura por Trump, es el Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Migración y Refugiados. Y por si fuera poco, sacó a su país de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
En 2018 salió del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, utilizando los mismos argumentos que empleó para marcharse de la UNESCO, en momentos en que ese Consejo había criticado la política migratoria impuesta por Trump.
Hay que recordar que, además de esta ruptura con organismos, instituciones y alianzas internacionales, el mandatario estadounidense ha hecho gala de la más desafiante e irracional política de sanciones, la violación de otros acuerdos aún vigentes, el desafío constante a la comunidad internacional con amenazas de todo tipo, encaminado a convertir a este mundo en un ente donde reine como norma la incertidumbre y como ley la del imperio yanqui.
Quizás haya llegado el momento de entender y hacer realidad que la comunidad internacional debe unirse y no permitir que nuevos «cristales» salgan rotos a causa de este elefante desastroso que se aferra a lo peor y que ahora irrumpe en la tranquilidad de los cielos.
¿Hasta dónde llegará Trump con sus demenciales actos? eso es muy difícil de predecir en el actual panorama internacional y mucho más si tomamos en cuenta que los modelos de pronósticos para indicar el rumbo del mandatario, deben tener como principio obligatoriamente a la sociedad estadounidense a la hora de emitir el voto el 3 de noviembre venidero y hacia dónde se inclina la balanza económica para esa fecha. El presente y futuro de la humanidad pudieran estar en juego y Estados Unidos es parte importante de ello.
FUENTE: Cuba Periodistas, 13-06-2020
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