Para que cada ciudadano entienda qué está en juego: un sistema económico basado sólo en el consumo de bienes con crecimiento ilimitado no es posible con recursos naturales finitos; el problema no es ambiental sino sistémico.
Con un tibio acuerdo en la Cumbre Mundial de Cambio Climático de Lima, los países participantes cerraron un documento donde “patearon hacia París 2015” las decisiones cruciales relacionadas con los compromisos de reducción de emisiones y del financiamiento real. El Fondo Verde para el Clima (aportado por 24 naciones) anunció 10.200 millones de dólares, pero representa sólo el 10 por ciento de la meta anual para 2020.
Una pesada herencia arrastran las COP (Conferencias de las Partes) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), para obtener resultados de un acuerdo jurídicamente vinculante de todos los países, principalmente de los más contaminantes.
Lima no ha sido la excepción, aunque, como dice su secretaria ejecutiva Christiana Figueres, con quien concuerdo, el fracaso de Copenhague fue justamente lo que permitió de forma positiva que las negociaciones tomaran alta exposición global y que los países comenzaran a poner a la crisis climática en sus agendas de manera más determinante.
El problema es que todo lo hecho hasta ahora ya no alcanza. Los miembros del Protocolo de Kioto y de Kioto II han perdido legitimidad porque nadie quiere ceder ante el miedo a perder poder en el escenario mundial. Saben que cualquier impacto repercutirá en sus economías y todos quieren mover al mismo tiempo (en el caso de los países más fuertes), y en el grupo de los más débiles, la excusa permanente es no querer asumir sus responsabilidades, que aumentan al ritmo del crecimiento de sus economías.
Esto se trata de entender que, cuanto más tarde se actúe, mucho mayores serán los costos para todos sin excepción, y he aquí el gran debate: ¿quién paga esos costos?
Las naciones tendrán hasta octubre para presentar objetivos y compromisos concretos, y el recuerdo de la pesadilla de la COP15/CMP5 de 2009 en Copenhague no será nada en relación con la próxima cumbre del clima, si la falta de generosidad sigue reinando entre los países que repetidamente han evitado una firma definitiva.
Sin excusas
Para que cada ciudadano entienda qué está en juego: un sistema económico basado sólo en el consumo de bienes con crecimiento ilimitado (PIB) no es posible con recursos naturales finitos; el problema principal no es ambiental sino sistémico.
La crisis climática-ambiental (a través de la contaminación de aguas y suelos, del aumento de las emisiones de gases efecto invernadero, del incremento de la temperatura de las aguas, el deterioro de los bosques y de muchas otras alarmas, sumado al crecimiento poblacional incontrolable) no es el problema en sí mismo, sino que son los síntomas visibles de la crisis humana y de un modelo que debe ser corregido de manera urgente.
Por eso los líderes que deben negociar el acuerdo global tienen el dilema de la manta corta. Si realmente se comprometen a solucionar la crisis del clima en el corto plazo generarán recesión en las economías, pero la transición será una oportunidad viable a mediano y largo plazo.
Claro que si se mantienen las medidas globales y populistas actuales como la deliberada emisión monetaria, el aumento alarmante de subsidios a las personas, a las empresas contaminantes y a los combustibles fósiles, la falta de una legislación fuerte que delimite claramente un antes y un después sobre energías sucias-limpias, un impuesto al carbono, y todo esto en el marco de una corrupción que sigue sosteniendo un modelo que lleva al camino de la autodestrucción, con resultados de una desigualdad que es cada vez más evidente (85 ricos suman la misma cantidad de dinero que 3.570 millones de pobres del mundo, datos de Oxfam), entonces el planeta irá hacia una inevitable tragedia.
La decisión es si queremos una transición ordenada a tiempo, con esfuerzos comunes pero diferenciados, o un orden devenido del colapso.
Fracaso o nuevo modelo
Los ciudadanos del mundo mirarán a París 2015 (COP21/CMP11) como el punto de inflexión en el que la línea de crédito entregada a las naciones llegará a su fin, para exigir lo que es impostergable: un acuerdo tangible y posteriormente monitoreado. Pero eso es sólo el principio, ya que lo que puede asegurar una transición de nuestra humanidad hacia un destino de democracias plenas, sin el caos producido por la crisis global de recursos naturales, no es únicamente un acuerdo climático, sino la puesta en marcha de una economía colaborativa y del compartir, basada en otra energía y en más apertura de la comunicación, que pueda reemplazar viejos patrones destructivos tanto en nuestra forma de movernos, de vivir, de trabajar, de producir o de comerciar como de relacionarnos a nivel local y global.
Este modelo desde las Américas puede comenzar a construirse a partir de:
Economía de bajo carbono (nacional, provincial y municipal).
Acceso universal , en el que la energía, el agua y la comunicación sean contraparte de los impuestos que deberán pagar todos.
Una revolución energética limpia , basada en una matriz cada vez menos dependiente de combustibles fósiles y con mejor calidad de aire.
Tecnología capaz de superar modelos de ineficiencia.
Un acuerdo vinculant e a partir de 2020, no sólo de los países sino en conjunto de todos los niveles de gobierno.
Ciencia autárquica , con avances en tiempo real al servicio de la humanidad.
Sistema alimentario que cuide el agua, los suelos, los bosques y el balance de los ecosistemas.
Construcción al cuidado de la salud.
Impuesto al carbono negociado pero contundente.
Acuerdo global que declare la contaminación del agua como delito de lesa humanidad.
Estructura gubernamental liviana, dinámica, consultiva, menos burocrática y transparente, pero sólida, que permita al Estado ir delante de los problemas prioritarios.
Nosotros, los argentinos, debemos reclamar lo mismo puertas adentro. Definir qué prioridad vamos a dar a la vida es el reto más importante que tiene nuestra generación para construir un nuevo sistema económico y social. París 2015 puede ser finalmente el inicio de una nueva gobernabilidad no suicida.
FUENTE: La Voz, 28 / 12 / 2014