California chorreaba agua al comenzar marzo: lluvias torrenciales, fuertes nevadas, deslizamientos de lodo. La sequía apenas se notaba.
La crisis del agua en la zona se encuentra ya en el tercer año, y algunos científicos estiman que 2013 fue el año más seco en California desde 1850. El estado, el más populoso de los Estados Unidos, recibe el 75 por ciento del agua de la nieve, y este año falta el 70 por ciento de su habitual manto de nieve.
El problema de Gran Bretaña ha sido exactamente el opuesto: inundaciones bíblicas. El Támesis se encuentra en su nivel más alto durante el período más prolongado desde 1983. Las tormentas en el sudoeste de Inglaterra han obligado a los británicos a recorrer sus ciudades en kayak y las lluvias en Inglaterra y Gales son las más fuertes en 240 años.
Siempre ha habido inundaciones y sequías. Pero los problemas de agua de todo tipo parecen más habituales y urgentes porque en realidad lo son.
En 2013, el mundo tuvo una cantidad sin precedentes de desastres meteorológicos de 1.000 millones de dólares, cuarenta y uno de los cuales superaron el récord de los tres años anteriores. Casi todos los cuarenta y uno comprendieron agua, ya sea inundaciones, sequía o daños producto de ciclones.
Hay tres motivos por los que observamos más problemas de agua.
El primero es el crecimiento demográfico. La sequía en California se agrava por el hecho de que la población del estado es un tercio más numerosa que en 1990. Diez millones de personas más viven en la actualidad en California. Su uso adicional de agua absorbe a diario el equivalente de un lago de 40 hectáreas y 15 metros de profundidad. El desafío de proporcionar agua a una creciente población es agudo en megaciudades como Beijing, Nueva Delhi y Los Ángeles.
El nivel de vida también ha aumentado en países en vías de desarrollo como India, China y Brasil. A medida que se incorpora más gente a la clase media, más agua utiliza, tanto para baños como lavarropas y duchas diarias. Quienes cuentan con plomería moderna suelen usar entre cinco y diez veces la cantidad de agua que aquellos que no la tienen.
Por último, es probable que el cambio climático haga que los ciclos meteorológicos sean más extremos y tal vez más frecuentes. La Barrera del Támesis, una represa mecánica que protege Londres de las inundaciones, se usó treinta y cinco veces durante la década de 1990. Tan sólo en enero, se la utilizó 17 veces. La inundación de este año se produce apenas dos años después de otro desastre natural en la misma zona de Inglaterra: la peor sequía en cien años.
Las consecuencias se hacen sentir. La sequía estadounidense ha afectado a los agricultores de California, que cultivan el 60 por ciento de los alimentos del país, y ha reducido las cabezas de ganado del país al nivel más bajo en sesenta años, lo que ha hecho subir los precios de la carne a niveles sin precedentes. Los economistas estiman que la inundación en Gran Bretaña podría restar un punto completo del PBI del país.
Con frecuencia, nuestra reacción ante el tiempo es soportarlo y esperar que las cosas vuelvan a la “normalidad”. Pero lo que venimos viendo con el agua en los últimos diez años es una advertencia. El caos podría ser la nueva normalidad.
Entender y abordar los problemas de agua tiene dos secretos. El primero es que todos los problemas de agua son locales. Independientemente de las relaciones con patrones meteorológicos en el Pacífico, la inundación inglesa debe solucionarse en Inglaterra. La sequía es un problema de California, y la conservación en Kansas no ayudará. Pero en realidad se trata de una buena noticia. Las comunidades tienen la capacidad de resolver los problemas en los lugares donde se producen.
Lo segundo a tener en cuenta es que el agua no responde a expresiones de deseos sino a cambios permanentes y cuidadosos de la forma en que vivimos, cómo cultivamos, cómo construimos y lo que cobramos por el agua. El gobierno británico tiene un informe de nueve años sobre la preparación para un aumento de las inundaciones. El título es “Hacerle lugar al agua”. No se puede hacer retroceder la inundación. Hay que anticiparla y adaptarse.
La mayor parte de las grandes comunidades de California aún no ha establecido reducciones de la utilización del agua. En parte, se debe a que el uso del agua ya ha cambiado en la zona, de forma lenta pero drástica. En 1972, el habitante promedio de Los Ángeles usaba 715 litros de agua por día. En la actualidad, el promedio es de 465 litros.
El cambio significa que la zona metropolitana de Los Ángeles tiene un 50% más de gente que hace veinte años, pero utiliza la misma cantidad de agua. Si bien es grave, la sequía podría haber sido mucho peor si la gente hubiera seguido usando tanta agua. Pensar con anticipación es importante.
La cantidad de agua que hay en la Tierra no cambia. No se crea agua “nueva”, ni se la destruye. Simplemente se la usa, se evapora y vuelve a usársela. Pero ahora se nos recuerda que el agua no va dónde queremos ni cuándo queremos.
En un mundo con grandes problemas, los problemas de agua se cuentan entre los mayores. Sin embargo, a diferencia de muchos otros grandes problemas – el cambio climático, la desigualdad económica-, la mayor parte de los problemas de agua son solucionables. Por lo general hay agua suficiente, y hasta dinero suficiente. Lo que necesitamos es tiempo y el realismo necesario para hacer frente a esos problemas. En ese sentido, el actual problema del agua nos hace un favor. Si prestamos atención, el agua nos está haciendo una advertencia.
FUENTE: New York Times, 8/ 03/ 2014
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