Se secan los lagos de
medio mundo
Las rodadas que surcaban el lecho lacustre se perdían en el horizonte.
Las seguíamos en un Suzuki 4x4, buscando pistas sobre el destino que había
corrido el lago Poopó: el que fuera el segundo lago más grande de Bolivia se
había esfumado en el Altiplano andino.
Rodábamos sobre el fondo plano del lago, aunque estábamos a más de 3.650 metros sobre el nivel del mar. El reseco aire primaveral cortaba los labios. Muchas de las aldeas de pescadores que llevaban milenios obteniendo su sustento del Poopó estaban tan vacías como el lago, y atrás dejábamos grupos de casas de adobe abandonadas. Remolinos de polvo danzaban a su alrededor.
Rodábamos sobre el fondo plano del lago, aunque estábamos a más de 3.650 metros sobre el nivel del mar. El reseco aire primaveral cortaba los labios. Muchas de las aldeas de pescadores que llevaban milenios obteniendo su sustento del Poopó estaban tan vacías como el lago, y atrás dejábamos grupos de casas de adobe abandonadas. Remolinos de polvo danzaban a su alrededor.
A lo
lejos distinguimos varios barcos de aluminio que parecían flotar en el
agua.Pero al acercarnos, el espejismo se desvaneció y constatamos que estaban
varados sobre el lodo. Me apeé del vehículo. Mis zapatos quebraron una
costra de sal que formaba terrones irregulares. Mi guía, Ramiro Pillco
Zolá, dio unos crepitantes pasos sobre el salar para aproximarse a uno de
aquellos botes destartalados y semienterrados.
Como una ola, inundaron su mente recuerdos de la infancia, de cuando
remaba por el lago muchos años antes de dejar su pueblo, San Pedro de Condo,
para estudiar y terminar doctorándose en hidrología y cambio climático por la Universidad
de Lund, en Suecia.
«No estamos hablando de una nimiedad –me dijo–. Hace 30 años este lago cubría una superficie de 3.000 kilómetros cuadrados. Va a ser difícil recuperarlo».
«No estamos hablando de una nimiedad –me dijo–. Hace 30 años este lago cubría una superficie de 3.000 kilómetros cuadrados. Va a ser difícil recuperarlo».
El agua que otrora cubría una superficie del tamaño de la provincia de
Álava había desaparecido. Un par de botas de goma yacían cerca del bote. El
cráneo de un pez refulgía bajo el sol cegador. De pronto paró el
viento, y en aquella escena postapocalíptica se hizo el silencio. Si el agua es
vida, allí faltaban tanto la una como la otra.
El cambio climático está calentando muchos lagos a mayor velocidad que
los océanos y la atmósfera. Este calor extra acelera la evaporación, un
efecto que conspira con la mala gestión humana para agravar la escasez
de agua, la contaminación y la pérdida de
hábitat de aves y peces.
Pero aunque «las huellas del cambio climático están por todas partes, no
se manifiestan del mismo modo en todos los lagos», dice Catherine O’Reilly,
hidroecóloga de la Universidad Estatal de Illinois y codirectora de un estudio
lacustre internacional que lleva a cabo un plantel de 64 científicos.
En el lago Tai del este de China, por ejemplo, los vertidos de desechos agropecuarios y las aguas residuales desencadenan la proliferación de cianobacterias, y el agua caliente fomenta su crecimiento. Eso amenaza las reservas de agua potable de dos millones de personas.
En el África oriental, el lago Tanganica se ha calentado hasta tal punto que las capturas de pescado que dan de comer a millones de personas de los cuatro países bañados por sus aguas peligran.
En Venezuela, el agua de la macropresa hidroeléctrica de Guri ha descendido en los últimos años a niveles tan críticos que el Estado ha tenido que cancelar clases en las escuelas en un intento de racionar la electricidad.
Incluso el canal de Panamá, cuyas esclusas acaban de ampliarse y ahondarse para dar cabida a los supercargueros, se resiente de la escasez de precipitaciones relacionada con el fenómeno de El Niño que afecta al lago artificial Gatún, del que sale no solamente el agua con el que se operan las esclusas, sino también el agua dulce que bebe buena parte del país.
De todos los problemas que afronta la ecología lacustre en un mundo que se calienta, los ejemplos más espectaculares se aprecian en cuencas de drenaje cerradas, cuyas aguas vierten en lagos, pero no tienen salida fluvial hacia el océano. Estos lagos terminales, o endorreicos, tienden a ser someros, salinos e hipersensibles a los cambios o a las perturbaciones.
La desaparición del mar de Aral en Asia Central es un ejemplo catastrófico del destino que pueden correr estas masas de agua interiores, en su caso a consecuencia de los ambiciosos proyectos soviéticos de irrigación que desviaron sus ríos tributarios.
Situaciones similares se producen en los lagos endorreicos de casi todos los continentes, por la suma de sobreexplotación y sequía. Las series temporales de imágenes de satélite revelan transformaciones radicales. En África, el lago Chad no es ni una mínima parte de lo que fue en la década de 1960, con la consiguiente escasez de pesca y de agua de riego.
Los desplazados y refugiados que hoy dependen de él suponen un estrés adicional sobre los recursos. Las carestías, junto con las tensiones en el tórrido y seco Sahel generan conflictos y migraciones masivas. En Estados Unidos, el Gran Lago Salado de Utah y el lago Mono de California también han atravesado períodos de recesión, traducidos en la merma de áreas de cría y nidificación para las aves.
El Urmía, en el norte de Irán, llegó a ser el lago salado más grande de Oriente Próximo (por detrás del mar Caspio), pero en los últimos 30 años ha perdido en torno al 80% de su superficie. Los flamencos que se daban festines de artemias casi han pasado a la historia, como también los pelícanos, las garcetas y los patos.
Lo que quedan son muelles que no llevan a ninguna parte, esqueletos de barcos varados en el lodo y salares estériles. Los vientos que azotan el lecho lacustre levantan una sal que depositan en los campos de cultivo, que acaban por volverse improductivos. Tormentas de arena salada irritan los ojos, la piel y los pulmones del millón y medio de habitantes de Tabriz, ciudad situada a 90 kilómetros de distancia.
Y en los últimos años las seductoras aguas verde esmeralda del Urmía se han teñido de rojo sangre por las bacterias y algas que proliferan y cambian de color cuando aumenta la salinidad y la luz solar penetra en las zonas someras. Muchos de los turistas que antaño acudían al Urmía para tomar baños terapéuticos han dejado de venir.
Aunque el cambio climático ha recrudecido las
sequías y elevado las ya altas temperaturas estivales en torno al Urmía,
acelerando la evaporación, el problema no acaba ahí.
El lago tiene miles de pozos ilegales y un montón de proyectos de irrigación y de presas que desvían las aguas de sus tributarios para el cultivo de manzanas, trigo y girasol. Los expertos temen que sucumba a la misma sobreexplotación hídrica que aniquiló el mar de Aral. Sus voces parecen haberse oído en Teherán.
El presidente iraní, Hasán Rohaní, ha destinado 4.000 millones de euros a la restauración del Urmía mediante el desembalse de más agua de las presas, la mejora de los sistemas de riego y la transición a cultivos que necesiten menos agua.
El lago tiene miles de pozos ilegales y un montón de proyectos de irrigación y de presas que desvían las aguas de sus tributarios para el cultivo de manzanas, trigo y girasol. Los expertos temen que sucumba a la misma sobreexplotación hídrica que aniquiló el mar de Aral. Sus voces parecen haberse oído en Teherán.
El presidente iraní, Hasán Rohaní, ha destinado 4.000 millones de euros a la restauración del Urmía mediante el desembalse de más agua de las presas, la mejora de los sistemas de riego y la transición a cultivos que necesiten menos agua.
FUENTE: National Geographic, 22 / julio / 2018
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