Olas de calor en países nórdicos y temperaturas suaves en destinos mediterráneos. Es la extraña, pero no nueva, tendencia de este verano.
Esta semana puede haber sido dura, polémica, absurda, vacacional... lo que ustedes quieran. Pero si hay una palabra que la defina exactamente ésa es tórrida. En buena parte del planeta se han experimentado temperaturas tan altas que han supuesto, en algunos casos, récords históricos. El fenómeno no es más que la cola de acontecimientos que llevan produciéndose algunos meses. En junio, el estado de California experimentó cortes de suministro eléctrico forzados por la demanda intensiva de aire acondicionado. Argelia ha padecido las temperaturas más altas registradas desde que se tienen datos científicos fidedignos. Reino Unido ha vivido la tercera ola de calor más larga de la historia.
Quizás lo más sorprendente de todo es que países en los que debería estar haciendo un frío considerable también sufren el impacto del calor. Una de las situaciones más extremas ha tenido lugar en el norte de Siberia: allí, el mes de junio ha sido el más cálido en los últimos cien años con temperaturas medias ocho grados más elevadas de lo habitual. En algunas localidades se alcanzaron los 40 grados centígrados varios días seguidos.
Es curioso que mientras en Siberia o Noruega la población se enfrenta a calorinas inéditas, en la Península Ibérica los valores se mantengan relativamente estables a la espera de una elevación considerable que se prevé llegue a partir del próximo lunes. La Organización Mundial de Meteorología ha tomado nota del fenómeno. El pasado jueves emitió un comunicado en el que alertó de que el mes de julio vendría plagado de precipitaciones y calores extremos en el hemisferio norte.
La relación entre esa tendencia atmosférica y fenómenos extremos en tierra firme empieza a ser preocupante. Japón ha sufrido las peores inundaciones en décadas con rupturas de casi todos los récords históricos de precipitación diaria. Según datos oficiales del Gobierno nipón, ya han muerto más de 200 personas por culpa de las riadas.
Pero el evento dista mucho de ser local. El 11 de julio, el tifón María tocó tierra en la región China de Fijuan con una categoría de Huracán de fuerza tres. Lejos de allí, unos días antes, en la localidad de Quriyat, en la costa de Omán, se registró la temperatura mínima más alta de la historia: por la noche los termómetros no bajaron de 42,6 grados.
Marruecos ha experimentado una ola de calor récord con temperaturas sostenidas de cerca de 44 grados, y el pasado 8 de julio en la estación meteorológica de Furnace Creel, en el Death Valley californiano, se alcanzaron los 52 grados. En Europa, el pasado mes fue el segundo junio más caliente desde que se tienen registros.
¿Futuro o excepción?
Ante este panorama, la pregunta obvia que surge de manera automática es: ¿se está volviendo loco el clima? ¿Cuán excepcional es esta situación? ¿Es éste el signo definitivo del anunciado calentamiento global?
Las mismas regiones de centro y norte de Europa, ahora sofocadas por las altas temperaturas, vivieron una situación parecida en 2010. Una ola de calor brutal azotó Siberia dando como resultado cerca de 10.000 muertes y una sucesión de incontrolables incendios forestales. Un tercio de la cosecha de grano del país se echó a perder y durante más de un mes se experimentaron temperaturas superiores a los 40 grados en el oeste de Rusia. Y es que no hay nada mejor que sentir el calor en la piel para creer en el problema del cambio climático: aquel año, incluso el escéptico presidente Mendelev realizó algunas sonoras declaraciones sobre la necesidad de combatir el problema.
Pero ese año, un estudio publicado por la National Oceanic and Atmospheric Administration de Estados Unidos (la NASA del clima) arrojó ciertas dudas sobre las causas reales de las olas de calor. El trabajo, liderado por científicos de la Universidad de Colorado, analizó 22 modelos climáticos globales en busca de tendencias que pudieran explicar las terribles temperaturas siberianas. Los expertos concluyeron que la causa principal fue un fenómeno natural que ocurre con cierta variabilidad: un bloqueo atmosférico inusitadamente pertinaz.
En estos casos, se desarrolla un sistema de altas presiones que mantiene un evento de estabilidad prolongada sobre un área concreta del planeta. El patrón de bloqueo en la región siberiana durante 2010 fue especialmente prolongado y se asemeja a otro similar ocurrido en 1880. Ahora parece que se está repitiendo.
¿Quiere eso decir que estas olas de calor extremo son producto natural de la variabilidad del clima y no tienen nada que ver con los procesos de cambio global antropogénico? No necesariamente. La tesis del cambio climático sostiene que el calentamiento de la atmósfera lleva aparejado un aumento de episodios extremos. Sea cual sea el origen funcional de la ola de calor, podría ser que el motor interno sea el exceso de emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.
Pero todos los científicos saben que atribuir un fenómeno local concreto al cambio climático es complicado. Hacen falta muchos años de repetición de datos para dar una respuesta. Esta circulación está afectada por sucesos naturales (como la variación de corrientes durante El Niño y La Niña en el Pacífico) o artificiales (como la emisión de gases de efecto invernadero).
Evidentemente, no es la primera vez que hace calor en Siberia o en Alaska, pero la repetición de récords de temperatura podría estar indicando una tendencia global. Sea cual sea la explicación última, los meteorólogos advierten de que este siglo puede ser atmosféricamente muy movido, algo que contrasta con la estabilidad global del siglo XX. Puede que nos encaminemos hacia un mundo con más sequías, olas de calor, precipitaciones, nevadas, heladas y fenómenos extremos.
Según el experto de la Organización Meteorológica Mundial Paolo Ruti, es imposible establecer si el cambio climático está detrás de este tiempo extraño, pero algunos estudios recientes apuntan a que el calentamiento de la atmósfera provocado por las emisiones de gases de efecto invernadero podría estar afectando a la duración de los sucesos de bloqueo veraniegos en Eurasia haciéndolos más largos y provocando más olas de calor.
No sabemos si el tiempo se está volviendo loco. Pero parece que, sí está cambiando, lo hace de manera muy pausada.
FUENTE: La Razón , 21 / julio / 2018
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