Los mayores aportes científicos al análisis del cambio climático han sido los cinco informes que el grupo especial de las Naciones Unidas ha publicado en los que constan no solo el diagnóstico, sino también las recomendaciones a los líderes estatales y privados, para que impulsen medidas que mitiguen sus impactos y, más importante aún, creen condiciones para resistirlos. Otros especialistas de círculos universitarios y de centros de alta tecnología enriquecen el conocimiento con hallazgos ligados con la contaminación del aire por minúsculas partículas.
Así se deduce del último trabajo de los profesores Jos Lelieveld, del Instituto Max Planck de Química y Biología, y Thomas Munzel, del Departamento de Cardiología del Centro Médico Universitario de Mainz, con sede en Alemania, que han resumido de manera clara que la polución del aire es responsable de la reducción del período de vida de las personas, mucho más que la guerra y otras formas de violencia e inclusive con superior daño que las enfermedades parasitarias y de vectores causantes de la malaria, sida y hasta del tabaquismo, a tal punto que el planeta afronta una verdadera “pandemia de contaminación atmosférica”.
Las cifras que revelan las investigaciones son para dejar estupefacto a cualquiera, cuando atribuyen a la contaminación del aire el deceso prematuro de 8,8 millones de personas en el año 2015, lo cual significa una reducción del promedio de vida mundial equivalente a 2,9 años, mientras el consumo de tabaco asciende a 2,2 años, enfermedades como la malaria solo 0,6 anual. El interesante trabajo llega a definir seis categorías de males en la salud resultantes de ese fenómeno de origen humano por el uso de combustibles fósiles, siendo los trastornos cardiacos y cerebrovasculares los primeros culpables de la disminución del tiempo de vida.
Una formidable medida de mitigación es aumentar la población de árboles frondosos y de hojas cerosas, pues son captadores de carbono y tamizadores de partículas finas denominadas PM2.5 por el alcance de su diámetro igual o menor a 2,5 micrones (milésimas de milímetros), que pululan en el ambiente y al ser absorbidas por los seres humanos les provocan desórdenes en la salud ya consignados e “infección del tracto respiratorio inferior, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, cáncer de pulmón, enfermedad cardíaca, enfermedad cerebrovascular que conduce a un accidente cerebrovascular y otras enfermedades no transmisibles, que incluyen patologías como hipertensión arterial y diabetes” (Munzel, 2017).
Es necesario que las urbes instauren una infraestructura que interconecte los espacios verdes, manteniendo las funciones y valores de los ecosistemas naturales hacia el mejoramiento de la calidad de vida, fomenten la biodiversidad y protejan las sociedades de los estragos del cambio climático. Guayaquil ha entrado con paso firme a ese objetivo según se deduce del plan municipal de gestión de espacios verdes de uso público y arbolado urbano, con estudio financiado por la Agencia Francesa de Desarrollo-AFD y CAF con el Banco de Desarrollo de América Latina sobre Ciudades y Cambio Climático, con baja emisión de gases de efecto invernadero y resilientes al calentamiento global. (O)
FUENTE: El Universo, 15 - 03 - 2020
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