El río Ebro, con un caudal bajo mínimos por el impacto de la sequía. Inma flores
El planeta Tierra y las especies que lo habitamos estamos asistiendo a un creciente número de eventos meteorológicos extremos, en un inequívoco contexto de cambio climático global. En los últimos años los registros vienen mostrando máximos históricos de diversos parámetros globales.
Así, por mencionar solo algunos ejemplos muy recientes, el mes de abril de 2017 fue el segundo abril más caluroso en 137 años, de acuerdo con el análisis mensual de las temperaturas globales llevadas a cabo por los científicos de la NASA del Goddar Institute for Space Studies. El abril más cálido de toda la serie histórica, con 1,06 ºC sobre la media, había sido el del año anterior, 2016.
La National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) de Estados Unidos, indica que en abril de 2016 y de 2017 se han registrado las dos mayores anomalías positivas de la temperatura oceánica global desde 1880. Por otra parte, el 14 de junio de 2017, el observatorio de Mauna Loa en Hawái, centro de referencia de la NOAA en el estudio científico de la atmósfera, detectó una concentración de CO2 atmosférico de 409,58 partes por millón (ppm), medida que constata la continuidad del aumento de los gases de efecto invernadero y que constituye el mayor pico de CO2 atmosférico detectado en la Tierra desde hace 800.000 años.
La importancia de la acción humana en las emisiones de gases de efecto invernadero es innegable. En un artículo publicado en marzo de 2017 en Nature Scientific Reports por el profesor Mann de la Pennsylvania State University y colaboradores, estos científicos concluían que, a partir de sus observaciones y modelizaciones, el calentamiento antropogénico parece estar afectando a la dinámica atmosférica con el consiguiente incremento de extremos meteorológicos durante el verano boreal. Estos autores evidencian la influencia humana en recientes eventos extremos meteorológicos en el hemisferio Norte, tales como las olas de calor vividas en la última década y las inundaciones en Europa y Pakistán.
Necesitamos medidas y observaciones fiables, así como saber qué ha ocurrido en el pasado para intentar predecir lo que nos espera en el futuro
A los científicos les corresponde estudiar las causas, las consecuencias y la evolución del clima a lo largo de la historia de la Tierra y en el futuro. Los políticos, por su parte, deberían escuchar a los especialistas y basar sus decisiones en datos científicos. Pero además de tener en cuenta las evidencias que muestran los científicos, es importante, por el bien de todos, que se entienda correctamente lo que éstos dicen. En un reciente artículo publicado en The Washington Post el profesor John Reilly, codirector del MIT’s Joint Program on the Science and Policy of Global Change, se lamentaba de que la actual Administración estadounidense hubiera malinterpretado sus resultados científicos para justificar la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París.
Este importante acuerdo, firmado por 196 países en diciembre de 2015, plantea unos objetivos de reducción del calentamiento y de emisiones de gases de efecto invernadero que están basados en las recomendaciones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC). A su vez, el IPCC basa sus recomendaciones en la síntesis de las evidencias científicas aportadas por el conjunto de la comunidad científica mundial.
Los retos que plantea el cambio climático son importantes y urgentes. Las soluciones son complejas, entre otras cosas, porque exigen acuerdos multinacionales, acciones inmediatas y a largo plazo, y actuar con generosidad. Ante un problema de tal magnitud y de trascendencia global se requiere la participación de todos, en particular de quienes poseen más capacidades y pueden contribuir en mayor medida.
FUENTE: El País , 24 / junio / 2017
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