Donald Trump acaba de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sin tener una buena razón. No digo que su decisión sea errónea. Lo que digo es que literalmente no nos dio ninguna justificación de peso que sustente esa decisión (bueno, sí mencionó algunas cifras sobre la supuesta pérdida de empleos, pero nadie cree que sepa, o le importe, de dónde sacó esos números). Solo fue algo que se le ocurrió.
Pasa lo siguiente: lo que acaba de suceder en materia climática no es un caso inusual, en parte porque Trump no es un republicano inusual. Al actual Partido Republicano no le preocupa el fondo; no recaba pruebas ni hace análisis para formular o incluso justificar las posturas que adopta en sus políticas. Hay un desdén por los hechos y el pensamiento razonado, y cualquiera que trate de incorporar esas cosas al debate es un enemigo.
Pensemos en otra política de suma importancia: la atención médica. ¿Cómo se conformó Trumpcare? ¿Acaso la administración y sus aliados consultaron a expertos, estudiaron las experiencias anteriores con las reformas de salud y trataron de vislumbrar un plan congruente? Claro que no. De hecho, los líderes parlamentarios insistieron en la aprobación del proyecto de ley antes de que la Oficina Presupuestaria del Congreso de Estados Unidos (CBO) —o cualquier otra entidad— pudiera evaluar su posible impacto.
Y cuando finalmente intervino la oficina presupuestaria, sus conclusiones fueron las esperadas: si se hacen recortes importantes al programa para personas de bajos recursos, Medicaid, y disminuyen los subsidios a los seguros de gastos mayores privados —todo para poder reducir los impuestos que paga la clase alta— mucha gente va a quedarse sin cobertura. La cifra estimada es de unos 23 millones de personas sin cobertura. ¿Es factible ese número? Sí, podrían ser 18 o 28 millones, pero sin duda los afectados estarán entre esas cantidades.
¿Y cuál fue la respuesta de este gobierno? Tratar de atacar al mensajero.
Mick Mulvaney, director de Presupuesto de la Casa Blanca, atacó a la CBO; la acusó de haber hecho un trabajo “mediocre” al tratar de pronosticar los efectos del Obamacare (la verdad es que se equivocaron en algunas cosas pero, en general, lo hicieron bastante bien). También acusó a la oficina —encabezada por un economista elegido por republicanos y que fue funcionario de la administración de George Bush— de tener un sesgo político; en particular difamó a su principal experto en salud.
Pero, Mulvaney, ¿dónde está su evaluación del Trumpcare? Usted contó con amplios recursos para hacer su propio estudio antes de tratar de aprobar un proyecto de ley. ¿Qué encontró? (Por cierto, la Casa Blanca sí realizó un análisis interno de una versión anterior de la reforma de salud propuesta por Trump; el documento fue filtrado a Politico y sus predicciones eran todavía más sombrías que las de la CBO).
Sin embargo, Mulvaney y su partido no estudian los problemas, solo deciden y atacan los motivos de cualquiera que cuestione sus decisiones.
Lo anterior me lleva de vuelta a la política climática.
En lo que respecta al cambio climático, conservadores de gran influencia se han aferrado durante años a la que es, llanamente, una teoría de conspiración descabellada: que el consenso científico aplastante de que la Tierra se está calentando debido a las emisiones de gases de efecto invernadero es una falacia, que ha sido orquestada por miles de investigadores de todo el mundo. Esta es básicamente la postura dominante entre los republicanos.
¿Acaso los líderes del Partido Republicano realmente creen que esta teoría es cierta? La respuesta, seguramente, es que no les importa. La verdad, como algo que existe de manera independiente a la conveniencia política, ya no es parte de su universo filosófico.
Lo mismo ocurre cuando afirman que tratar de controlar las emisiones causará un terrible daño económico y destruirá millones de empleos. Dichos alegatos, si realmente te pones a pensar en ellos, son totalmente incongruentes con todo lo que los republicanos supuestamente creen en materia de economía.
Insisten en que el sector privado es infinitamente flexible e innovador y que la magia del mercado puede resolver todos los problemas. No obstante, argumentan que estos mercados mágicos se replegarán y morirán si ponemos un precio modesto a las emisiones de carbono, que es básicamente lo que haría una política climática.
No tiene ningún sentido ni se supone que lo tenga. Los republicanos quieren seguir quemando carbón y dirán lo que sea para lograrlo.
Y así como lo han hecho con la atención médica y el clima, pasa con todo lo demás. ¿Hay alguna otra política importante en la que el Partido Republicano no esté ubicado en la posverdad? Pensemos en el presupuesto, un aspecto en el que líderes como el presidente de la Cámara Baja, Paul Ryan, siempre han justificado los recortes fiscales para la clase alta argumentando la capacidad de conjurar billones de dólares en ingresos adicionales y ahorros sin especificar. El presupuesto de Trump-Mulvaney, que no solo se inventa dos billones de dólares sino que además los cuenta dos veces, lleva todo a otro nivel pero sirve apenas como punto de partida.
¿Acaso algo de esto importa? El presidente Trump, respaldado por su partido, dice disparates con los que destruye la credibilidad de Estados Unidos de manera progresiva. Pero, momento, “las acciones y bonos están al alza”, así que ¿cuál es el problema?
Bueno, pues no olvidemos que hasta ahora Trump no ha enfrentado una sola crisis que no sea de su propia autoría. Como hizo notar George Orwell hace varios años en su ensayo In Front of Your Nose, ciertamente la gente puede decir tonterías durante mucho tiempo sin pagar ningún precio evidente por ello. Pero Orwell advierte que tarde o temprano estas falsas creencias se topan contra la dura realidad, por lo general en un campo de batalla. A estas alturas eso sí que suena bien.
FUENTE: New York Times es , 7 / junio / 2017
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