Cuando, el pasado 2 de junio, el presidente de EE UU Donald Trump decidió que su país dejaba de ser un aliado del planeta contra el cambio climático —“es hora de poner a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París”—, muchos ejecutivos se revolvieron en sus sillas. La industria, aunque solo sea por pura necesidad, reaccionó contra el demoledor anuncio del segundo país emisor de gases efecto invernadero del globo, y lo hizo para tomar partido por un futuro donde las energías renovables cambien el inquietante curso actual de los acontecimientos. Exxon Mobil, Chevron, General Electric, Apple, Google, Microsoft, Intel, Nike, Gap, Levi’s o Starbucks se posicionaron ante el “error colosal” de Trump. A este lado del Atlántico, Europa se mantuvo firme: “No habrá una renegociación del acuerdo de París”, fue el mensaje unánime.
¿Cómo? Joaquín Mollinedo, director de Relaciones Institucionales y Sostenibilidad de Acciona, centró el debate en los esfuerzos que se necesitan para ese cambio de modelo: “El nuevo paradigma de energía limpia exige la electrificación y la descarbonización de la economía. Las renovables son ya competitivas, no son necesarios modelos clásicos de impulso. Las Administraciones públicas pueden aparecer como prescriptores de su uso e introducir criterios renovables en procedimientos de licitación de sus propios consumos. O establecer fórmulas que promuevan el consumo responsable por parte de sus consumidores a través de beneficios en los impuestos de la electricidad”.
Los Gobiernos tienen en su mano iniciar ese cambio, por ejemplo con la modificación de tarifas eléctricas “de modo que se estimule el consumo de renovables en determinados periodos de tiempo: extendiendo las tarifas supervalle para recarga de vehículos eléctricos o incluir información mucho más detallada en la factura eléctrica y no, como se venía haciendo hasta ahora, señalar los impuestos a las renovables para demonizar esa energía”. Según Mollinedo son necesarios, a la vez, incentivos a la demanda e impulsos a la inversión. Y en lo segundo, las empresas piden que se eliminen trabas —“estamos llenos de cánones, autonómicos, locales, impuestos…”— y se reforme el sistema tributario para penalizar a las entidades más contaminantes.
Porque, como ocurre con el paso del tiempo, algunos acontecimientos son inexorables, y el cambio climático tiene su propia inercia. Javier Martín, climatólogo y catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona, alertó sobre sus consecuencias. “La cuenca del Mediterráneo, incluida la Península, está mostrando una elevación de la temperatura algo superior a la media planetaria. Los últimos datos hablan de 0,24 grados por década desde 1950 hasta la actualidad. Más de dos grados en un siglo.
Y eso es mucho”. Lo que le preocupa es la urgencia en la acción. “El sistema climático no solo es la atmósfera, sino los océanos, la biosfera… Todos tienen una gran inercia en sus comportamientos. Lo que hicimos mal décadas atrás en cuanto a emisiones de gases de efecto invernadero seguirá ahí las próximas décadas. El mundo ha de saber que, hagamos lo que hagamos —y en esto los modelos climáticos son bastante concluyentes—, el planeta todavía verá elevar su temperatura unas décimas más”. Eso, en el mejor de los casos. El pesimismo o la resignación, sin embargo, no son una alternativa.
Soluciones urgentes
Álvaro Polo, director gerente de Accenture Strategy, enfocó el problema anteponiendo las soluciones: el desarrollo tecnológico ha provocado una reducción del 66% en los costes de instalación de la energía eólica y de un 85% para la solar, y “eso plantea un escenario muy favorable para las renovables”. El incremento de la eficiencia energética está consiguiendo limitar el crecimiento del consumo per capita.Pero hay que atacar los tres pilares del problema: la generación eléctrica, que, según sus cálculos, en Europa es responsable del 26% de las emisiones; la industria, a la que se le atribuye el 21% del peso, y los consumidores, el 19%. “Hay que actuar sobre el mix de generación para conseguir emisiones cero. Es importante que esa transición sea ordenada, lo que significa definir el papel que jugará cada energía. La industria no es el sector que más emite”. Uno de los retos, señala, es hacer que esa misma industria reduzca emisiones sin perjudicar su competitividad.
La Comisión Europea, explica Calleja, está trabajando en medidas muy importantes para consolidar el mercado interior de la energía y garantizar la seguridad de abastecimiento. También diseña políticas que encaminen al continente a la economía circular. “Tenemos que cambiar el modelo de producir, consumir, usar y tirar por otro mucho más eficiente.
Con ello ahorraríamos hasta 600.000 millones anuales y se crearían cuatro millones de empleos, al tiempo que reducimos las emisiones de CO2”. El plan comunitario abarca a todos los sectores y consiste en desarrollar la propuesta Energía limpia para todos los europeos, también llamada paquete de invierno. “Es una gran oportunidad desde el punto de vista económico. Trabajando en la sostenibilidad podemos ser más competitivos. No hay contradicción: las empresas más competitivas son las más sostenibles”.
Para 2030, el horizonte temporal del plan, Ulargui explica la dimensión del esfuerzo que deberá hacer España. En sectores difusos (aquellos que abarcan las actividades no sujetas al comercio de derechos de emisión, como el transporte, las actividades agrícolas, comerciales o institucionales), el país debería reducir un 26% las emisiones respecto a las que lanzaba a la atmósfera en 2005. Pero la negociación sigue abierta.
“España busca el reconocimiento de acciones tempranas. Los países con renta per capita más baja de la UE estamos en una senda de cumplimiento mayor que los que tienen mayores rentas”. La ley que elabora el Ejecutivo será el instrumento para conseguir cumplir con Europa. “Queremos que sea una ley global, con vocación de permanencia, y con consenso de todo el arco parlamentario. Queremos el apoyo de todos, no solo de la mayoría. Con estos objetivos hemos lanzado un proceso de participación pública para recabar el mayor número de opiniones”, añade Ulargui.
Para Europa, juzga Polo, las renovables son una oportunidad de añadir un 1% adicional al PIB (190.000 millones) y 200.000 empleos. Con ello, completa Mollinedo, Europa reforzaría su liderazgo en las renovables frente a la decisión de EE UU. “La lucha contra el calentamiento excede el mandato de un presidente de EE UU. Excede de los poderes del hombre más poderoso del mundo. Frente al escapismo norteamericano, es el momento de las alianzas con países importantes “para hacerlo todos juntos”, invita Ulargui.
La mala noticia, juzgan los participantes en el debate, se produce en un momento en el que el concepto de smart nation está de moda. “Que alguien diga que va en contra de eso, que sus ciudadanos van a vivir peor… También va en contra de la propia industria americana”, apuntala el responsable de Accenture.
La eficiencia energética es un arma que puede ayudar a Europa: el continente ya tiene el 35% del mercado mundial de eficiencia y el 40% de las patentes de energía renovable y debe aprovechar esa oportunidad.
“Hay que renovar millones de edificios, ir hacia transportes limpios, electrificación. Trabajar en la mejora del mercado interior, en las relaciones exteriores. Imaginémonos el poder de compra si negociáramos los contratos de suministro de forma común, y no con 28 mercados. España tiene una gran oportunidad”, augura el director de Medio Ambiente de la Comisión. “Con el paquete de invierno se completa el 90% de esa unión de la energía, para que Europa se dote de un sistema más inteligente y competitivo”.
Plan por países
Pero cada Estado comunitario tiene sus propias particularidades y las cosas no marchan tan bien como deberían. La batalla de la negociación del paquete de invierno sigue abierta. “La descarbonización de la electricidad exige medidas de apoyo a las renovables. El mercado [de emisiones] debería funcionar mejor. Que se establezca un sólido modelo de gobernanza para que los objetivos se cumplan”, tercia Ulargui añadiendo que cada país deberá auditarse internamente para conocer sus fortalezas y debilidades con vistas al cumplimiento de los objetivos. “España necesita más interconexiones [con Francia fundamentalmente].Estamos en una isla energética, los objetivos de interconexión, que no son vinculantes, no se están cumpliendo”. Otras herramientas son necesarias, como un paquete financiero y una norma contable que no compute como déficit las inversiones en eficiencia. “Tal y como se plantean las cosas, ahora nos resulta difícil acceder a los fondos. La descarbonización tiene que venir acompañada de precios claros de mercado y fondos europeos”, pide la representante española.
Porque la normativa por sí sola no impulsará la revolución. “Europa ha duplicado el plan Juncker (vamos a tener hasta 2020 más de 500.000 millones de los 300.000 iniciales). La gran prioridad son los proyectos de unión de la energía, economía circular e infraestructuras.
También está la financiación de fondos europeos (el Conecting Europe y el programa Horizonte 2020 con 80.000 millones)”, señala el director general de Medio Ambiente. “Otro aspecto son las empresas que se ven frenadas por temas administrativos. Hemos abierto una ventanilla para agilizar operaciones sostenibles”. Todo para que Europa lidere el cambio que evitará desastres mayores en el planeta.
FUENTE: El País, 25 / junio / 2017
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