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miércoles, 1 de abril de 2020

EFECTOS COLATERALES DE LA PANDEMIA




Un detenimiento forzoso a nivel mundial como consecuencia de la pandemia producida por el Covid-19 limpió los cielos y redujo el calentamiento global. Según los expertos se redujo hasta un 25 por ciento la emisión de dióxido de carbono y metano, lo que redundó en un fortalecimiento de la capa de ozono y el descenso de la temperatura global, al mismo tiempo que en su costo suma diariamente una catastrófica pila de muertes humanas. Por Valentín Ibarra, para AIM.
Efectos colaterales de la pandemia.
En el presente artículo buscaremos realizar y dejar planteadas algunas preguntas que estimulen el pensamiento y nos asomaremos a las ideas de aquellos ambientalistas como James Lovelock, quien acuño la hipótesis Gaia, que (a grandes rasgos) sostiene que el planeta se autorregula tendiendo por sí mismo, a un punto de equilibrio, y los estudios de Enrique Leff, quien sostiene que este proceso de globalización y de expansión de la racionalidad económica culmina con una saturación, encontrando un límite insalvable a la voluntad transformadora / devoradora del hombre.
¿Estamos en la antesala de un nuevo orden mundial con epicentro en el medioambiente?
La pandemia desatada en China generó una paralización de la economía global: cierre de fronteras, fábricas inactivas, puertos clausurados, escasa actividad bancaria y bursátil, rutas y aeropuertos desolados, animales silvestres ganado nuevamente las calles, ríos y mares. La disipación de grandes concentraciones urbanas por el aislamiento preventivo, en algunos casos voluntario y en otros obligatorio, muestra que los alarmantes colores naranja y rojo que exponen las fotos satelitales comenzaron a deslizarse hacia la zona, más optimista, de los azules y verdes como un efecto colateral positivo de esta crisis sanitaria, social y ambiental: la capa de ozono muestra signos de recuperación aunque la pregunta a resolver es si esto se podrá sostener en el tiempo o en el momento en el que los países salgan del estancamiento se observará un rebote tan fuerte que lo que se ganó, se pierda rápidamente.

La Hipótesis Gaia
Según la hipótesis de Gaia (acuñada así en honor a la divinidad Griega Gea –la de amplio pecho-, deidad femenina principal desde donde surgen todos los dioses y seres humanos), la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de autorregular sus condiciones esenciales, tales como la temperatura, composición química y salinidad de los océanos. Gaia se comportaría como un sistema autorregulador (que tiende al equilibrio); no como un organismo vivo, sino como el resultante de procesos fisicoquímicos de supervivencia y regeneración.
Esta idea fue desarrollada por James Lovelock en 1969 (aunque publicada totalmente en 1979), el científico definió a Gaia como una entidad compleja que integra a la biosfera, atmósfera, océanos y tierra; constituyendo en su totalidad un sistema retroalimentado que busca un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta.
Con su hipótesis inicial, Lovelock afirmó la existencia de un sistema de autocontrol global de la temperatura, composición atmosférica y salinidad oceánica para asegurar la supervivencia, el que viéndose amenazado desarrolla mecanismos de reseteo.
Esta hipótesis presta especial atención al entorno en donde se desarrolla la vida y para ello utiliza la categoría de biosfera que, designa al sistema que conforma el conjunto de seres vivos interactuando entre sí y con el medio ambiente. En este sentido, la hipótesis hace importantes contribuciones a la desantropización de la cultura, exaltando las virtudes del todo por sobre las partes. ¿Es la pandemia, en última instancia, una reacción del planeta?

Discursos sustentables
Enrique Leff es un economista mexicano experto en ecología política, sociología y educación ambiental, fue director del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y Profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Leff, una de las voces más citadas en la materia, plantea la necesidad de poner un freno y lentificar el proceso infinito de apropiación del planeta que convulsiona ante una crisis ambiental sin precedentes, a la que no solo asistimos sino de la que en distintos grados todos somos parte, un foco de tensión sin tregua entre la sustentabilidad económica y la sustentabilidad ambiental que debería resolverse en favor de todos.
La crisis ambiental irrumpió en los últimos cincuenta años como una crítica a la degradación generada por el crecimiento económico (y, en forma más generalizada, por la racionalidad moderna), abriendo la discusión por el desarrollo de un futuro equilibrado entre economía, política, tecnología y medioambiente.
Al parecer, y según Leff, ningún modelo científico es tan poderoso y contundente como el de la economía: un instrumento que elabora su conocimiento a partir de constructos ideológicos, teóricos, políticos y estratégicos donde el espíritu empresarial, la creación de riqueza a partir del egoísmo individual, la falacia del equilibrio ordenador de la oferta y demanda, la formación de precios y los factores productivos (capital, recursos naturales y fuerza de trabajo), generaron un mundo que alteró los equilibrios fundacionales destruyendo ecosistemas, agotando suelos, elevando las temperaturas, produciendo deshielos; todo ello como condición estructural de un capitalismo eugenésico que se refuerza y perpetúa a partir de la desigualdad social y la pobreza extrema.
La idea de progreso que promovió el conocimiento moderno, dominando la naturaleza y justificando la irresponsabilidad socio-ambiental, abrió las puertas a un proceso que se supuso infinito. Pero, de un golpe la crisis ecológica nos muestra los efectos en una degradación (casi) irrecuperable; para mitigarla es imperioso ajustar el modo de producción a nuevas condiciones de sustentabilidad con anclaje en la educación ambiental y el dialogo entre saberes y el respeto de la naturaleza y sus tiempos.
Objetivos de desarrollo sustentable
Estamos en condiciones de afirmar que el calentamiento global (que aparece como el síntoma más claro de la crisis ambiental de la globalización económica) es el resultado de un proceso creciente de acumulación destructiva de naturaleza generada por todos los procesos de producción industrial y de destrucción de los ecosistemas, que generan emisiones incontrolables de gases de efecto invernadero, al tiempo que disminuyen la capacidad del planeta de reabsorberlos debido a la ilimitada desforestación.
En este sentido, en el 2015 la Organización de las Naciones Unidas trazó una agenda rumbo al 2030 con la meta de sentar nuevas bases para el desarrollo global, que cuenta con diecisiete objetivos sostenibles, entre los que se incluyen la igualdad de género, la eliminación de la pobreza y erradicación de las hambrunas, nuevos trazados urbanos para optimizar los recursos, reforestación y uso responsable de los suelos, minerales y la defensa del medio ambiente como políticas de Estado, pero que sin embargo no fue capaz de anticiparse con la debida antelación a la crisis que en el primer trimestre de este año nos azota a todos los países y personas, sin distinción de razas o linajes.
Es imposible medir la pila de escombros y cadáveres que dejará esta pandemia y mientras tanto nos preguntamos: ¿estamos verdaderamente frente a un cambio de paradigma en la manera en que nos relacionamos entre los hombres y con el medio ambiente? o ¿estamos en presencia del tan temido cisne verde?
FUENTE: AIM Digital , 31 / 03 / 2020

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