SAN FRANCISCO — Varios megaincendios incineran más
de un millón de hectáreas. Millones de residentes están asfixiados por el aire tóxico. Apagones continuos
y olas de calor con temperaturas altísimas. El cambio climático, en palabras de
un científico, le está dando una bofetada a California.
La crisis que enfrenta el estado más poblado de
Estados Unidos es algo más que una mera acumulación de catástrofes
individuales. También es un ejemplo de algo que les ha preocupado a los
expertos del clima desde hace mucho, pero que pocos esperaban ver tan pronto:
un efecto en cascada en el que una serie de desastres coinciden y se detonan o
amplifican entre sí.
“Se están cayendo las piezas de dominó como los
estadounidenses nunca se habían imaginado”, dijo Roy Wright, quien dirigió
programas de resiliencia en la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias
(FEMA, por su sigla en inglés) hasta 2018 y creció en Vacaville, California,
cerca de uno de los incendios más grandes de este año. “Es apocalíptico”.
Lo mismo se podría decir de toda la costa oeste del
país esta semana, hasta Washington y Oregón, donde los pueblos se vieron
diezmados por el fuego mientras los bomberos combatían al límite de sus
capacidades.
Las crisis simultáneas de California son un ejemplo
de cómo funciona la reacción en cadena. Un verano sofocante derivó en
condiciones de sequía que jamás se habían experimentado. La aridez ayudó a que
los incendios forestales de la temporada fueran los más grandes que se hayan
registrado. Seis de los 20 incendios forestales más grandes en la historia
moderna de California han sucedido este año.
Si el cambio climático era un concepto abstracto
hace una década, en la actualidad es demasiado real para los californianos. Los
intensos incendios forestales no solo están desplazando a miles de personas de
sus hogares, sino que están provocando que químicos peligrosos se filtren en el
agua potable. Las advertencias sobre el calor excesivo y el aire asfixiante
lleno de humo han amenazado la salud de personas que ya están batallando
durante la pandemia. Además, la amenaza de más incendios forestales ha hecho
que las aseguradoras cancelen las pólizas de los propietarios de las viviendas
y que los principales proveedores de servicios públicos del estado corten el
suministro de electricidad para decenas de miles de personas con fines
preventivos.
“Si no creen en el cambio climático, vengan a
California”, dijo el gobernador Gavin Newsom el mes pasado.
Los funcionarios se han preocupado por los eventuales desastres en cascada. Pero no pensaron que comenzarían tan pronto.
“Solíamos
preocuparnos por un peligro natural a la vez”, dijo Alice Hill, investigadora
principal del Consejo de Relaciones Exteriores que supervisó la planificación
de la resiliencia en el Consejo de Seguridad Nacional durante la administración
Obama. “Pero la aceleración de los impactos climáticos ha sucedido más rápido
de lo que esperábamos”.
Los climatólogos argumentan que el mecanismo detrás de la crisis de incendios forestales es simple: el comportamiento humano, sobre todo la quema de combustibles fósiles como el carbón y el petróleo, ha liberado gases de efecto invernadero que elevan las temperaturas, lo cual seca los bosques y los predispone a incendiarse.
Mark Harvey, quien fue director sénior de
resiliencia en el Consejo de Seguridad Nacional hasta enero, dijo que al
gobierno se le ha dificultado prepararse para situaciones como las que se están
viviendo en California.
“El gobierno tiene un desempeño muy muy deficiente
en cuanto a los efectos en cadena”, afirmó Harvey. “La mayoría de nuestros
sistemas están diseñados para lidiar con un problema a la vez”.
De cierto modo, los incendios forestales que han
sucedido en California durante este año llevan décadas gestándose. Una sequía
prolongada que terminó en 2017 fue una de las principales causas de muerte de
163 millones de árboles en los bosques de California en la última década, según
el Servicio Forestal de Estados Unidos. Uno de los incendios que se propagó con
más velocidad este año devastó los bosques que tenían la concentración más alta
de árboles muertos, al sur del Parque Nacional de Yosemite.
Más
al norte, el Bear Fire (incendio del oso) se convirtió en el décimo
incendio más grande en la historia de California, pues arrasó con la impactante
cantidad de 93.077 hectáreas en un periodo de 24 horas.
“Es realmente impresionante ver la cantidad de
incendios enormes y destructivos que se propagan con tanta rapidez y suceden al
mismo tiempo”, dijo Daniel Swain, climatólogo del Instituto del Medioambiente y
Sustentabilidad en la Universidad de California en Los Ángeles. “He hablado con
casi treinta expertos en incendios y climatología en las últimas 48 horas, y
casi todos se han quedado sin palabras. Sin duda, no se ha vivido algo de esta
magnitud en los últimos tiempos”.
Mientras las autoridades estatales se movilizan
para lidiar con las amenazas inmediatas, los incendios también dejarán a
California con problemas difíciles y costosos a largo plazo, desde los efectos
de inhalar humo hasta el daño a los sistemas de agua potable.
El humo proveniente de un incendio forestal puede
ser mortal, en el peor de los casos, sobre todo para las personas mayores. Hay
estudios que demuestran que cuando llegan las olas de calor, la tasa de hospitalizaciones
se eleva, y los pacientes experimentan problemas respiratorios,
paros cardiacos y derrames cerebrales.
La pandemia de coronavirus añade una nueva capa de
riesgo a una situación que de por sí es peligrosa. Los Centros para el Control
y la Prevención de Enfermedades han emitido comunicados que advierten que las
personas con COVID-19 corren mayor riesgo de
resultar afectadas por el humo de los incendios forestales durante
la pandemia.
“Cuanto más tiempo dure el aire contaminado en California, más preocupaciones tendremos por los efectos adversos en la salud”, comentó John Balmes, vocero de la Asociación Americana del Pulmón y profesor de Medicina en la Universidad de California, campus San Francisco.
En
cuanto al agua potable, los científicos saben desde hace años que la
escorrentía de los hogares incinerados puede transportar químicos nocivos a las
aguas subterráneas y los reservorios. Sin embargo, las investigaciones realizadas
tras los incendios forestales de 2017 en la región conocida como Wine Country
al norte de San Francisco y los incendios de 2018 que destruyeron el pueblo de
Paradise en las faldas de la Sierra Nevada revelaron una amenaza diferente: se
consiguió benceno y otros contaminantes peligrosos en los acueductos,
posiblemente provenientes de los plásticos dañados por el calor en la
infraestructura hidráulica.
“Las comunidades deben reconocer esta
vulnerabilidad”, dijo Andrew J. Whelton, profesor de ingeniería ambiental en la
Universidad de Purdue y autor de un estudio sobre la
contaminación del agua en Paradise. “Después de un incendio, los
productos químicos peligrosos pueden filtrarse desde el interior de los
sistemas de agua durante meses”.
La Agencia de Protección Ambiental clasifica como
peligrosa al agua que presente niveles de benceno superiores a las 500 partes
por mil millones. Se encontró que, después del incendio, algunas muestras en
Paradise tenían 2000 partes por mil millones. En el condado de Sonoma, después
del fuego en la región vinícola, algunas muestras tenían 40.000 partes por mil
millones, dijo Whelton.
Hasta ahora, muchos californianos asumían que un
terremoto era lo que podría dejarlos sin electricidad, dañar sus hogares y
hacer que sus vecindarios fueran inhabitables.
Susan Luten, una abogada jubilada de Oakland, vive
cerca de la falla de Hayward, una zona que, según han advertido los sismólogos,
podría sufrir un gran terremoto. Pero fue la amenaza de incendio lo que hizo
que ella y su esposo pusieran sus maletas junto a la puerta con zapatos, una
muda de ropa, linternas, silbatos, medicamentos, billetes de baja denominación
y cinta adhesiva.
“Tenemos una cuerda dentro de la casa en caso de que tengamos que escapar por la empinada ladera a pie en vez de conducir un automóvil”, dijo Luten. Su esposo estudió las rutas de escape en Google Maps.
El
pequeño pueblo de Berry Creek, California, quedó en ruinas el 9 de septiembre
de 2020, tras el paso del incendio del oso (Bear Fire).Credit...Max Whittaker para The
New York Times
Los efectos de las múltiples crisis en California
se han manifestado en su sala de estar.
“Hace
dos días nos estábamos asando adentro porque, en medio de una ola de calor,
debíamos tener las ventanas cerradas para evitar el humo denso”, dijo Luten.
“Hoy estamos frescos, pero no podemos ver al otro
lado de la calle”, dijo el miércoles, cuando toda el Área de la Bahía de San
Francisco estaba envuelta en un tenue resplandor anaranjado, y el sol se
oscureció por las enormes columnas de humo que se elevaban hacia la atmósfera.
“Si se combina todo esto con una pandemia y una amenaza política, resulta
difícil no pensar que, involuntariamente, somos actores secundarios en una
especie de película del fin de los tiempos”.
Emily Szasz, estudiante de posgrado de Historia del
Arte de Santa Cruz, dijo que siente que está en una tierra extraña y
desconocida.
“Siento que estoy en un lugar en el que nunca he
estado antes”, describió Szasz. “Ha habido incendios forestales ocasionales en
el tiempo que llevo viviendo aquí, pero se combatían y se contenían de
inmediato. No recuerdo haber visto jamás 23 días consecutivos de cielos
anaranjados, asfixiantes y llenos de humo; ni haber salido de casa con miedo de
no regresar nunca; ni haber conocido a alguien cuyo hogar se redujo a cenizas
en las montañas cerca de mi casa”.
Hace varios años, cuando estudiaba en la
Universidad de California, campus Berkeley, un profesor le explicó que era
probable que California y la costa oeste experimentaran los efectos del cambio
climático antes que el resto del país, recordó Szasz. Ahora, esas palabras
resuenan en su mente.
“No hay pruebas más contundentes, y tampoco
deberíamos necesitarlas, de que el cambio climático está aquí y está cambiando
nuestras vidas”, comentó Szasz sobre los incendios forestales. “Apenas tengo 25
años, y no sé qué me depara el futuro, mucho menos a mis posibles hijos y
nietos”.
Incluso después de que se extingan los incendios de
este año, sus efectos en cadena seguirán propagándose, creando problemas
económicos —en la industria de los seguros y con la red eléctrica del estado,
por mencionar un par de ejemplos— que van mucho más allá del daño físico y de
salud de los desastres en sí mismos.
Este
verano, millones de hogares californianos se quedaron a oscuras durante una
hora o más cuando el sofocante calor veraniego amenazó con sobrecargar la red
de suministro eléctrico.
Esos apagones son independientes de los cortes
eléctricos que realizaron las empresas de servicios públicos de California en
un intento por evitar que sus equipos desataran más incendios. Esta semana,
PG&E suspendió el suministro eléctrico de unos 170.000 clientes dándole
continuidad a un programa de interrupciones eléctricas
masivas que se lanzó el año pasado.
En el sector asegurador, años de graves pérdidas
han orillado a las empresas a retirarse de las áreas propensas a los
incendios, algo que los funcionarios estatales definen como una
crisis en sí misma. La falta de seguros asequibles amenaza con devastar los
mercados inmobiliarios al hacer que las viviendas sean menos valiosas y más
difíciles de vender.
Rex Frazier, presidente de la Personal Insurance
Federation de California, que representa a las aseguradoras del estado, dijo
que, en este momento, la industria está esperando ver el tamaño de las pérdidas
de este año y cómo decide proceder el estado.
“Tenemos que usarlo como un llamado a la acción”,
dijo Wright, exfuncionario de FEMA que ahora es presidente del Insurance Institute
for Business & Home Safety, un grupo financiado por la industria que
analiza cómo reducir los daños provocados por desastres. “Lo que no podemos
hacer es simplemente taparnos los oídos, cerrar los ojos y decir: ‘Solo quiero
que esto desaparezca’”.
Philip B. Duffy, un científico del clima que es
presidente del Woodwell Climate Research Center, dijo que muchas personas no
entendían la dinámica de un mundo en calentamiento.
“La gente siempre pregunta: ‘¿Esta es la nueva
normalidad?’”, dijo. “Yo siempre contesto que no. Va a empeorar”.
FUENTE: New York Times , 12-09-2020
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