La mayoría de las personas no dimensionan lo que significa botar a la basura restos de frutas o verduras, pues asumen que se descomponen de forma natural. Sin embargo, el proceso de degradación anaeróbica en los rellenos sanitarios o vertederos produce la emisión de gases de efecto invernadero altamente contaminantes para el medio ambiente, instalando en la realidad de nuestro día a día el cambio climático y sus escenarios actuales como la desertificación y contaminación de suelos, el déficit hídrico y sequías que nos afectan, algunos desastres naturales y el aumento de enfermedades por vectores biológicos.
Chile ha fijado una ambiciosa estrategia nacional de reciclaje de residuos orgánicos 2020-2040, la que ha sido impulsada por el ministerio del Medio Ambiente con el objetivo de aumentar la valorización de este tipo de residuos generados a nivel municipal.
Este esquema busca el manejo de residuos de tal forma que permita la reincorporación de los nutrientes contenidos en ellos al suelo o inclusive la generación de subproductos, contribuyendo de esta forma tanto a la adaptación como a la mitigación del cambio climático que permitiría disminuir en los rellenos sanitarios aproximadamente 1.800.000 toneladas de CO2 equivalentes anuales, avanzando en la mitigación de los efectos adversos antes mencionados.
Sin embargo, en medio de las buenas intenciones nace una pregunta que nos hace aterrizar la realidad.
¿Estamos educados y preparados para el importante desafío de separar nuestros residuos antes de desecharlos? Probablemente, muchos responderán inmediatamente que sí, pero basta observar con un poco más de calma para que esta interrogante permanezca en incertidumbre.
Este reciclaje no nos exige mucho esfuerzo, sino más bien, ordenar el proceso. Necesitaríamos dos bolsas distintas; una de basura como plástico, papel, entre otros y otra, en la que colocar elementos orgánicos.
Hoy, nuestra falta de cultura de reciclaje hace que prácticamente la totalidad de esos desechos termine en un relleno sanitario o un vertedero, lo que tiene al país en el penúltimo lugar de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) en la valorización de sus desechos domiciliarios, sólo superado por Turquía. En lo que respecta a residuos reciclables, la valorización no supera el 4% y a nivel de residuos orgánicos, esa cifra es menos de un 1%.
De algo estamos seguros, en la composición de una bolsa de basura corresponde poco menos al 60% a residuos orgánicos, más aún, en tiempos de cuarentena donde la elaboración de alimentos ha aumentado en los hogares por lo que rescatarlos y reorganizar su tratamiento antes de que lleguen a los vertederos, ya marcarían un gran cambio.
Si observamos el aspecto económico asociado a la gestión de los residuos sólidos domiciliarios en Chile indica que, en su conjunto, los 345 municipios del país gastan M$ 368.823.154 en servicios de aseo y gestión de residuos sólidos domiciliarios. Este valor permite calcular un indicador nacional de gasto por habitante año, que alcanza los $18.231 (SUBDERE, 2019). Esta cifra recién sería interesante si lográsemos reducirla a la mitad, o aún a menos de eso, en el caso de que todos los municipios lograran tratar eficazmente los residuos orgánicos de sus vecinos.
Hasta ahora, esta estrategia nacional, al año 2030, supone el 30% de valorización de residuos orgánicos que se espera lograr a través de 500.000 composteras y/o vermicomposteras en domicilios, 500 barrios del programa “Quiero mi Barrio” haciendo compostaje y/o vermicompostaje, 5.000 establecimientos educacionales con composteras y/o vermicomposteras, 50% de las instituciones públicas separando en origen y valorizando residuos orgánicos, y todos los parques urbanos compostando sus residuos. Pero el desafío debe ir mucho más allá para que los resultados sean significativos.
Por lo tanto, respondiendo a la pregunta inicial toda estrategia que se encamine a avanzar en el cuidado del medio ambiente es bienvenida, pero su éxito no depende solamente de lo que se haga en algunos establecimientos o parques.
Por el contrario, es necesario que cada ciudadano conozca los beneficios e importancia que proporciona tratar los residuos orgánicos.
Es fundamental, también, que cada uno de nuestros niños y niñas sean conscientes desde pequeños de la importancia de cuidar nuestro entorno, porque eso se traduce en cuidarnos a nosotros mismos.
Por lo tanto, el desafío es mayor y se centra en fortalecer el conocimiento técnico a nivel nacional, en promover el asesoramiento a las municipalidades y GORE para que los diseños de los proyectos de inversión lleguen a la mayor cantidad de población posible, para que sea un esfuerzo aunado en cada ciudad de nuestro país porque, finalmente, esta tarea solo podemos alcanzarla trabajando conjuntamente guiados por un Estado que debe ser capaz de integrar a todas las organizaciones educacionales programas de educación ambiental en gestión de residuos sólidos y economía circular.
FUENTE: Opinión Medio Ambiente , 15-09-2020
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