Para entender el cambio climático actual hay tener en cuenta dos cosas. La primera es que la ciencia evalúa de forma objetiva los fenómenos que observamos. Analizando datos obtenemos conclusiones independientes, que no tienen por qué ser las que los investigadores hemos pensado que son las verdaderas, ni mucho menos las que queremos.
La segunda cosa es que hay que pensar en nuestro planeta como un todo. La Tierra puede verse como un sistema formado por sistemas más pequeños que interactúan entre sí (atmósfera, biosfera, criosfera, hidrosfera, litosfera, incluso el subsistema humano). Cuando los investigadores estudian los fenómenos que ocurren en nuestro planeta, no siempre les resulta fácil relacionar una causa (por ejemplo, las actividades humanas) con un efecto (por ejemplo, el cambio climático).
Los primeros que dieron la voz de alarma
En 1980, el climatólogo Bert Bolin y su equipo iniciaron un proyecto de investigación. Tenían dos objetivos principales:
Ver hasta dónde se puede predecir el clima mundial.
Analizar si las actividades humanas influyen en él.
Todos los datos que analizaron llevaban a la misma conclusión: existe una relación causa-efecto entre las actividades humanas y el cambio climático actual de nuestro planeta.
Esto se debe, sobre todo, a que algunas de nuestras actividades emiten a la atmósfera gases que modifican su composición. Desde entonces se han hecho muchos más estudios que respaldan esta hipótesis, y ninguno la ha rechazado.
No solo cambia el clima
Bolin fue el primer presidente (1988-1997) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (el famoso IPCC de la ONU), formado por un equipo de especialistas en distintas disciplinas. Su objetivo es dar una visión con base científica de los impactos y riesgos naturales, políticos y económicos del cambio climático. También aportan soluciones para resolver este grave problema mundial.
Bolin y su equipo señalaron además que el cambio climático es una parte de un fenómeno mayor: el cambio global. Así llamaron al conjunto de todas las alteraciones ambientales debidas a las actividades humanas.
Son, sobre todo, los cambios que afectan a la forma en que “funciona” la Tierra: cambios en la composición atmosférica, biogeoquímicos, climáticos, en el uso de la tierra y en la biodiversidad.
Échale la culpa a los gases
Como hemos visto, la ciencia nos dice que los humanos causamos el cambio climático actual. Está claro que el aumento de las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero está producido por nosotros. Las actividades que emiten más gases de este tipo son la quema de combustibles fósiles, la deforestación, la agricultura y el desperdicio de alimentos.
Los principales gases de efecto invernadero que se liberan son el dióxido de carbono (CO₂), el metano (CH₄), el ozono (O₃) y el óxido nitroso (N₂O). Estos gases absorben el calor del sol y, al retenerse más calor en el planeta del que se expulsa, aumenta la temperatura global. Esto se llama forzamiento radiactivo y actualmente es mayor al esperado de forma natural. Es decir, se queda más calor en la Tierra del que debería.
Por ejemplo, la concentración atmosférica de dióxido de carbono antes del año 1900 era de 230 partes por millón (ppm), y actualmente es de unas 418 ppm. Y no deja de crecer.
A la vez que aumentan estos gases en la atmósfera, la temperatura del planeta sube. Esto se está viendo en la atmósfera, la superficie terrestre y los océanos. Es decir, la Tierra se está calentando. Esta acumulación de energía produce cambios en los climas de todo el mundo. Lo más llamativo es el aumento de la frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos extremos, como olas de calor o de frío, sequías, inundaciones y tormentas descomunales.
¡Malditas retroalimentaciones!
También se están detectando retroalimentaciones positivas que fomentan más cambio climático. Es decir, que un fenómeno favorece a otro. Se debe a la relación que hay entre los subsistemas de la Tierra. Por ejemplo, el derretimiento del hielo de océanos y glaciares reduce la radiación solar que refleja la superficie terrestre. Esto produce una mayor absorción de calor y más derretimiento.
Otro factor es el deshielo del permafrost, el suelo de las zonas más frías del planeta que está congelado desde hace miles de años. El permafrost está liberando metano y dióxido de carbono porque contiene mucha materia orgánica que se pudre al descongelarse.
El negacionismo se combate con ciencia
Muchos de quienes niegan el cambio climático (los negacionistas) dicen que sus causas son naturales y acordes al estado actual del planeta.
Claro que existen desencadenantes naturales de cambios climáticos (calentamiento o enfriamiento) que ocurren en poco tiempo. De hecho, hay tres bien conocidos: las variaciones en los movimientos de la Tierra (los ciclos orbitales o de Milankovic, los ciclos que completa el campo magnético del Sol aproximadamente cada 11 años (los ciclos solares) y la actividad volcánica.
Pero aunque es cierto que la Tierra ha cambiado mucho en su larga vida y que el clima se transforma, actualmente ningún estudio explica las tendencias que se observan desde mediados del siglo XX sin tener en cuenta el forzamiento radiactivo que producen los gases emitidos por las actividades humanas.
Tenemos que cambiar, nos va la vida en ello
Cuando los humanos empezamos a usar el petróleo no conocíamos qué consecuencias tendría para nuestro planeta. Y mucho menos que nos iba a perjudicar a nosotros. Ahora sí lo sabemos. Por ello, debemos actuar y cambiar nuestra forma de vida, precisamente para poder seguir viviendo en este planeta tal y como lo conocemos, que es como nos beneficia.
La ciencia siempre será nuestra aliada en este reto.
Fuente: The conversation
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