El Pirineo oscense alberga un laboratorio subterráneo
laberíntico. Aunque varios experimentos buscan materia oscura, en un antiguo
túnel ferroviario se escuchan los crujidos y los temblores del mundo que la
rodea.
Hace unos años, Jordi Díaz, sismólogo del Instituto de
Ciencias de la Tierra Jaume Almera, llevaba a cabo labores de control de
calidad de los sismógrafos del Laboratorio Subterráneo de Canfranc, peinando
entre las vibraciones que habían registrado. Entonces, él y sus colegas se
toparon con una señal extraña que nadie fue capaz de identificar. «¿Qué leches
es eso?», recuerda haberse preguntado.
Enseguida se percataron que esta señal procedía del río
Aragón que fluía sobre el túnel y que los crescendos y diminuendos de la señal coincidían
con los cambios del caudal del río.
El caudal del Aragón incrementa cuando se derrite la
nieve, así que al sintonizar el ritmo del río, Díaz y sus colegas pudieron
rastrear la sinfonía de la nieve y emparejar determinados cantos sísmicos con
episodios de deshielo específicos. En un número reciente de la revista PLOS One, demuestran que pueden rastrear el comportamiento de la nieve que
se derrite a lo largo de días, meses y años con una precisión impresionante.
Como el tiempo local determina el deshielo, hay esperanzas
de que esta técnica pueda documentar la respuesta del manto de nieve a un mundo
en calentamiento constante. En otras palabras, esa pequeña estación sísmica
podría ser capaz de registrar el coro del cambio climático.
Préstame tus oídos
mecánicos
El papel predeterminado de los sismógrafos consiste en
detectar temblores tectónicos, ya ocurran en la Tierra, la Luna o Marte. De los
terremotos titánicos que parten a la mitad las placas tectónicas a los seísmos
subterráneos más ínfimos, el incremento de la sensibilidad de estas máquinas
puede «detectar cualquier cosa que sacuda el suelo», afirma Wendy Bohon,
geóloga de las Instituciones Incorporadas para la Investigación Sismológica que
no participó en el trabajo.
Las palabras de Bohon son bastante literales. De los
helicópteros que vuelan sobre nuestras cabezas hasta las detonaciones de las
bombas nucleares, de las autodestrucciones de meteoros en pleno aire hasta los
gruñidos de una erupción submarina, estas maravillas de metal lo escuchan todo.
Se trata de una noticia fantástica para los científicos
medioambientales. Los sismógrafos de la costa oeste de Estados Unidos pueden
escuchar las turbulencias que provoca el océano en el fondo del mar cuando se
ve afectado por un huracán que se acerca a la costa este y los ciclones
tropicales más intensos producen rugidos sísmicos más fuertes. También pueden
escuchar la rotura del hielo cuando las temperaturas fluctúan, el retroceso de
un manto de hielo cuando se desprende una parte y el crecimiento explosivo de
las grietas de hielo.
Conforme el planeta se calienta, es probable que aumente
la intensidad de los ciclones tropicales y que el hielo de la Tierra se
desintegre cada vez más. En las últimas décadas, se ha evidenciado el potencial
de que los sismógrafos rastreen las consecuencias del cambio climático.
Los científicos aún intentan comprender los matices
cruciales de cada señal sísmica y a veces recurren a recreaciones a pequeña
escala del mundo natural en laboratorios para tratar de extraer las causas de
cada sonata sísmica. Pero conforme aumenta la sensibilidad y disminuye el
coste de los sismógrafos, Bohon sostiene que el campo naciente de la sismología
medioambiental seguirá dando frutos.
TERREMOTOS 101
Las variaciones del
deshielo
Los ríos también se encuentran bajo este paraguas
científico emergente. El paisaje sonoro de los ríos puede revelar la presencia
inoportuna de avalanchas de desechos húmedos que caen hacia o cerca de
infraestructuras vulnerables, así como cambios en el caudal general provocados
por agentes naturales o antropogénicos.
El Aragón es el banco de pruebas más reciente de esta
técnica incipiente. En 2014, en la estación sismológica del Laboratorio
Subterráneo de Canfranc, Díaz y algunos colegas identificaron las ondas
sísmicas vinculadas a la crecida del río Aragón.
El caudal de un río puede verse afectado por las
precipitaciones, así que emplearon un fluviómetro a 4,8 kilómetros río abajo de
la estación sismológica para tratar de descartar el efecto, aislando así la
señal del deshielo. El equipo, que empleó algoritmos para peinar los datos del
Aragón de 2011 a 2016, ha conseguido escuchar las señales vinculadas
específicamente al deshielo del manto de nieve alpino.
Enseguida detectaron patrones habituales. El equipo escuchó grandes aumentos del caudal en las
horas centrales del día, poco después de que la nieve se derritiera y se
infiltrara en el río. De media, cada año tiene 35 días de deshielo que
normalmente se producen en dos o tres brotes entre marzo y junio.
También detectaron desviaciones de la norma aparente.
Durante el seco 2011, solo hubo diez días de deshielo. En 2013, hubo 65, un
solo episodio de deshielo duró poco más de un mes y la temporada de deshielo se
alargó hasta principios de julio.
Díaz explica que actualmente el equipo está
colaborando con hidrólogos para comprender qué provoca estos cenits y nadires
en el deshielo. Pese al vínculo relativamente nítido entre el deshielo y el
caudal del río, el equipo no está del todo seguro de cuál es la causa de las
señales sísmicas. Se sospecha que los temblores han sido causados por el
sedimento que resuena sobre el lecho del río durante los caudales bajos y la
turbulencia del agua durante los caudales abundantes, pero no lo saben a
ciencia cierta.
El oído puesto en el
Everest
La estación sísmica del túnel pirenaico está alejada de la
mayoría de las fuentes humanas de ruido sísmico, lo que facilita la extracción
del ritmo del río Aragón. Según Díaz, la cercanía al tráfico, la construcción y
las multitudes podría impedir esta capacidad. Sin embargo, es posible que
pueda replicarse en otras partes del mundo.
El Himalaya podría ser un emplazamiento perfecto para
avanzar esta prueba de concepto en los próximos años. Esta zona, que es
propensa a los terremotos, ya está siendo escuchada por una familia de
sismógrafos. Sus montañas también albergan una colección de glaciares cuyas
aguas mantienen a 1650 millones de personas de la región. Cada vez más
glaciares sucumben al calentamiento, de forma que dichos sismógrafos podrían
ser capaces de escuchar su extinción al documentar la velocidad a la que
se desangran.
Según Mike MacFerrin, glaciólogo de la Universidad de
Colorado, Boulder, que no participó en el estudio, los ríos superficiales y
subterráneos que están acabando con la vida del manto de hielo de Groenlandia también
podrían supervisarse de este modo. No siempre es fácil instalar fluviómetros
allí donde se necesitan, pero los sismógrafos que escuchan constantemente desde
la distancia podrían llenar las brechas de los datos.
Es demasiado pronto para saber si los sonidos del río
Aragón pueden replicarse a escalas tan grandes, pero resulta prometedor.
«Es una herramienta nueva», afirma MacFerrin. Y, conforme
el mundo se calienta, «necesitaremos tantas herramientas como sea posible».
FUENTE: National Geographic , 22 / 10 / 2019
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