La posición del Concejo sobre el clima cambiante podría llevar a que la capital tome tarde las medidas para fortalecer la resiliencia del territorio frente a sus impactos.
“Considerar el efecto del cambio climático como eje articulador de la planificación en la ciudad de Bogotá resulta altamente riesgoso dado que, a la fecha, simplemente no contamos con las herramientas analíticas que permitan una cuantificación precisa y rigurosa de dichos efectos”, afirmó Eduardo Behrentz, profesor y colega de la Universidad de los Andes, en su columna de EL TIEMPO.
Esta afirmación fue recogida a los pocos días, en entrevista con María Isabel Rueda, en este mismo diario, por el concejal Miguel Uribe Turbay: “Acerca de los artículos sobre la estructura ecológica, la gestión del riesgo y el cambio climático no hay un solo estudio que sustente las conclusiones”. Y cogió impulso en las discusiones del POT en el Concejo de Bogotá, en donde algunos cabildantes incurrieron en el ridículo de ridiculizar el tema del cambio climático.
No voy a entrar a argüir sobre la conveniencia, o no, del POT del alcalde Gustavo Petro, que no fue aprobado por el Concejo de Bogotá. Pero la aseveración en cuestión –bateada por un prestigioso académico y capturada por algunos concejales con las más diversas motivaciones y reputaciones– es inexacta y, en últimas, está haciendo daño.
Al dialogar sobre su columna con el profesor Behrentz –en hora buena designado decano de Ingeniería de los Andes–, le entendí que, a su juicio, los modelos existentes para prever el aumento de la temperatura media –a medida que aumenta la carga de gases de efecto invernadero– y sus diversas manifestaciones climáticas –sequías, olas de lluvias y tormentas, etc.– en los ámbitos global, regional, nacional y subnacional no tienen, hoy, la resolución requerida para predecir en forma razonable estos fenómenos a la escala de Bogotá como base para el POT. En esto el profesor Behrentz estaría en lo correcto. Pero le faltó ofrecer a sus lectores el panorama completo.
Y es que hoy se están utilizando herramientas analíticas que complementan en forma sustancial aquellos modelos y que permiten determinar las amenazas y la vulnerabilidad en un enfoque de riesgo, frente al clima cambiante (la Niña, el Niño y el cambio climático), en la forma requerida para planificar la ciudad del futuro. Así, por ejemplo, en los estudios realizados por el PRICC (Plan Regional Integral de Cambio Climático, Región Capital) se muestra que en Bogotá se registró entre 1980 y el 2011 un total de 174 eventos, que vienen en aumento en frecuencia e intensidad: 85 inundaciones, 69 deslizamientos, 11 incendios forestales y 9 vendavales y granizadas extremas.
Y la constatación que se ha hecho en Bogotá de que determinados eventos se repitan en determinados sitios, sumada a largas series de información meteorológica y a las observaciones sobre la población potencialmente afectada y la vulnerabilidad natural o generada por la acción humana en zonas precisas, permite establecer los mapas de riesgo y tomar las decisiones pertinentes. Así, la posición adoptada por el Concejo de Bogotá sobre el clima cambiante podría tener como resultado que la capital tome tardíamente las medidas para fortalecer la resiliencia del territorio frente a sus impactos, en contraste con muchas ciudades del mundo que ya las están implementando. Y, en últimas, las consecuencias de la inacción las pagarían principalmente los más pobres, como aquellos que viven en empinadas laderas o en áreas inundables del río Bogotá.
Parafraseando el reciente discurso del presidente Obama sobre la política de cambio climático en los Estados Unidos, el mayor riesgo que corremos en Bogotá es el de no actuar.
FUENTE: eltiempo.com, 27/ 07/ 2013
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