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lunes, 14 de octubre de 2013

EL DETERIORO Y LA DESAPARICIÓN DE ORGANISMOS MARINOS DISMINUYE LA CAPTURA DE CO2, E INCREMENTA EL CALENTAMIENTO GLOBAL


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Los océanos y los ecosistemas costeros capturan y retienen dióxido de carbono en mayor medida incluso que los bosques. Sin embargo, el deterioro y la desaparición de los organismos marinos que secuestran el CO2 en esos ámbitos hacen que este gas, de efecto invernadero, se libere y contribuya a acelerar el cambio climático Parte del dióxido de carbono presente en la atmósfera se disuelve en el océano y es utilizado por las plantas marinas. “Cuando estos organismos marinos excretan o mueren, el carbono es liberado, se hunde y se deposita en el fondo de los océanos. Así, puede quedar enterrado o en forma de roca caliza durante largos periodos de tiempo”, explica María Jesús Muñoz, responsable del área de sumideros de carbono de Factor CO2, una empresa especializada en servicios para frenar el cambio climático.

 Muñoz señala que ciertos hábitats costeros, como las marismas de marea, los manglares y las praderas oceánicas, son especialmente eficientes en la absorción de carbono, pues su capacidad para secuestrarlo es hasta ciento ochenta veces superior a la del mar abierto. “En la actualidad, cubren menos del 0,2% de todo el lecho marino, pero contribuyen en más del 50% al carbono capturado por todos los organismos fotosintéticos en el globo”, detalla. Según refleja el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la protección de los ecosistemas marino-costeros y la reducción de su degradación “permitirían compensar entre el 3 y el 7% de las emisiones de combustibles fósiles en un periodo de dos décadas”,

 Para la especialista, la importancia de los organismos marinos capaces de absorber este carbono azul es vital en la lucha contra el cambio climático, ya que tienen “un rol trascendental en la reducción, tanto de la acidez de los océanos como del carbono disponible en la atmósfera”. No obstante, estos ecosistemas se enfrentan a diferentes amenazas. Según indica Muñoz, las principales son el desarrollo y la expansión de los asentamientos humanos costeros con la consecuente creación de cultivos y desarrollo de infraestructuras industriales y de comunicación.

 “Las marismas se ven muy afectadas por el drenaje y la desecación para ganar tierra al mar, por la construcción de puertos deportivos, de complejos residenciales y de carreteras y por la subida del nivel del mar”, precisa. Asimismo, Muñoz afirma que los manglares están amenazados por la acuicultura y la sobreexplotación de sus recursos madereros. Además, describe que el aumento de la turbidez y la contaminación degradan la calidad de las aguas, lo que supone una de las principales amenazas para las praderas oceánicas, junto con las prácticas pesqueras ilegales de arrastre y los vertidos de petróleo. DEGRADADOS Y DESTRUIDOS.

 Según destaca la Unesco, los ecosistemas marinos que secuestran el llamado carbono azul están siendo degradados y destruidos a pasos agigantados, lo que trae como consecuencia un destacable aumento de las emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera y en el océano y la consiguiente contribución al cambio climático. De hecho, este organismo refleja que, entre 1980 y 2005, desaparecieron 35.000 kilómetros cuadrados de manglares a nivel global, un área similar en tamaño a Bélgica. “Ciertos hábitats costeros, como las marismas de marea, los manglares y las praderas oceánicas, son especialmente eficientes en la absorción de carbono, pues su capacidad para secuestrarlo es hasta ciento ochenta veces superior a la del mar abierto”, apunta María Jesús Muñoz, responsable del área de sumideros de carbono de Factor CO2, una empresa especializada en servicios para frenar el cambio climático.

 “Si la tasa de destrucción de los hábitats costeros continúa al ritmo actual y no se toman medidas severas de conservación y manejo, no solo se verá afectada la capacidad de los océanos de luchar contra el cambio climático, sino que tendrá importantes impactos negativos sobre los servicios ambientales y socioeconómicos que estos ecosistemas ofrecen”, asegura María Jesús Muñoz. La especialista expresa que dichos ecosistemas aportan diferentes beneficios a la sociedad pues “reducen el riesgo frente a desastres naturales, regulan la erosión costera, depuran las aguas de partículas suspendidas o contaminantes, sirven de hábitat para la cría de especies, albergan actividades de recreo y favorecen el turismo, entre otros”. “Cuando estos hábitats son destruidos, el CO2 almacenado durante milenios en los sedimentos comienza a ser liberado a la atmósfera, constituyendo una fuente de emisión”, aclara. De este modo, Muñoz expone que al reducir la degradación de estos ecosistemas y promover su restauración y manejo sostenible se generan importantes beneficios ambientales y sociales.

 Asimismo, varios estudios en el marco de la iniciativa del carbono azul muestran que los ecosistemas marino-costeros pueden almacenar hasta cinco veces el carbono presente en los bosques tropicales, aspecto que también suscribe el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Este organismo manifiesta asimismo que dichos sumideros de carbono capturan y almacenan hasta la mitad de las emisiones del sector del transporte global. “Por lo tanto, la protección de estos ecosistemas y la reducción de su degradación permitirían compensar entre el 3 y el 7% de las emisiones de combustibles fósiles en un periodo de dos décadas”, precisa. Por su parte, el informe “Pagos verdes por carbono azul”, publicado en 2011 indica que la tasa media global de secuestro de carbono para las praderas oceánicas se sitúa alrededor de 4,4 toneladas de CO2 por hectárea y año, mientras que las marismas de marea retienen unas 8 toneladas y los manglares en torno a 6,3.

 No obstante, Muñoz matiza que “las tasas anuales de secuestro de carbono para estos tres ecosistemas varían en función de las condiciones locales”. Para proteger dichos hábitats, la especialista señala que los países deben desarrollar políticas encaminadas a regular las actividades humanas que dañan los ecosistemas costeros, como son el desarrollo urbanístico litoral o la sobreexplotación pesquera. “Estas iniciativas ya han comenzado a desarrollarse en varios países, especialmente en la Unión Europea y en Estados Unidos. No obstante, existe una urgente necesidad de ir más allá, de implementar proyectos locales y regionales concretos de restauración, mejora y mantenimiento de los sumideros de carbono azul. Esto ayudará a los estados a mitigar sus emisiones de gases de efecto invernadero, al tiempo que protegen los servicios y recursos que estos ecosistemas aportan”, concluye.

FUENTE: El Día, 13/ 10/ 2013

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