Se creó hace ocho años en un campo de 70 hectáreas en la localidad de Tornquist. Abastecido con energías renovables y con construcciones bioclimáticas, cada vez más personas se animan a vivir en él.
El aire es puro. El paisaje, serrano. Y no es una frase de eslogan de publicidad. La lejanía de la ciudad se siente. Aquí el sonido es el de los cantos de los pájaros. Y la postal, el cielo celeste fundido con los pastizales como horizonte. En un mundo donde vivir en lugares naturales con mínimo impacto de la actividad humana ya no es tarea sencilla, este barrio se vuelve una especie de oasis. Algo así significa llegar a Prados del Sol, una comunidad sustentable en la localidad de Tornquist, a ocho horas de la capital argentina, Buenos Aires. “El lugar está destinado a gente que quiera vivir de manera más sustentable con el planeta”, asegura Maximiliano D‘Onofrio, socio fundador del barrio, mientras camina delante de su casa bioclimática que hizo junto a su pareja Gabriela y su hijo Taiel, de 10 años.
“Enclavarse en esta zona geográfica es clave para el futuro, teniendo en cuenta las proyecciones relacionadas con el cambio climático, altura del nivel del mar, clima, relieve, y queda cerca de algunas ciudades grandes con servicios básicos. Este es un terreno con pendiente, lo que quiere decir que tiene energía incorporada por la fuerza de gravedad, que si encima mira hacia el norte, captamos mejor los soles de invierno y verano”, explica a América Futura Maximiliano D’Onofrio.
Este barrio de 70 hectáreas está gestionado por vecinos y se abastece de energías renovables. Ya cuenta con más de una decena de casas de lo más variadas, desde earthships (construcciones que están hechas con materiales reciclables, como por ejemplo neumáticos, y con un invernadero delante que hace que se mantenga de manera más natural la temperatura), hasta casas desmontables y otras hechas con materiales como paja o barro.
Las casas buscan autoabastecerse con agricultura orgánica y eficiencia energética a partir del uso de las energías renovables, así como aprovechar el agua y gestionar sus propios residuos. Por eso, cada vivienda tiene sus huertas o árboles frutales y su compost. Algunas fueron hechas por las propias familias que las habitan y otras por emprendimientos que se dedican a la bioconstrucción para sacar el mayor provecho a las condiciones climáticas de la zona.
“Las construcciones son eficientes”, se lee en la web del proyecto. “Sus materiales tienen el menor impacto, ya que se busca la conexión con el entorno, la permanencia de lo natural, la generación de energías renovables y la soberanía. Con una ubicación estratégica por las alturas y los vientos, con una excelente expectativa ante el cambio climático”. El socio fundador de Prados del Sol explica que se ha promovido “el loteo sin servicios”, el sistema off-grid, es decir que no tiene sistemas de energía provenientes de las urbes. “Son 79 lotes de un barrio de 70 hectáreas: hay lotes de 5.000 metros a 20.000 metros, diseñados para que tenga casi todas las necesidades para vivir bien”, detalla D’Onofrio.
Este guardaparques de 48 años decidió comenzar este proyecto hace ocho años en busca de una vida más ecológica. “Ya van cinco años desde que nos hemos mudado a esta casa en un estado menos avanzado del que se ve ahora. Las paredes de barro crudo permiten absorber humedad y temperatura”, cuenta D’Onofrio. Su vivienda realmente parece sacada de un documental de NatGeo. Tiene forma cóncava y el primer ambiente es un invernáculo. Su pareja Gabriela es bióloga, conservacionista y trabaja mucho online. Afuera hace frío. Sin embargo, en el interior no se siente.
El sistema de calefacción que usa hace parecer que en el interior hay encendido algún artefacto. Pero no. Es sólo la energía del sol y la capacidad de la construcción para albergar el calor. “Tenemos complementos a leña. Por ejemplo, hemos adaptado una estufa previa que teníamos de hierro que ahora es termotanque a leña, o sea que, cuando se prende, ahora calienta el agua, el horno y la calefacción”, explica D’Onofrio.
Energías renovables
Las energías renovables, aquellas fuentes energéticas basadas en la utilización del sol, el viento y el agua, se caracterizan por no utilizar combustibles fósiles, sino recursos capaces de renovarse ilimitadamente. Su impacto ambiental es de menor magnitud dado que además de no emplear recursos finitos, no contaminan.
Maximiliano D’Onofrio es consciente de esto. En medio de la cocina, como si fuera un filósofo, pregunta: “Che, ¿de dónde sale la energía que nos sirve para la vida? ¿Cómo hacemos para obtenerla? Bueno, nos hemos ido mucho por el lado de qué necesito comprar cuando la primera pregunta debería ser dónde debo dejar de gastar. La mejor energía, la más ambiental, es la que no se consume”, explica antes de explicar el efecto positivo del invernadero que tiene frente a su casa. Respecto al efecto positivo del invernadero que tiene frente a su casa, asegura que la “energía solar pasiva”, ayuda a templar la vivienda y reduce la necesidad de otras fuentes como leña para calentarla.
D’Onofrio además tiene paneles solares fuera de su casa para bombear el agua hasta ella. “Son como 100 metros de desnivel que sube el agua, únicamente con la fuerza del sol. Así que aprovechamos a bombear de día lo que necesitamos. Necesitamos mucho menos que la capacidad de bombeo y eso es bueno porque cuidamos muy bien el agua. Estamos trabajando de una manera autónoma y sin costes de combustibles para aprovechar las energías que sí existen naturales y que se pueden sostener en el planeta y tenemos agua”, agrega.
Para poner en marcha un sistema de bombeo como este con energía solar, D’Onofrio calcula que hay que invertir entre 1.500 y 3.000 dólares, teniendo en cuenta que cada panel cuesta unos 200 dólares.
La familia aprovecha para bombear el agua los días de sol. “Un set de baño, que es de 200 litros, nos brinda agua caliente para dos días enteros de toda mi familia. E incluso si hay heladas no se enfría el agua”, detalla D´Onofrio. Además, puedo poner más tanques para almacenar agua. “Cuando hay días nublados o a la noche puedo seguir usando el agua que hay almacenado arriba del cerro”, explica.
Para iluminar y dar energía a su vivienda, usan paneles solares de 300 vatios que les permite tener una instalación eléctrica “como cualquier casa de ciudad, con los mismos aparatos”. Este sistema les permite, además, almacenar la producción fotovoltaica que sobra en baterías.
Una forma de vida consciente
A pocos minutos de la casa de Maximiliano, vive Ignacio Citti, un técnico en computación con trabajo remoto que se convirtió en otro de los socios fundadores del barrio, donde vive hace cinco años. Él, además, ha creado El Petricor, una cría de “gallinas felices” en los alrededores de su casa, que se abastece de energías renovables y calefacción sostenible.
Cada mañana, él y su pareja, que es docente, juntan la primera camada de huevos para empezar el día. Citti dice que pertenecer a la era en la que “todo se aprende por YouTube” le ayudó a construir gran parte de su casa. Así, con lo que aprendieron en línea, levantaron las paredes e hicieron ladrillos de adobe. “Tenemos cuatro paneles de 320 vatios cada uno. El inversor tiene dos funciones: convertir la energía continua en energía alterna y cargar los dos bancos de baterías que tenemos. La otra función es alimentarse de baterías cuando está nublado o de noche”, explica.
Con los paneles alimenta la heladera, dos computadoras, luces, una licuadora y otros electrodomésticos. En los días nublados, no usan el lavarropas, ni la amoladora. Pero, cuando hace mucho sol hasta le sobra energía. “Los días de verano son muy largos y los de invierno muy cortos. Es cuando más tenemos que cuidar la luz”.
Antes de llegar a Prados del Sol, Ignacio y su pareja vivían a las afueras de Buenos Aires. “Siempre quisimos escaparnos de la ciudad e ir a vivir a una zona rural. Cuando vimos el proyecto, nos encantó la idea”, cuenta. “Compramos cuando todo esto era trigo y durante muchos años vivimos solos con el campo. El cambio fue drástico. No es para cualquiera, aunque todos deberían hacer el esfuerzo de intentarlo”.
La experiencia de Tornquist no es la única. En distintos países, hay pequeñas burbujas anti cambio climático. Se trata de “comunidades energéticas”, es decir, grupos de personas que arman organizaciones colectivas para producir, distribuir, gestionar y consumir su propia energía limpia y vivir de manera más consciente con el planeta. Una alternativa que, quizás, cada vez se plantean más personas ante el avance del cambio climático.
Fuente: ELPAIS
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