Tengo una confesión que hacer. Yo, Andrea Sabelli, una especialista en medio ambiente y ecologista de toda la vida, nunca (o tal vez debería decir, nunca hasta ahora) había plantado un solo árbol. Yo, que escribí mi tesis de graduación sobre prácticas agroforestales y de reforestación en la cuenca del Amazonas. Yo, que pasé tres años de mi vida trabajando en temas de vulnerabilidad al cambio climático en América Latina y el Caribe y que promovía a diario la “adaptación basada en ecosistemas”.
La adaptación basada en ecosistemas puede incluir distintos tipos de medidas, una de las cuales es plantar árboles, ya que esta práctica puede reducir la vulnerabilidad al cambio climático al mejorar la fertilidad del suelo, la regulación del ciclo hídrico y los microclimas y al contribuir también al sustento y la calidad de vida de comunidades vulnerables. Los árboles también absorben dióxido de carbono de la atmósfera y con ello contribuyen a mitigar los efectos del cambio climático. ¿Suena increíble, verdad? El hecho de que siempre haya defendido las bondades de plantar árboles y de la conservación de los bosques en general solo hace mi confesión aún más dolorosa. A pesar de todo esto, yo jamás había plantado un solo árbol.
Todo cambió cuando tuve la suerte de que me invitaran a participar en un evento de responsabilidad social y medioambiental corporativa (RSC) que consistió en plantar árboles en un espacio de 1,5 hectáreas. Viajé hasta Kingston, en Jamaica, y pasé dos días en la oficina trabajando con los colegas de RSC planeando la actividad y recibiendo capacitación. El sábado 3 de mayo de 2014, alrededor de 40 empleados del BID, familiares y una servidora nos presentamos para plantar árboles en lo que se presentaba como una calurosa tarde de sábado.
Cuando llegamos al lugar de la actividad, el departamento de bosques nos dio una presentación sobre los beneficios medioambientales de la plantación de árboles junto con instrucciones sobre cómo plantarlos para asegurar en la medida de lo posible su supervivencia a largo plazo.
Cuando empezamos, nos repartimos a lo largo y ancho de la zona de plantación y, llegado un punto de la tarde, me quedé sola. Sola con las plantas del semillero. Me agaché en el suelo, cavé un agujero, puse la plantita dentro, llené el hueco con tierra y lo cubrí con abono para asegurarme de que el futuro árbol estaría protegido y sería capaz de absorber suficiente agua y, con suerte, convertirse en un árbol adulto. Repetí este proceso una y otra vez, más de 20 veces, hasta que perdí la cuenta. Me sentí bien. Me sentí más cerca de la naturaleza que nunca y sentí que estaba haciendo una contribución real al medio ambiente. Estoy bastante segura de que no fui la única persona que se sintió así aquel día. Después de la plantación, disfrutamos de un estupendo almuerzo todos juntos, como un verdadero equipo, y después condujimos de vuelta a la ciudad, sucios, cansados y felices.
Plantar árboles no es una panacea que pueda resolver todos nuestros problemas medioambientales. Conseguirlo llevará mucho más esfuerzo.
También soy consciente de que el simple acto de viajar hasta Jamaica contribuyó al cambio climático: solo con las emisiones de gases de efecto invernadero de mi vuelo, probablemente anulé en términos de CO2 los beneficios derivados de los árboles que planté. Sin embargo, creo que el acto de plantar un árbol es una forma maravillosa para un individuo o, incluso mejor, para un grupo de personas, de hacer una pequeña contribución y de concientizarnos sobre la necesidad de cuidar del medio ambiente. Con suerte, esta experiencia tendrá como resultado que tomemos otras acciones en que pueda reducir nuestra huella medioambiental en nuestra vida cotidiana. Puedo decir con alegría que, después de todos estos años, el jueves pasado, en el Día Mundial del Medio Ambiente, tuve un momento de conciencia clara: no solo trabajo todos los días en causas medioambientales.También ahora puedo decir que he plantado muchos árboles.
*Cada año, el programa de responsabilidad social y medioambiental corporativa del BID financia actividades en las oficinas de país que contribuyen a la mitigación del cambio climático o que reducen la huella medioambiental de la oficina. Uno de los ganadores del año pasado fue la oficina de Jamaica, que propuso la reforestación de áreas degradadas bajo el programa “Adopte una colina” del Ministerio de Bosques.
FUENTE: El Espectador, 24/ junio/ 2014
Hablemos de Cambio Climático del Banco Interamericano de Desarrollo http://blogs.iadb.org/cambioclimatico/
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