Jamie Margolin iba a hablar en la manifestación del Día de la Tierra en el National Mall de Washington D.C. En cambio, con la cancelación de la concentración del 22 de abril, tuvo que ver una celebración digital desde su ordenador portátil en Seattle, donde llevaba confinada con su familia desde mediados de marzo.
Las clases del instituto eran virtuales. Iba a graduarse este año, pero los rituales de paso habituales (el baile y la ceremonia de graduación) se habían cancelado. Su abuelo de 96 años había sido ingresado con COVID-19. Una semana después, falleció. En su funeral, Margolin, sus padres y su tío permanecieron a dos metros de distancia con mascarillas y guantes, sin abrazarse.
Margolin, de 18 años, pertenece a la Generación Z, el grupo de edad de los niños nacidos después de 1996. Lleva siendo activista por el clima desde los 14 años y ha perdido la esperanza de que la Tierra siga siendo habitable durante la segunda mitad de su vida. Ahora una pandemia extremadamente contagiosa amenaza la primera mitad.
El clima y la COVID-19 crean una combinación imprevisible de catástrofes. No cabe duda de que una se cruzará con la otra de formas desconocidas. Lo que sí es seguro es que para mucha gente joven, el virus se convertirá en un momento definitorio de sus años formativos y la difícil situación económica que se ha desencadenado forjará su visión del mundo del mismo modo que la Gran Depresión de los años 30 crió hijos que se convertirían en adultos austeros.
Muchos se graduarán en una crisis económica tras haber crecido bajo la larga sombra de la Gran Recesión entre 2007 y 2009.
A nivel internacional, las repercusiones de la pandemia en la generación Z son aún más graves: las escuelas han cerrado para 1500 millones de niños, más del 90 por ciento de la población estudiantil del mundo, en una época en la que la mitad del mundo no dispone de clases virtuales porque carece de acceso a Internet o a un ordenador. El virus convertirá a miles de jóvenes en huérfanos y se está propagando deprisa por África, donde somete a una gran presión a los sistemas sanitarios en un continente que aún lucha por contener la epidemia de VIH/sida.
En Estados Unidos, la mayor generación en la historia del país que ya lleva a sus espaldas la deuda de los préstamos estudiantiles empezará a buscar trabajo conforme el número de desempleados (26 millones a finales de abril) se adentra en cifras de la era de la Depresión.
Dentro de solo 30 años, cuando Margolin haya cumplido los 48, el calentamiento global estará a punto de desencadenar cambios imparables que transformarán los ecosistemas y desplazarán a millones de personas. En 2018, los científicos advirtieron que los líderes mundiales debían tomar medidas drásticas y reducir las emisiones de carbono un 45 por ciento para 2030 y un 100 por 100 para 2050 para evitar las peores consecuencias.
«En la historia, no vemos muchos momentos como este. La generación Z va a tener que encontrar y construir comunidades de formas diferentes a cualquier generación anterior», afirma Alexandre White, que enseña historia de las epidemias en la Universidad Johns Hopkins en Baltimore.
Las protestas digitales por el clima
Margolin es una de muchas jóvenes activistas por el clima que empezaron a destacar el pasado otoño cuando dirigieron a millones de jóvenes por las calles de Delhi a San Francisco para demandar acciones a los líderes mundiales. Mientras la COVID-19 se propagaba por el planeta, contacté con algunos de ellos para preguntarles cómo creen que será su vida dentro de un año y cómo podría afectar la pandemia a la inacción ante el cambio climático para bien o para mal.
Como líderes del movimiento por el clima, llevan la mayor parte de sus vidas pensando en el destino del mundo y están acostumbrados a plantearse los desastres a escala épica. Con todo, la velocidad a la que ha cambiado la vida de forma tan abrupta es difícil de asimilar.
«La gente perdió sus empleos en la recesión de 2008 y fue duro. Pero la vida no se detuvo. El mundo no dejó de moverse como ha ocurrido ahora», afirma Margolin.
Ahora, confinados en casa como el resto del mundo, intentan sortear el camino que tienen por delante. En Nairobi, donde se ha impuesto toque de queda y se ha ordenado que los residentes permanezcan en la ciudad para impedir que el virus se propague a las zonas rurales, Lesein Mutunkei, de 15 años, intenta afrontar el reto de las clases virtuales ante los cortes de electricidad.
Su campaña para plantar árboles se ha suspendido y le preocupa mucho su hermana mayor, Tiassa, una estudiante atrapada en su campus debido a la cancelación de los vuelos en Sudáfrica, el país con la mayor cantidad de casos de COVID-19.
Para colmo, «he oído las noticias de Estados Unidos y pienso en nuestros amigos de América, que podrían estar enfermos», cuenta.
Mayumi Sato, estudiante de posgrado japonesa en la Universidad de Cambridge en el Reino Unido, sintió la frialdad de la xenofobia tras una serie de incidentes antiasiáticos en los campus universitarios británicos perpetrados por racistas que culpaban a China de la propagación de la COVID-19. Está confinada en una residencia universitaria con ocho compañeros y está replanteándose sus prioridades en la vida. Le ha resultado útil seguir el ejemplo de sus amigos de Nepal y Laos, donde ha trabajado en programas sociales y ambientales, que entienden mejor lo que es afrontar la incertidumbre.
«Tienen más experiencia», cuenta. «Para ellos, superar la adversidad es un estado de normalidad permanente».
Sato, de 25 años, también prevé una nueva normalidad completamente diferente que «cambiará radicalmente la forma en que socializamos, trabajamos, compramos y cuidamos de nuestra salud y la de los demás».
Un futuro con menos viajes y más Zoom
La generación Z se verá gravemente afectada por la pandemia, pero también es cierto que, como la primera generación de nativos digitales del mundo, está mejor preparada para el futuro. En Ruanda, por ejemplo, Ghislain Irakoze, un niño prodigio (ahora de 20 años) que fundó una empresa que usa la tecnología para identificar y reducir millones de toneladas de desechos electrónicos en los vertederos, se dedica a reorganizar su compañía para recopilar y reciclar desechos sanitarios.
Gran parte del movimiento de protesta por el clima que ha atraído a millones de personas se construyó en las redes sociales. Las huelgas escolares de los viernes que se celebraron por todo el mundo después de que la activista de 17 años Greta Thunberg se manifestara frente al parlamento sueco en 2018, se han vuelto virtuales. Como se han prohibido las concentraciones multitudinarias, están diseñándose nuevas estrategias para seguir visibilizando las protestas por el clima. El viernes pasado, colocaron miles de pósteres de protesta por el jardín del Reichstag, el parlamento alemán en Berlín.
En el futuro podría haber menos viajes y más Zoom, ya que hasta las empresas más retrógradas se han adaptado a las plataformas de conferencia virtuales que los jóvenes han usado desde los 12 años. Los activistas subrayan que la evolución trae el beneficio de ser buena para el planeta.
«Creo que la división digital que comenzó más o menos con mi generación, con el uso de los mensajes, el Zoom y el FaceTime, por ejemplo, va a disminuir» a medida que las tecnologías se conviertan en la norma, afirma Delaney Reynolds, activista de 20 años de Miami y fundadora de Sink or Swim, una campaña para educar a los floridanos sobre el aumento del nivel del mar.
Reynolds también cree que «la ciencia, los científicos y los hechos científicos» (una gran tríada de un mundo polarizado) volverán a ponerse de moda.
«Una crisis de esta magnitud ayuda a esclarecer qué cargos electos son capaces de liderar y cuáles no. Espero que la gente aprenda la diferencia como resultado», añade.
Regreso al futuro
Los científicos sociales no están de acuerdo en las características de la generación Z, incluido su nombre. Jean Twenge, psicóloga de la Universidad Estatal de San Diego, prefiere el término i-Gen; Neil Howe, autor de varios libros sobre tendencias generacionales en Estados Unidos, cree que Homelanders es mejor, ya que la cohorte pasa más tiempo en casa con sus padres que cualquier otra generación anterior. Alexandria Villaseñor, otra activista por el clima de 14 años que vive en Davis, California, dice que después de la pandemia «Zoomers» podría ser la mejor opción: «Dentro de 80 años, nuestros nietos podrán llamarnos Zoomers», afirma.
El elemento unificador son las similitudes de los retos a los que se enfrenta la generación Z y a los que se enfrentó la generación silenciosa que se crió en la Depresión y la Segunda Guerra Mundial.
«Dentro de 50 años, los hijos de la i-Gen encontrarán 150 rollos de papel higiénico en el sótano de sus padres», afirma Twenge.
Un mundo mejor
Felix Finkbeiner, de 20 años, dirige la organización sin ánimo de lucro para plantar árboles, Plant-for-the-Planet , que fundó con 15 años. Él se considera «alérgico» a los grandes discursos sobre los rasgos generacionales, pero cree que el punto de vista de «regreso al futuro» ha dado en el clavo y que está lleno de posibilidades.
La primera vez que hablamos, me contó que no creía que hubiera grandes cambios tras la pandemia. Una semana después, cambió de opinión.
«Lo que más me impactó es que esto va a continuar durante un año, como mínimo, y probablemente dos. Y durante esos dos años, todo girará en torno al virus, la crisis económica y la polarización política. Cuesta ser optimista respecto a que un solo país progrese respecto al cambio climático. En realidad hemos perdido al menos dos años», afirma.
¿Y después? El momento más revelador de la pandemia hasta ahora ha sido la gran respuesta ante ella. Los líderes mundiales que se quejaban de los cambios en los sistemas de energía del planeta por ser demasiado caros y disruptivos nos han demostrado que el mundo es muy capaz de responder a los retos de gran magnitud.
«No se puede dar marcha atrás», afirma Finkbeiner. «En tres cortas semanas, hemos decidido disminuir nuestro PIB un 10 por ciento al impedir que la gente vaya a trabajar. Ahora será mucho más difícil alegar que algunas cosas son imposibles. La gente tendrá expectativas más altas respecto a lo que puede hacer el gobierno durante una crisis».
Hace 75 años, un mundo más fuerte surgió de dos guerras mundiales, una quiebra financiera y la Gran Depresión. El autoritarismo se expulsó y Europa se reconstruyó. Los jóvenes de la generación Z con los que hablé creen que un mundo mejor es posible. ¿Volverá a pasar?
FUENTE: National Geographic , 02/05/2020
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