La contaminación atmosférica de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores disminuyó drásticamente (REUTERS/Matias Baglietto/File Photo)
Como generación, y como
especie, nos encontramos de manera súbita ante un desafío mundial sin
precedentes que pone en evidencia como nunca la interconectividad del planeta y
la interdependencia de todo lo que en él habita. Estamos ante un problema
global para la humanidad que requiere de un esfuerzo de todos para superarlo.
Un desafío que descarna todas las falencias de un modelo de desarrollo que ya
venía mostrando claras señales de agotamiento. Estamos comprendiendo que cada acto individual, por más pequeño que
sea, tiene incidencia. Estar encerrados en nuestras casas y distanciados el
uno del otro, paradójicamente, está fortaleciendo la idea de comunidad y de
aldea global al mismo tiempo. El
entendimiento de que todos somos uno y que el acto irresponsable de una persona
puede tener consecuencias indeseadas sobre la vida de otros se hace evidente.
Cuando
esta pandemia era apenas un problema lejano, circulaba un meme que con ironía y
descreimiento decía que el cambio
climático necesitaba el mismo publicista que el COVID-19 debido a toda la
atención que el virus había logrado en tan corto tiempo. Tan solo pocas
semanas después, podemos afirmar que el coronavirus es efectivamente el mejor
publicista que el cambio climático podría tener. Como nunca antes el mundo pudo
ver gráficamente las consecuencias de nuestro accionar en el ambiente. Con
nuestro parate, el planeta se está tomando un respiro. Bastaron tan sólo unas
pocas semanas de pausa para ver la capacidad de recupero del planeta: el cielo
se volvió más puro (alcanzando los parámetros de calidad recomendados por la
OMS en muchas ciudades donde parecía imposible), las aguas cristalinas,
delfines volvieron a Venecia, jabalíes se pasean por Barcelona, los picos del
Himalaya vuelvan a asomarse y hasta pareciera que los peces vuelven a animarse
a nadar por el Riachuelo. Como nos grafican los mapas publicados por la CONAE, con sólo dos semanas de disminución de tránsito
vehicular, aéreo y de algunas actividades industriales, la contaminación
atmosférica de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores disminuyó drásticamente.
Cuando el
mundo vuelva a girar, no podremos ignorar lo que ahora sabemos y hemos visto
con nuestros propios ojos. No podremos seguir cometiendo los mismos errores que
nos trajeron hasta acá. Para que el COVID-19 no sea todo pérdida, sino una
oportunidad para modificar hábitos y nuestra relación con el planeta depende del aprendizaje de cada uno y del
aprendizaje colectivo como sociedad y como especie. La prioridad de
todos los países va a ser recuperar la actividad económica. Pero, ¿de qué forma
y a qué costo? Que la economía mundial se haya puesto en jaque porque estamos
consumiendo solamente lo necesario y lo local debe servir como un llamado de
atención para todos, pero especialmente para quienes lideran las naciones.
Durante
años especialistas y activistas se han cansado de alertarnos sobre los efectos
de nuestra huella en el planeta, y hoy lo estamos viviendo en carne propia. Cuando destruimos y alteramos los equilibrios
ecológicos, aumenta el riesgo de la propagación de patógenos y de contagio a
las personas. El dilema entre economía y ecología es falso. La cuestión es
el modelo de desarrollo. Hasta hoy prevalece uno divorciado de la naturaleza y
de nuestra salud y bienestar colectivo. Estamos vivenciando que cuidar la
ecología, es cuidarnos a nosotros mismos. La polución del aire afecta la salud
de nuestro sistema respiratorio, la contaminación del agua es la principal
causa de muertes de niños en el mundo, el cambio climático está afectando a la
producción alimentaria y numerosos estudios demuestran que la población más
pobre en los países en vías de desarrollo es la más afectada por el cambio
climático.
El
objetivo mundial tiene que ser también achatar
la curva del cambio climático ya que eso significa también achatar la curva de
problemas futuros de salud. Para ello necesitamos tanto de los individuos,
como de las empresas y los Gobiernos. Las personas podemos tomar más conciencia
de nuestro impacto en el ambiente e intentar modificar nuestros hábitos de
consumo y la generación de residuos. Las empresas, entre otras innovaciones,
pueden aprovechar la tendencia al teletrabajo para reducir la necesidad que
tienen las personas de transportarse. Los
Gobiernos deben endurecer sus regulaciones y fomentar el uso de tecnologías que
resultan en una producción más sostenible y de menor impacto ambiental así
como también castigar y desalentar modelos productivos que son nocivos.
Se sabe
hoy que existieron muchas alertas y presagios sobre la posibilidad cierta de
que una pandemia de alcance mundial y devastador que tarde o temprano iba a
ocurrir. Nadie escuchó las advertencias
ni le dio importancia a la evidencia clara científica que estaba a su alcance.
Un gran fracaso de los liderazgos mundiales que hoy se ven interpelados por la
sociedad frente al desastre y colapso de sus economías y sistemas de salud.
Debemos evitar que lo mismo ocurra con las consecuencias del cambio climático. Existen evidencias científicas y
proyecciones aterradoras sobre el futuro que nos espera de no poner en práctica
ya mismo los mecanismos y procesos que transformen el actual modelo de
desarrollo mundial hacia uno equilibrado para evitar un desenlace catastrófico
para la humanidad.
El cambio
climático es otro problema global, que como el COVID-19, requiere de un
esfuerzo de todos para superarlo. Y si bien existen muchas dudas aún sobre el
COVID-19 -dónde se generó, cuándo estará lista una cura, cuántos muertos dejará
a su paso, cuánto desempleo generará, qué impacto tendrá en la economía global,
entre otras- hay algo que sí sabemos y eso es que la
vuelta a la normalidad será una vuelta a una normalidad diferente. Una
normalidad distinta. Podemos, con un esfuerzo de todos, transformarla en una
mejor.
FUENTE: Infobae , 02/05/2020
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