Hace tres
décadas, la capa de hielo polar en el océano Ártico recubría ocho millones de
kilómetros cuadrados durante los meses de verano. Científicos estadounidenses
comprobaron este mes que la capa congelada apenas llega a los 3,4 millones -su
mínimo histórico- debido a los efectos del cambio
climático.
Este acelerado
deshielo del Ártico deja al descubierto un área marina abundante en recursos
naturales y de gran atractivo económico, lo que ha abierto paso a lo que se
perfila como una de las mayores carreras geopolíticas del último siglo, en la
que China está dispuesta a dejar todo por partir en primer
lugar.
Por un lado, se
calcula que esta región podría contener -según una investigación del Servicio
Geológico estadounidense- hasta un 30% de las reservas desconocidas de gas
natural en el mundo y 13% de las de petróleo, así como vastos depósitos de
tierras raras. Por otra parte, el Ártico podría resultar revolucionario para la
navegación marítima, ya que el gradual deshielo permite pensar que pronto será
factible el tránsito a través del extremo norte del globo durante el verano, lo
que podría reducir los costos de transporte hasta en un 20% y acortar las
distancias para el comercio. Si bien la exploración de recursos naturales en la
región apenas comienza, la magnitud de sus posibles yacimientos la ha puesto en
la mira de las grandes potencias.
Hasta ahora, la
diplomacia regional había pasado por el Consejo del Ártico, un organismo que
agrupa a los ocho países más nórdicos del globo, pero cuyas decisiones no son
vinculantes. Con el descubrimiento de su potencial económico, sin embargo,
surgieron diferencias territoriales y económicas entre sus miembros y se sumaron
nuevos actores. China, que no cuenta con ningún territorio en la región polar,
se ha convertido en uno de los más interesados en que esta región se abra al
comercio y a la explotación internacional. Su argumento es que la gestión de una
zona tan importante a nivel global no puede recaer en tan pocas manos. Una
posición similar han expresado Japón, Corea del Sur y la Unión
Europea.
Como prueba de la
importancia que le concede al Ártico, China ha destinado un presupuesto mayor
que el de Estados Unidos a la investigación polar. Pekín, además, cuenta con una
estación científica en el archipiélago noruego de Svalbard y en abril su
rompehielos Xuelong -el más grande del mundo- se convirtió en el primer navío
chino en atravesar el Ártico. Hay razones económicas de peso detrás del interés
chino.
Además de la
necesidad que tiene de aumentar sus fuentes de abastecimiento de petróleo y gas,
el régimen está detrás de la gestión de las tierras raras. Solamente Groenlandia
estima que en su territorio podrían encontrarse hasta un 20% de la demanda
mundial de algunos de estos 17 minerales, fundamentales para nuevas industrias
como las de los teléfonos móviles, de las turbinas eólicas y de los autos
híbridos. Actualmente, Pekín controla hasta el 90% de la producción de algunos
materiales como el disprosio, el terbio, el neodimio, el europio y el
itrio.
Para conseguir un
asiento en la diplomacia ártica, China está realizando un intenso lobby, que es
acompañado por la suscripción de generosos acuerdos comerciales para sus nuevos
socios. Entre abril y junio, el premier chino, Wen Jiabao, visitó Suecia e
Islandia, mientras que el presidente Hu Jintao se convirtió en el primer alto
funcionario chino en visitar Dinamarca, que ya apoya las aspiraciones árticas de
Pekín. El mayor escollo parece ser Noruega, con quien China congeló las
relaciones diplomáticas desde la concesión del Premio Nobel de Paz a Liu Xiaobo,
en 2010.
Groenlandia, que
posee uno de los mayores depósitos de tierras raras en el mundo y podría acabar
con el monopolio chino de estos metales valiosos en la tecnología de punta, se
transformó en uno de los rincones más cortejados, y no sólo por los chinos. Su
cambio de estatus internacional es evidente. "Nos tratan ahora muy diferente a
como lo hacían hace apenas unos años. Somos conscientes de que se debe a que
tenemos algo que ofrecer", señalaba Jens Frederiksen, el vicepremier de la isla,
a The New York Times. Los nuevos actores y la ausencia de una institución que
pueda regular, mediante compromisos vinculantes, el acceso al Ártico dejaron en
evidencia la urgencia de establecer un nuevo orden en la
región.
"Un nuevo conjunto
de convenios y regulaciones internacionales similares al tratado que rige en la
Antártida podría separar determinadas áreas del Ártico para el desarrollo y la
navegación, así como proteger otras para la investigación científica", señala a
LA NACION Elizabeth Plantan, una investigadora en política medioambiental de la
Universidad de Cornell. "Creo que es el único mecanismo que aseguraría la
gestión sostenible de la región", agrega.
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