El cambio climático generado por el aumento de gases poliatómicos en la atmósfera, que es una realidad a pesar de todos los escépticos, ha sido una de las consecuencias de la segunda revolución energética, pero no está generando la tercera a pesar de toda la técnica del mundo.
Tenemos los mejores gadgets de la historia. Podemos jugar partidos de fútbol, de tenis, podemos correr en Fórmula 1 en la pantalla de 2 metros de nuestros ordenadores caseros. Los coches van camino de conducir solos y, la última noticia, las hamburguesas de carne serán dentro de poco, vegetales.
Pero la sociedad emplea toda su ingeniosidad para hacer lo mismo que hacía hace 40 años, cuando los ordenadores ocupaban edificios enteros y se programaban mediante tarjetas perforadas de cartón.
La nueva religión basada en el dogma y no en la razón, la teoría económica, refrena las ansias de una sociedad global que trata de acceder a un mundo nuevo, y la condena a la repetición cansina de viejas fórmulas caducas, una repetición que no trae ningún beneficio, ni siquiera a los que, de nuevo cansinamente, insisten en que no hay otro camino.
El ser humano, si algo es, es un ser aventurero. Pero periódicamente la sociedad rechaza la aventura y se confina en el bunker obscuro que termina sofocando a las personas que la forman. Si se abren espitas la presión puede llevar a una evolución suave, si se mantienen cerradas el bunker explota, ciertamente.
¿Cuales han sido las dos revoluciones de la historia europea que se reconocen sin esfuerzo? La reforma de Lutero y la Revolución Francesa liberaron explosivamente las tensiones acumuladas en la sociedad por causa de un parón mental de las clases dominantes.
Las causas de ambas eran evidentes: Una separación radical entre ricos y pobres sin un buffer intermedio que absorbiese los golpes inevitables de esa situación.
En las décadas anteriores a 1517 una iglesia romana en quiebra intelectual había estado sangrando a la población alemana, crédula y disciplinada, sin ofrecer poder a cambio de dinero: Los paganos solo podían pagar y callar, al menos oficialmente.
En las décadas anteriores a 1789 una corte francesa en quiebra intelectual y financiera, pero ostentosa al máximo, había estado sangrando a la población francesa sin ofrecer poder a cambio de dinero.
Ambas se agarraban a la noción de un ser supremo irresponsable que les otorgaba el derecho a mandar sin la obligación de responder.
Esfuerzos contra estas nociones se habían hecho antes de 1517 y de 1789, pero la opinión ambiental, el pensamiento común, se resistía, en 1417 y en las Frondas, a rehacer las nociones básicas de la sociedad.
¿Cómo fueron posibles ambas revoluciones y la evolución suave de la ''revolución'' (evolución) industrial?
En este último caso, que es el que más nos interesa respecto al cambio climático, la tecnología no fué determinante, puesto que los dos cambios más emblemáticos, el uso del carbón y la máquina de vapor, llevaban ya más de doscientos años en marcha.
Lo más interesante de las dos revoluciones y la evolución industrial es el cambio mental que las permitió, el cambio mental que hizo aceptable en las mentes de los ciudadanos la necesidad de cambio social. Antes de ese cambio mental la reacción social era la tradición, el hacer las cosas igual que se ''habían hecho siempre'', por miedo a que cualquier cambio técnico o político derivase en un cambio en la posición personal de cada miembro favorecido de la sociedad.
Las revoluciones y la evolución fueron preparadas inconscientemente durante décadas mediante la única herramienta que funciona en la sociedad: El ridículo.
Desde 1417 a 1517 los escritos de los mejores pensadores, difundidos por las nuevas imprentas a partir de 1440, y apoyados en las obras griegas y latinas recobradas de monasterios y traídas del de Bizancio, describieron la estupidez de las reglas en que se basaba el poder de Roma, y puesto que la realidad de esas reglas era evidentemente inane, los clérigos romanos fueron incapaces de rechazar aquellos.
El resultado fué que Lutero triunfó, no por la habilidad de sus escritos, ni siquiera por la codicia de los grandes nobles alemanes que le protegieron, sino por la incapacidad de los romanos para responder a sus argumentos, algo que si pudo hacer Roma en la ocasión similar derivada de la rebelión de los husitas en 1417.
De manera similar, durante el siglo XVIII los escritores ridiculizaron las ideas tradicionales de la iglesia romana en Francia y del gobierno de los reyes franceses, un ridículo que las clases detentadoras del poder fueron incapaces de rechazar. La Revolución francesa triunfó, no por la decisión y brío de los revolucionarios, sino por la duda e indecisión de las clases nobles convencida de su propio ridículo.
De forma análoga, tras la guerra civil inglesa y el calvinismo de Cromwell, la sociedad británica asignó a la religión un papel absolutamente secundario, visto que ni el catolicismo, ni el anglicanismo, ni el puritanismo habían sido capaces de proporcionar a la sociedad las reglas de funcionamiento que esta necesitaba: La sociedad del Reino Unido decidió buscar otras reglas fuera de la religión, lejos de la tradición.
Este rechazo de la tradición y la búsqueda de nuevas vías llevó al apoyo a los esfuerzos de renovación en las formas de hacer, en todos los espacios sociales: Los grandes aristócratas decidieron cambiar las formas de cultivo mantenidas durante quinientos años, y los artesanos, yendo contra el tradicionalismo gremial, buscaron nuevas formas de producción de bienes: La evolución agrícola e industrial deriva del rechazo de las ideas tradicionales y este rechazo, del fracaso de las mismas a lo largo de dos siglos de ensayos fallidos.
¿Como podemos adaptar estas realidades a la situación actual?
Estamos viendo estos días, esfuerzos racionales para resolver problemas ciudadanos como el ansia cromwelliana de puritanismo nacionalista, la incapacidad europea para asimilar la situación griega y de nuestra frontera sur en las costas meridionales del Mediterráneo.
El problema español y europeo es el bloqueo tradicionalista a las ideas novedosas: Es el bloqueo a lo nuevo. No son los gobiernos, aunque estos también.
Son los ciudadanos los que se resisten o apoyan lo nuevo. La revolución de Lutero estaba ya en el aire y los argumentos de Roma no convencían. Los ciudadanos del norte de Alemania expulsaron a los enviados papales. Solo entonces se unieron a ellos los príncipes.
La Revolución Francesa triunfó porque estaba ya en el aire. Se sentía su aprobación y los realistas carecían de cualquier argumento que no fuera:''Siempre se ha hecho así''.
En la evolución industrial, los inventos en el campo de los textiles fueron aceptados sin rechazo: Las personas, en vez de buscar lo nuevo en ideas religiosas, aceptaban lo nuevo en las actividades manufactureras. Se rechazó el rechazo.
La situación actual es la misma de las décadas anteriores a las dos revoluciones y a la evolución industrial: Hay riqueza ostentosa de unos grupos sociales que solo la succionan sin devolverla a los que la producen, que carecen de poder efectivo, y las ideas novedosas son todas rechazadas sin más argumento que el de: ''no funcionan''.
Esto ocurre hasta en lo que debería ser el buque insignia de la innovación, en la física teórica, anclada en un modelo de hace 40 años para dos de las cuatro interacciones de la naturaleza, y en la idea no falsable del Big-Bang de hace 50 años.
En España, tras unos años en los que se apoyó la innovación, hace 8 años se cerró esa forma de pensar y el país se cerró en su antigüedad como hizo en 1550. Se mantiene el paripé de los proyectos de investigación, pero éstos están firmemente controlados para que no impliquen innovación: Solo se financia la continuación de proyectos ya realizados y se huye como de la peste de ideas nuevas.
De la misma manera, cuando se precisan ideas radicalmente novedosas para intentar frenar la amenaza real del cambio climático, tanto en la vertiente de la producción de energía, como de la limitación de su dispendio, España, pero no solo España, también la UE, se limitan a proyectos rehechos y soluciones periclitadas sin apoyar la innovación.
Necesitamos, si queremos resolver los problemas en los que estamos inmersos, dejar los argumentos racionales y, como Erasmo de Rotterdam en su ''Elogio de la estulticia'' (Laus stultitiae) describir la imbecilidad que nos rodea, desde el campo de las tribus a la nueva religión de la economía a las inmovilistas ideas de una ciencia que quedó anclada en ideas de hace un siglo.
FUENTE: El Mundo, 22 / 09 / 2015
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